Ideario 32
15 febrero 2000
La belleza de estos lugares radica en que se imponen sin miramientos, sin consideraciones por ser vivo alguno…
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La luna creciente que inundaba el cielo no permitía con su resplandor que la noche oscureciese, pero difundía una calma infinita. Todo estaba inmóvil en el frío de septiembre, no se oía ni un ruido en el silencio intacto, ni un lejano murmullo de río en el valle, ni un soplo de viento; brillaban las estrellas, un gran mar de estrellas. Yo estaba allí, incierta y frágil estatua de hielo, respirando la magia de una noche que parecía venir de otro mundo. Estaba ebrio de soledad.
Los pensamientos levitaban en un constante fluir de las cosas a la mente y de la mente a las cosas, sentía nacer en mí nuevas emociones, dimensiones desconocidas que escapan a cualquier intento de explicarlas. Totalmente sumergido en aquella íntima soledad, cada vez tomaba más vuelo mi fantasía, ahora más que nunca veía con los ojos de la mente, escuchaba la respiración de la naturaleza, daba proporciones humanas a lo infinito, volaba hasta confundirme con el universo; sentía toda la belleza y la maravilla de la existencia. Había encontrado finalmente la verdad, la única verdad posible más allá de cualquier suposición. Era la verdad del corazón.
Walter Bonatti
La belleza de estos lugares radica en que se imponen sin miramientos, sin consideraciones por ser vivo alguno. A nosotros, invasores, corresponde mantenernos en nuestros lugares y no pretendernos superhombres.
Octavio Magallón