follow me
Montañismo y Exploración
Expedición de reconocimiento al Everest, 1951
10 abril 1999

Después de que la frontera tibetana se cerrara para las expediciones que queríanllegar a la cumbre del Everest, la vertiente del Nepal quedó abierta y Eric Shipton, Edmund Hillary y otros expedicionarios exploraron el lado sur para encontrar la que fuera después la ruta de ascenso en 1953. Un libro en donde se muestra que la alta montaña tiene más que sólo subir montañas: tiene exploración.







  • SumoMe

EL PROYECTO

Cuando en 1924 Norton y Sommervell casi llegaron a la cumbre del Everest, se creyó generalmente que la expedición siguiente, aprovechando las lecciones aprendidas, tendría las mayores probabilidades de alcanzar el éxito. Porque así como los grupos de 1922, intentando escalar los últimos 1,200 metros hasta la cumbre en un día, habían subestimado completamente las dificultades fisiológicas de la escalada a elevadas altitudes, así también parecía que el fracaso de la expedición de 1924 era debido a una causa sencilla y evitable. Aquel año los escaladores habían subido demasiado pronto y se vieron envueltos en una serie de luchas con las ventiscas de principio de primavera, que minaron sus fuerzas hasta tal punto, que cuando llegó el momento de lanzar los asaltos sobre la cumbre, estaban ya agotados. En 1933 confiábamos en que preservando cuidadosamente durante las etapas preliminares a los escaladores y a los sherpas elegidos para subir a lo alto, y por medio del empleo de tiendas confortables de doble tela en los campamentos 3 y 4, sería posible situar varios equipos sucesivos en un campamento por encima de los 8,230 metros con sus reservas de energía intactas, capaces de dominar los últimos 600 metros.

Una vez más vimos que habíamos subestimado los recursos de nuestro contrincante. Las experiencias de las expediciones anteriores nos habían hecho suponer que a fines de mayo y a principios de junio habría un periodo de unas dos semanas de calma antes de que el monzón envolviese a la montaña en un manto de nieve. Además, no nos habíamos dado plena cuenta de hasta qué punto incluso una pequeña capa de nieve reciente sobre las rocas de la pirámide final las haría inaccesibles. Nuestras experiencias de la década 1930-1940 mostraron con demasiada claridad que no podía confiarse en semejante periodo de condiciones favorables inmediatamente antes del monzón. De hecho, no se presentó en ninguno de los tres años de aquella década en que se realizaron intentos. En 1933 tuvimos quizás una efímera probabilidad, pero tanto en 1936 como en 1938 el monzón se echó encima antes de que hubiéramos siquiera establecido el campamento en el Collado Norte.

Aun ahora no podemos determinar las probabilidades que existen en un año dado de que se presente un monzón lo bastante tardío —o, como solíamos creer, «normal»— como para asegurar las condiciones favorables para alcanzar la cima. No podemos decir, con las pruebas que poseemos, si 1924 fue un año excepcional, que solamente vuelva a darse una o dos veces en una generación, o si en la década de 1920-1940 encontramos quizás un periodo limitado de estaciones desfavorables. Cualquiera que sea la respuesta, parece que el problema de alcanzar la cumbre del Everest por el Norte había quedado reducido a una cuestión vital. Tres veces los hombres habían subido hasta más de 8,500 metros sin la ayuda de aparatos de oxígeno; creíamos que la ascensión de los últimos 300 metros no sería más difícil que lo que ya se había conseguido subir, pero que sería lo bastante difícil como para exigir buen estado del tiempo y de la nieve; contando con esto, no parecía haber razón alguna para fracasar, pero sin esto no se conseguiría el triunfo. De haber sido posible, la solución obvia hubiera sido enviar un pequeño equipo cada año hasta encontrar las condiciones óptimas. No habría faltado personal, y el pequeño gasto hubiérase justificado ampliamente con investigaciones fisiológicas y de otras ciencias. Por desgracia, no pudo obtenerse permiso del Gobierno tibetano para realizarlo.

El intento de escalar el Monte Everest, que alguna vez fue una aventura inspirada, se había convertido en poco más que una jugada de suerte. Para superar esta lamentable situación habíamos comenzado, ya desde 1935, a considerar la posibilidad de hallar una ruta de aproximación alternativa que presentara un problema de distinta clase, no tan completamente dependiente de la fecha del monzón, para alcanzar el éxito.

Desde las montañas que se alzan encima del glaciar Kangshung, al sureste, habíamos visto la cresta que sube hasta la cumbre desde la depresión (el «Collado Sur») existente entre el Everest y el Lhotse. Esta cresta presentaba una ruta mucho más fácil para subir a la pirámide final que la de las traidoras lajas de la cara norte. Era ancha y no tan pendiente, y además la inclinación de los estratos favorecería al escalador. ¿Pero existía algún medio de llegar al Collado Sur? Habíamos visto que el lado oriental era impracticable. El lado occidental del collado era terreno desconocido.

La Expedición de Reconocimiento de 1921 había descubierto en líneas generales la geografía del lado sureste del Monte Everest. Los tres grandes picos del macizo, Everest, Lhotse (pico Sur) y Nuptse (pico Oeste), junto con las elevadas paredes que los unían, circundaban un valle que Mallory designó con el nombre de Cwm occidental. (Mallory había escalado mucho en el norte de Gales y por esta razón empleó la forma galesa de la palabra «combe») [En inglés, valle. Se pronuncia "cum". D. del T.] Cualquier ruta de aproximación al Collado Sur debía subir por este escondido valle, que ocultaba todo el aspecto sur del Monte Everest.

En la Expedición de Reconocimiento de 1935, en la que, sin intención de escalar el Everest, tuvimos ancho campo para dedicarnos a exploraciones, nuestro programa incluyó un intento de hallar una ruta al Cwm occidental desde el norte. Desde Lho La, en la cabecera del glaciar Rongbuk, y también desde un alto paso en la divisoria principal más al oeste, donde acampamos durante dos noches, tuvimos vistas de cerca de la entrada al Cwm, un estrecho desfiladero flanqueado al sur por una gran ladera del Nuptse y al norte por el saliente occidental del Everest. Entre estas dos elevadas jambas, el glaciar del Cwm se precipitaba en una enorme cascada glaciar, una catarata impetuosa de bloques de hielo, de una altura de 600 metros. La parte superior del Cwm quedaba oculta a la vista por una curva del valle hacia el norte, de manera que no podíamos ver ni el collado ni la cara sur del Everest; tampoco pudimos hallar una ruta practicable por los precipicios del lado sur de la divisoria, que nos hubiera permitido llegar al pie de la cascada de hielo.

Así, pues, la posibilidad de hallar una ruta alternativa al Monte Everest desde el suroeste no pudo ponerse a prueba, porque el único camino para aproximarse a la montaña por aquel lado era a través de los valles de Solo Khumbu, en el Nepal. Este país había estado prohibido durante mucho tiempo a los viajeros occidentales y en aquellos días no había posibilidades de obtener permiso del Gobierno del Nepal para enviar una expedición a aquella zona. Sin embargo, después de la guerra de 1939-45, el gobierno nepalés comenzó a suavizar su política de exclusión rígida, y desde 1947 en adelante se permitió a varias expediciones montañeras y científicas —americanas, francesas y británicas— visitar determinadas regiones del Himalaya nepalés. En el año de 1950, el Dr. Charles Houston y su padre, junto con H. W. Tilman, recorrieron los valles superiores del distrito del Khombu. Houston y Tilman pasaron un día explorando el glaciar que vierte hacia el sur desde el Lho La, pero no tuvieron tiempo de llegar hasta la cascada de hielo.

En mayo de 1951, Michael Ward propuso al Comité del Himalaya (comité conjunto de la Real Sociedad Geográfica y el Club Alpino, que ha organizado todas las anteriores expediciones al Everest) que se solicitase permiso para que una expedición británica fuera al Everest aquel otoño. Su propuesta fue enérgicamente apoyada por Campbell Secord y W. H. Murray; se solicitó la autorización oficial, y presumiendo que se conseguiría, Murray comenzó el trabajo preliminar de organizar la expedición. Yo estaba entonces en China, y cuando llegué a Inglaterra a mediados de junio no tenía idea de lo que se estaba preparando; es más, nada más lejos de mis pensamientos que tomar parte en una expedición al Himalaya. Cuando llevaba en Inglaterra unos diez días, fui a Londres y visité a Secord, que me dijo: "¿Ah, ya estás de vuelta? ¿Qué vas a hacer ahora?" Le dije que no tenía ningún plan, a lo cual replicó: "Bien, mejor harías en dirigir esta expedición". Yo inquirí: "¿Qué expedición?", y entonces me explicó lo que había.

Al principio no me tomé muy en serio la sugerencia, porque parecía que, debido a recientes disturbios políticos en el Nepal, era improbable que dieran permiso para una expedición. Pero al cabo de pocos días el Comité supo que, por cortesía del Gobierno del Nepal y por los buenos oficios de Mr. Christopher Summerhayes, embajador británico en Katmandú, se había concedido permiso para la expedición. Me resultó muy difícil tomar la decisión de unirme a ella. Habiendo salido hacía tan poco tiempo de la China comunista, era para mí una pura delicia la libertad de Inglaterra y la ausencia de recelos, odios y temores, y el verano inglés, una rara y codiciada experiencia. Aunque me fue duro, tuve que dejar todo esto y a mi familia casi inmediatamente. Además, había estado ausente durante tanto tiempo del mundo del montañismo que dudaba del valor que yo podía tener para la expedición.

Páginas: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13



 



Suscríbete al Boletín

Google + Facebook Twitter RSS

 

Montañismo y Exploración © 1998-2024. Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con SIPER
Diseño por DaSoluciones.com©