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Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili, Parte IX
8 enero 1999

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







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Planteé la cuestión a Wish, y este maestro de la estrategia propuso una seductora solución. Alguien debía atraer a Pong fuera de la tienda en que él cocinaba, de forma que algún otro pudiese robar víveres, que se disimularían en nuestros sacos de dormir. Al día siguiente subsistiríamos sobre estas reservas, diciendo a Pong que no teníamos necesidad de comer. Tendríamos así todo un día para dar descanso a nuestro sistema digestivo. Wish aconsejó a los que viajaran con Pong no tomaran más que los alimentos más sencillos, sobre el cual su negro talento tendría el menor efecto.


Esto fue lo convenido. Era duro renunciar a las golosinas con las que nos cuidábamos desde hacía tanto tiempo, pero más valía eso que verlas reducidas a las repugnantes mixturas que Constant y yo habíamos debido ingurgitar.


Se organizó el raid sobre las reservas de víveres. Jungle fue a ocultarse detrás de una roca; después Constant llamó a Pong a nuestra tienda y entabló conversación con él. Apenas habían cambiado unos cuantos borborigmos, cuando Pong levantó la cabeza, como si percibiera un ligero ruido. Un instante más tarde se precipitaba fuera de la tienda y le oímos lanzar rugidos mientras corría a la cocina.


Corrimos detrás de el para ver a Jungle perderse, perseguido por Pong.


Wish, siempre rápido de ingenio, desapareció en seguida de la cocina y emergió de ella con los brazos cargados de víveres. Corrió con su carga hasta nuestra tienda; había estado inspirado, pues Pong, abandonando bruscamente su persecución, regresó a grandes pasos a su tienda y se puso en cuclillas sobre el umbral, considerándonos con una maligna mirada.


Jungle había desaparecido a nuestros ojos, y la opinión general era que no le veríamos ya jamás. No había más que una solución: organizar una batida. Se envió a los portadores en su busca, mientras que nosotros nos quedábamos allí, dispuestos a defender nuestros alimentos al precio de nuestras vidas, si fuera preciso, contra otro ataque.


El equipo de socorro llegó a las dos horas, con Jungle a las espaldas de un portador pequeño, pero robusto. Pong no dijo nada, y volvimos tranquilamente a nuestras tiendas.


A pesar de mi agotamiento, consideré mi deber informarme de todo lo que había pasado desde nuestra ultima reunión en la base avanzada cinco días antes. Durante los dos días que había pasado en el campamento I, Wish había hecho fundir trece quintales de hielo y procedido a una nueva instalación de sus termómetros. Shute había rodado más de seiscientos metros de película, y si no hubiera sido porque un lamentable accidente había expuesto las bobinas a la luz, hubiéramos tenido de allí unas bellas secuencias. Jungle había ajustado sus brújulas tan minuciosamente como jamás brújula alguna haya podido ser ajustada. Las que habían sobrevivido a la operación debían ser consideradas como exactas, con un pequeño margen de error, sin embargo, que él era incapaz de determinar.


Llamamos a Burley por radiotelefonía y supimos que se reponía lentamente, pero que no estimaba oportuno aún dejar el campamento I.


Pregunté, en fin, si nadie tenía fenómenos extraños que comunicarme. Obtuve respuestas extremadamente interesantes. Wish y Shute habían sido víctimas, los dos, de alucinaciones de grandes alturas. Wish había visto ecuaciones diferenciales, tubos de ensayo y maquinas de Wimshurst, mientras que Shute había tenido la horrible visión de una cámara oscura. Jungle había manifestado una cierta tendencia a errar cuando no estaba encordado a los otros. Estaba convencido también por momentos que le seguía un prude. Cuando se le preguntó que era un prude, se embarulló en sus explicaciones. Wish dijo: "Muy divertido, Vagabundo", como si ese prude no hubiese sido más que el fruto de la imaginación de Jungle, y todos se echaron a reír. Debo decir que la broma me fue perfectamente hermética; creo poder afirmar que mis compañeros sufrían histeria de las alturas.


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