Estaba agotado, pero me sentía feliz ante la idea de estar muy pronto desembarazado de Pong. Las cosas, no sé por qué, ocurrieron muy de otro modo. Recurriendo a la estrategia antiPong, que —dijo él— había dado tan buenos resultados en el campamento II, Wish decidió que uno de nosotros debería partir solo al día siguiente, por la mañana, dejando a Pong con la mayoría, o sea los otros dos. Un poco más tarde, uno de estos partiría a su vez, dejando a Pong con el último. Como yo tenía necesidad de reposo, yo debería ser este último hombre. Wish se mostró encantador. Me dijo que yo gozaba de toda su simpatía. Me afirmó que, por su parte, él estaba aún más molesto que yo. Me aseguró que solo su estricto sentido del deber le impedía llevarse a Pong consigo. Declaró que jamás había conocido un conflicto tan corneliano entre sus deseos personales y el interés de la expedición. Estaba seguro de que yo le comprendería.
Le dije que le comprendía muy bien y que compartía su molestia. Le supliqué se mostrara animoso ante esta penosa situación y dejara que el deber fuera su única recompensa. Me agradeció diciendo que no olvidaría mis palabras. Le deseé las buenas noches con un sentimiento profundo de humildad y me retiré a mi tienda solitaria.
Al día siguiente, por la mañana. Wish partió el primero, escoltado de un solo portador, a fin de establecer el campamento IV. Jungle declaró que no se sentía bien del todo y que le era preciso, a todo precio, descender al campamento I para reponerse. Mientras esperábamos que el sol se elevase en el cielo para prodigarnos algún calor, traté de decidirle a hablarme de sí mismo; comencé, no sin delicadeza, por decirle que, a lo que había creído entender, él no tenía novia. Me respondió que, en efecto, no la tenía, y yo declaré que un hombre de un temperamento tan vagabundo como él no debía, evidentemente, estar dispuesto a dejarse encadenar por lazos familiares. Me sorprendió mucho al responderme que, al contrario, el experimentaba vivamente la necesidad de un hogar donde le esperaría la elegida de su corazón. Me recordó que todos los pájaros tienen un nido y todas las expediciones una base. Él mismo se encontraba justamente en la triste posición de una expedición sin base, de un pájaro sin nido. Durante sus carreras errantes consolaba su corazón solitario soñando que iba a encontrar el objeto de su deseo. Le gustaba pensar que un día, al pie de una lejana colina, encontraría su hogar espiritual; en una villa modesta, pero bien construida, con todo el confort moderno, descubriría el alma hermana que esperaba fielmente al amado con el que sonaba en silencio desde hacía tantos años. Sus carreras errantes —dijo— le llevaban siempre a alguna parte; pero en qué dirección, era algo que no sabía; a esto era debido el que se le hubiera visto tantas veces perder el camino.
Le dije que estaba conmovido de esta confidencia. Comprendía muy bien lo que sentía, habiendo yo mismo errado mucho en mi juventud. Pregunté a Jungle si no había encontrado nunca una joven que fuese de su gusto. Me respondió que sí, que había encontrado muchas; que, de hecho, no cesaba de encontrárselas. Desgraciadamente —me dijo—, las perdía tan rápidamente como las encontraba. El tenía la costumbre de llevarlas de excursión el sábado por la tarde y, casi invariablemente, las perdía en el curso de estas salidas. La primera vez habían sido sorprendidos por la bruma, y Jungle había aconsejado a su compañera que se quedara donde estaba mientras él iba a buscar ayuda. Había puesto el rumbo al Norte hasta Llegar a una granja, después de lo cual había partido con un equipo de socorro hacia el Sur. Esta pequeña idiota había debido de moverse, pues no habían podido encontraría. Le pregunté si ella había regresado a su casa. Me dijo que no se había enterado; una muchacha que se desplazaba así en la bruma, a pesar de sus consignas, no merecía apenas que se ocupasen de su suerte. La joven siguiente desapareció mientras Jungle arreglaba su brújula. La tercera se irritó porque Jungle la había hecho dar varias vueltas sobre el mismo sitio por inadvertencia, y le plantó allí. Había perdido otras varias en el "Metro", dos o tres en Waterloo Station y algunas en el laberinto de Hampton Court.
Le aconsejé amistosamente que la próxima vez que encontrara una joven de su gusto no la soltara y que evitara todo vagabundeo inútil. Me dijo que había adoptado a menudo esa decisión, pero que eso no parecía entrar en su carácter. Era —me explicó— una víctima del Destino. Le estaba destinado a él encontrar sin cesar el objeto de sus deseos y perderlo enseguida, errar sobre la superficie de la tierra siempre solo, siempre sin raíces.
Esta era —le dije— la esencia misma de la tragedia. Esto era tan poético, que debía ser verdad. Supliqué a Jungle que se considerara como un ser prometido a un noble y severo destino, permanecer sordo a los deseos sin gloria y responder a la llamada de su vocación.
Me lo agradeció y me prometió seguir mis consejos. Me dijo que su consolación sobre esta tierra era la de tener a veces él, eterno errante, el privilegio de guiar a los demás.
En esto estábamos cuando Pong trajo el almuerzo, y Jungle partió precipitadamente para el campamento I con su porteador.
Solo, me esforcé en meditar sobre las responsabilidades del mando; pero tan débiles eran mis facultades de concentración, que no pude pensar en otra cosa que en l mermelada de ciruelas. El campamento I estaba demasiado alejado para que me pudiese comunicar por radio con mis compañeros, que se encontraban en él; pero por la tarde tuve una larga conversación con Wish, que había establecido el campamento IV a once mil metros. Esta era una buena noticia; me puso tan contento, que logré, sin el menor esfuerzo, pensar en la mermelada. Pregunté a Wish si le gustaba la mermelada de ciruelas. Debió de imaginarse, creo yo, que estaba loco.