Me entregué a un profundo estudio de los efectos de la rarificación de la atmósfera sobre el comportamiento humano y solicité de mis compañeros me informaran de todo incidente insólito del que pudieran ser víctimas sobre la montaña. Incluso a una altura mediana como la del campamento de base los efectos eran ya perceptibles. En el curso de una partida de cricket improvisada, Burley injurió al árbitro —lo que no se hubiera jamás producido al nivel del mar—, mientras que Wish tenía una tendencia marcada a comerse más de su parte de mermelada de naranjas. Pero esto no eran más que perturbaciones momentáneas, que desaparecían con la aclimatación.
Era interesante notar también como la diversidad de temperamento de mis compañeros influía sobre la elección de sus lecturas. Burley pasaba sus horas de reposo leyendo Bulldog Drummond. Casi todas las tardes se podía encontrar a Wish instalado sobre un bloque de hielo en trance de fundición y ocupado en leer Marcianos y viajeros atómicos. Shute leía Asesinato en tres dimensiones. Jungle testimoniaba una naturaleza absolutamente novelesca leyendo El amor en el laberinto, mientras que no se veía nunca a Prone sin un ejemplar de su propio libro El secreto de una salud a prueba de bombas, salvo cuando lo había momentáneamente perdido.
Mis deberes no me permitían estas distracciones frívolas. Pero es interesante notar que Bing, el bang, pasaba su tiempo libre leyendo una traducción yogistanesa de Tres hombres en un barco.
Todas las tardes teníamos una reunión amistosa, y muchas discusiones muy animadas tenían lugar en el curso de estas asambleas. Una tarde, en el curso de una de estas reuniones, discutimos el viejo problema: ¿deben utilizarse en la montaña los inhaladores de oxigeno y otros medios artificiales? Burley declaró netamente que eran unos trastos inútiles, que estorbaban más que otra cosa. Nos contó la desgraciada aventura de su amigo Baffles, que llevo un aparato de oxígeno que pesaba cerca de veinte kilos hasta la cima del Mi Toneh para darse cuenta allá arriba que el aparato no había funcionado ni un instante. Wish replicó que esta observación era característica de la ignorancia de un profano.
Teníamos una ocasión inesperada de ensayar nuestro material en condiciones rigurosas, y era nuestro deber hacerlo. Wish preguntó a Burley por qué, si condenaba estos materiales, los utilizaba. Burley preguntó a Wish si este aparato esperaba verlo escalar desnudo como un gusano. Esto era —replicó— un argumento absolutamente anticientífico. Él había creído comprender, desde hacia largo tiempo, que, para algunos, la ascensión de una montaña tenía el carácter frívolo de una hazaña deportiva.
A sus ojos, la culminación de nuestros esfuerzos consistiría en cumplir la tarea que él mismo se había fijado: medir la temperatura de la fusión del hielo en la cumbre. Recordó a Burley que, sin oxígeno, los agotadores esfuerzos intelectuales que necesitaba esta delicada experiencia constituirían una tarea sobrehumana. Burley, con bastante poco tacto, me pareció, aseguró que en su vasta experiencia no encontraba el recuerdo de nada que fuese tan fútil.
Declaró que nadie que no fuera un sabio atacado de demencia precoz trataría de hacer fundir el hielo en la cumbre de una montaña; y aún cuando le viniera la idea, ¿a quien diablos le importaba eso de la temperatura de fusión? Nos habló de su amigo Strokes, bajo los pies del cual un sabio había hecho fundir el hielo en la cima del Schmutzigstein, lo que le había valido perder tres dedos del pie. "En la montaña —concluyó—, un sabio constituye una verdadera amenaza."
Mientras que proseguían esta discusión con su habitual y loable franqueza, Shute declaró que, sin aparatos, sería imposible rodar un film en tres dimensiones, lo que llevó a Jungle a decir que aquella era una excelente ocasión para no rodarlo. Si él participaba en la ascensión era para huir de la civilización mecanizada y todo lo que ésta había aportado, especialmente las películas. Constant dijo que deploraba la estrechez de los puntos de vista de sus compañeros.
Él mismo no escalaba más que para demostrar el triunfo del espíritu sobre los obstáculos. Los medios artificiales —afirmó— eran contrarios al espíritu deportivo; si no se era capaz de escalar montañas sin recurrir a medios artificiales, más valía renunciar. Prone pretendió que esto eran palabras; si se quería abstenerse de todo medio artificial, habría que abandonar también las tiendas y los vestidos. Pregunto a Constant si este se sentía capaz de intentar la ascensión del Khili-Khili con un paño, o aun menos que esto, por todo vestido.
Aunque yo mantengo la opinión de que entre amigos hay que hablar claro, estimé que en aquellos momentos se estaba pasando de la medida. Les recordé, pues, las palabras de Totter: "Ningún montañero experimentado rechazaría el socorro de la ciencia; pero hay límites." Pensaba que esta intervención pondría término a la discusión. ¿Qué añadir, en efecto, a esto? Pero nadie pareció hacerle el menor caso.
Era evidente que sufríamos aun los efectos de la rarificación de la atmósfera.