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Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili, Parte IV
30 noviembre 1998

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







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Los aparatos de radio eran pequeños, para economizar peso, y su alcance era limitado. A veces sería, quizá, necesario hacer reforzar los mensajes por uno o dos intermediarios. Como yo había hecho algunas experiencias de este género en mi infancia, juzgué útil el entrenarnos un poco. Pedí a mis compañeros que se desplegaran siguiendo un ancho círculo, de forma que el mensaje pudiera ser transmitido de aparato en aparato. Al principio me encontré incapaz en absoluto de pensar un mensaje. Se hubiera dicho que mi cerebro se había congelado, y permanecí algunos minutos sintiéndome completamente estúpido. Logré, finalmente, componer el primer mensaje: "¡Qué sereno está el Khili-Khili en la luz de la mañana!"


El mensaje que yo había lanzado, cuando llegó a mí, se había convertido en este otro: "Tranquilo y alegre, el canario canta en casa de la madre del marino."


Después de algunos instantes de reflexión, envié el mensaje siguiente: "Por favor, presten oído atento a este texto." Cuando me llegó, dio igualmente: "Tranquilo y alegre, el canario canta en casa de la madre del marino."


Esto era absurdo. A título de experiencia, lancé el mensaje siguiente: "Tranquilo y alegre, el canario canta en casa de la madre del marino." Lo que se convirtió a mi recepción en: "La voz del jefe es una dulce música para los oídos de sus compañeros."


Esto continuó así durante toda la mañana. Yo estaba determinado a no renunciar hasta que no hubiéramos dominado la técnica, y pronto, ante mi gran maravilla, los mensajes comenzaron a ser transmitidos perfectamente justamente cuando llegó la hora de comer.


Algunos de entre nosotros se inclinaban a mostrarse escépticos sobre el valor de la radio; pero no debíamos tardar en recibir una prueba estupenda de su utilidad. Me paseaba una mañana, a fin de meditar sobre las responsabilidades del mando, cuando mi walkie-talkie se puso a zumbar. Lleve el aparato a mi oído y oí una voz:


"Excelencia a Lazo de Unión. Excelencia a Lazo de Unión. ¿Me oye? Terminado."


"Lazo de Unión a Excelencia. Lazo de Unión a Excelencia. Le oigo muy bien. ¿Me oye? Terminado."


La respuesta me llegó en seguida:


"Excelencia a Lazo de Unión. Le recibo fuerza ocho.


Aumente potencia dos crans. Terminado. Aumente la potencia dos crans, y dije:


"Lazo de Unión a Excelencia. He aumentado potencia dos crans. ¿Me oye? Terminado."


"Excelencia a Lazo de Unión. Le oigo muy bien. Buenos días. ¿Sabe donde está el sacacorchos? Terminado."


"Lazo de Unión a Excelencia. ¿Quiere usted repetir? Terminado."


"Excelencia a Lazo de Unión. Repito: le oigo muy bien. Buenos días. ¿Sabe donde está el sacacorchos? Terminado."


"Lazo de Unión a Excelencia. Buenos días. El sacacorchos está en el bolsillo derecho de mi pantalón de recambio. Terminado."


"Excelencia a Lazo de Unión. Terminado. Corto."


Uno se pregunta cómo las expediciones precedentes han podido triunfar sin el concurso inapreciable de la radio.


A Constant le incumbía la misión de ajustar el salario de los portadores sobrantes y de dar a los que se quedaban todas las instrucciones sobre lo que se esperaba de ellos. Nos quedamos con ochenta y ocho portadores y once muchachos para el viaje de retorno y despedimos a los otros. De estos noventa y nueve, los que no debían participar en el asalto propiamente dicho deberían instalar el campamento de base en otro emplazamiento donde estaría al abrigo de las avalanchas. Constant estimó que podía dejarles encargarse a ellos mismos de la operación, puesto que él se los había explicado todo muy claramente. Fue para mí un gran alivio, pues para el asalto tendríamos necesidad de todos los europeos de la expedición.


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