Jorge Sepúlveda Marín.
La muerte vino por él, pero se negó a seguirla. Nada quería más en aquel momento, en 1991, cuando tuvo la peor crisis hipoglucémica de su vida, que seguir viviendo, y desde entonces, entre alucinaciones de diabético, la impotencia de saberse en un camino tal vez sin regreso, Erick González se alimentó con la idea de seguir aquí.
A la vuelta de cinco años, hace apenas unos días, la Asociación Internacional de Atletas Diabéticos le entregó una medalla de oro por ser el mejor deportista diabético —entre 187 competidores de todo el mundo— y uno de los que más conoce acerca de su padecimiento, así como por el trabajo hecho a favor de sus iguales, dando pláticas, clínicas y conferencias en hospitales sencillos, hasta Harvard, que suman ya cien. Fue el único latinoamericano y le ganó a dos estadounidenses.
Y es que desde aquel 1991, Erick González decidió firmemente que si había de morir, eso de ninguna forma sucedería entre las sábanas de una cama, sino entre la nieve del Polo Norte. Se preparó y cuatro años más tarde se lanzó a la aventura, una odisea casi, ya que en la soledad caminó 861 kilómetros, bajo la protección de un satélite que le indicaba el camino y con temperaturas de hasta 60 grados bajo cero. Los endocrinólogos pronosticaron que no sobreviviría por mucho tiempo si no se cuidaba.
Aferrado a la vida, porque le teme a la muerte, el deportista habla de que en su agenda, para febrero de 1997, tiene planeada otra caminata de alrededor de 2 mil kilómetros por el glaciar de Groenlandia, y dos meses más tarde trotará otros 500 mil metros sobre tierras de Islandia. ¿Por qué lo hace? Sencillamente por su afán de vivir.
Difícil crecimiento
Todavía no cumplía los tres años de edad cuando en Erick se manifestaron los síntomas de la diabetes. Desde entonces (ya tiene 30 años), la vidas del menor cambió radicalmente, porque en su casa debieron acostumbrarse a vivir de una manera distinta, darle cuidados intensivos, evitarle situaciones difíciles, pero sobre todo, estar atentos a inyectarle la medicina o darle una colación de alimentos a horas que antes eran para dormir.
Desde ese momento fue un niño diferente y no estuvo exento de crisis provocadas por su enfermedad, de subidas y bajadas de azúcar en la sangre que siempre están acechando. Recuerda con tristeza que de los ocho a los doce años de edad fue una de ellas, por lo que debió luchar con ahínco para superarla y seguir adelante.
Es más, en su libro Mis días de gloria, dedicó a esa etapa un capítulo, que por sí solo habla de cómo le fue: “Pido a dios mi muerte”. Sólo sabía que algo lo golpeaba muy fuerte y que no había aprendido a dominarlo. Y por eso prefería morir a seguir adelante. No serían más fáciles los años venideros, ya que Erick se sabía como un agente que podía llegar a destruir su hogar, porque así ocurre a veces con la diabetes.
Su propio padre (qepd) sentía que era una carga en su vida. Algo que por alguna razón estaba pagando. “Recuerdo a mi padre antes de morir, se sentía muy culpable de haberme dado esta enfermedad. Yo pude decirle que él no fue culpable. Murió tranquilo. A mi madre, la verdad, creo que no le ha ido mejor, porque ella debió sufrir el miedo de saber que su hijo estaba enfrentando el Polo Norte”, responde, mientras ríe con seriedad.
Mal endémico
Una de las partes que más desalientan al atketa en su lucha por dar a conocer los cuidados que debe de tener un diabético, son las cifras que lo aterrorizan. Unos ejemplos. El año anterior murieron en México 95 mil 875 personas por ese mal, lo que equivale a que 60 por ciento de las muertes que se dan en los hospitales está relacionada con complicaciones crónicas en el paciente diabético.
Con una tasa (sic) de café sin azúcar, apenas un poco de crema, el entrevistado saca del bolsillo de su camisa tres tubos de vidrio y una jeringa delgada. Extrae un poco de insulina y, como si nada, se la inyecta en el vientre. Han sido ya cerca de 16 mil aplicaciones las que se ha hecho en sus 30 años de edad.
Regresa la plática. Los pacientes fallecidos con como las víctimas de la guerra, una batalla que dura ya varios cientos de años, pues se tienen noticias que desde varios siglos antes de esta era ya había enfermos de diabetes, y se sabía porque las moscas se paraban sobre sus orines, buscaban lo dulce, y por los relatos médicos de esas épocas.
“Fíjate, en la pasada década murieron un millón de mexicanos de ese mal y en la actualidad hay 8 millones que la padecen. En el mundo habrá para el año 2010 cerca de 210 millones, mucho más que el sida. Eso sí, hoy en día, el diabético vive lo que quiere, si se cuida. Pero, por desgracia, no se la ha dado la seriedad que requiere en su difusión y tratamiento, y allí es donde se debería de invertir mucho más. En ese sentido están equivocadas las políticas de salud que se siguen aquí”.
Te aclimatas o aclimueres
Siempre se es diferente a los demás, continúa. Platica que, por ejemplo, en la pubertad, cuando la primera relación sexual, cualquiera está ansioso, es todo un acontecimiento, como un mito. Pero en ese momento su mente se llenaba de otros pensamientos, como si esa intensa actividad variaría sus mecanismos glucémicos. Debía hacer cálculos calóricos, metabólicos.
—en la secundaria, en la preparatoria, donde son comunes las borracheras y fumar, muchas veces uno cae en las depresiones porque sabes que los vicios de ese tipo te están proscritos totalmente, claro, si quieres vivir. Se vuelve un poco más hosco el desarrollo. Y es por ello que lo más difícil es hacerse un hábito de disciplina diario, porque siempre ha visto a esa enfermedad “no como un obstáculo, sino como una oportunidad, pero debo de practicar esa frase todos los días. Ese ha sido mi gran reto, y ese será, porque luego de 16 mil piquetes, o te ordena o te ordenas. Lo que sucede —sigue sin perder el buen humor—, es que en esta enfermedad o te aclimatas o te aclimueres”.
Además de las pláticas, que son una de sus grandes satisfacciones, el haber encontrado a Denisse Garrido, su compañera, igualmente insulino-dependiente, ha sido lo mejor que le ha ocurrido, porque hablan el mismo idioma y porque, de esa forma lo comparten casi todo. Y claro que no piensan en tener hijos, porque no se perdonarían heredarles el mal. “En todo caso, hay miles de niños sin hogar y por eso hemos pensado mejor en adoptar uno o dos. Eso sería lo mejor en nuestro caso. Porque yo tuve la fortaleza para soportarlo, pero quién sabe mis hijos. Para qué jugar al valiente”.
Entre las labores que ha logrado por la comunidad está la creación de una clínica especial de atención integral para niño con diabetes en el Hospital Infantil, donde se tiene la capacidad para atender a miles de niños, pero igualmente para estudiarlos. Luego, el director de un banco, con un hijo diabético, se decidió también a trabajar en el proyecto y así es como las ideas se han ido haciendo realidad.
Interés por el alpinismo
Interesado siempre en el alpinismo, cuando se inició cometió el error de llevar 35kilogramos de equipo en el primer ascenso al Popocatépetl, y apenas llegó a Las Cruces y debió regresar. La odisea de llegar a la cumbre habría de costarle 28 intentos, cada uno como una nueva enseñanza.
Luego de la crisis de 1991, pudo más la necesidad de llegar a la cima y se acercó al Club Alpino Mexicano. Estudiaba libros, Carlos Carsolio lo ayudó hasta dar con su ahora entrenador, Humberto Patiño. Y de allí, experimentado con la altura y la diabetesm llegando a Alaska para probar el cuerpo a menos 10 grados centígrados, a menos 25, 35, y cuando estuvo en el estrecho de Bering le tocó una temperatura de menos 60 grados. De muerte. Pero sobrevivió.
Y debía correr ese riesgo, con una magnum en el cinturón, un cuchillo y una escopeta, porque allí los osos polares son los amos y señores. “Para que te des una idea, el año pasado, cruzando el estrecho de Bering, me topé con animales enteros devorados por los osos, porque se los ponen para que no se acerquen a las poblaciones”.
Licenciado en comunicación, su principal trabajo es dar sus pláticas y prepararse atléticamente, a veces en el Ajusco, otras en el Popocatépetl, en los cerros de por su casa, allá en Las Arboledas o en su propia caminadora. Luchar contra la diabetes, que la compara como la “tortura china de la gota”, ya que siempre está allí y no se puede evitar. Es un mal que, si se deja, doblega.
Y es que en su caso, de cara llena y mejillas rosadas, ha habido médicos que dudan que sea diabético. Claro, en cada caso se manifiesta diferente. Erick González se sabe privilegiado y por ello se cuida, para seguirlo siendo, para luchar contra el flagelo que se le metió al cuerpo; nunca lo va a sacar, pero sí lo mantendrá a raya con miles de piquetes más.
La Jornada
Octubre 8 de 1996