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Montañismo y Exploración
A pie por la Isla de los Estados
15 junio 2010

La Isla de los Estados es un grupo de islotes en Tierra del Fuego, el extremo sur de Argentina. Perla Bollo y Sergio Anselmino la exploraron durante tres meses continuos y obtuvieron una gran cantidad de material foto y filmográfico, además de una experiencia de vida intensa.







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La Isla de los Estados es un grupo de islotes que se encuentra situado en el extremo sur de Argentina, en la Provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, separada hacia el Este de la Isla Grande de Tierra del Fuego por el Estrecho de Le Maire, de unos 30 kilómetros de ancho. Tiene una superficie aproximada de 63,000 hectáreas y una longitud aproximada de 75 km, orientados de oeste a este.

Acantilados en la costa sur.
Fotografías: Sergio Anselmo.
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Los meses previos a la fecha de partida resultaron extenuantes. El proyecto significaba aislarnos casi tres meses, y debíamos tener en cuenta hasta el más pequeño detalle. Alimentos, indumentaria con propiedades técnicas específicas, botiquín de primeros auxilios, sistemas de comunicación, GPS,  equipos fotográficos, cámara de video de alta definición, mapas, tablas de mareas, más de 90 baterías, artículos de escalada, carpa, bolsas de dormir, aislantes y mucho más. Todo fuer cuidadosamente elegido y distribuido. Llenaron nuestras mochilas que llegaron a pesar entre 35 y 50 kilos.

La Partida

A bordo del velero Fortuna dejamos atrás la ciudad de Ushuaia y navegamos el Canal Beagle. La madrugada del día 23 de noviembre de 2009, con la vela mayor hinchada al viento y muy escorados, divisamos la soñada Isla de los Estados. No debe existir un ser humano que no se estremezca ante la silueta de la isla que en pocas ocasiones la niebla deja ver. La niebla la cubre, la oculta, la cela. El mar la aísla, el viento la acaricia y peina sus bosques. La Isla me impactó fuertemente desde el primer momento. La vista ante mis ojos esa madrugada, me dejó sin palabras.

Más acantilados.

Isla de los Estados dispone naturalmente que nadie la habite de forma permanente, con un relieve montañoso que la cubre casi en su totalidad, clima oceánico, bosques perennes de guindos, canelos, líquenes, helechos, musgos y turba; bahías y fiordos de altísimos acantilados. El viento, que surge, sopla y cambia de dirección sin ninguna razón, la lluvia, el granizo, la nieve, la niebla, la humedad y una geografía totalmente irregular, movilizan los sentidos y los estados de ánimo. El tiempo en la isla transcurre con una energía y aceleración casi enloquecedora. El sol, cuando se hace presente, es incandescente, luminoso, irritante, se derrama encendiéndolo todo; y cuando se oculta, la transformación del entorno, de brillante a sombrío, deja una sensación de ausencia.

De Puerto Parry a Puerto Hopner

Al día siguiente comenzamos nuestro recorrido por la costa, partiendo desde Puerto Parry, que está en un fiordo aguzado y penetrante. Esta entrada  profunda del mar que pareciera cortar a la isla, como sucede en Puerto Cook, está contorneada por un cordón de piedra de hasta seiscientos metros de altura que muere abrupto en el mar. La marea, por unas horas, deja al descubierto una intransitable costa de grandes piedras siempre resbaladizas, tapizadas por brillantes algas, lo que hace muy complicado el caminar.

Pichón de Becacina.

Diciembre nos recibió con llovizna y nieve y en nuestro primer campamento la carpa soportó el granizo durante más de una hora hasta acumularse alrededor. Esa primera noche escuchamos un extraño canto que no pudimos identificar. Se repetiría más suave o más intenso durante toda nuestra estadía en la isla, siempre por las noches.

El verano en estas latitudes tiene muchas horas de luz. El atardecer se prolonga perezoso con una ligera claridad que permanece hasta el amanecer y nunca se hace presente la noche completa. Las estrellas comienzan a aparecer tímidamente: una hermosa Cruz del Sur y numerosos satélites parecen estar al alcance de nuestras manos y la cúpula azul parecía cubrir nos sólo a nosotros en toda la isla.

Uno de nuestros campamentos.

Después de una agotadora subida por una enmarañada red de musgos y árboles que nacen y crecen apenas aferrados a la montaña, subimos por una gran lengua de nieve. La piedra remplazaba a la vegetación y nos daba un respiro momentáneo. El viento nos golpeaba el rostro y hacía muy lenta la subida. Una vez arriba pudimos descubrir el espléndido paisaje de cumbres con picos agudos. Entre ellas están las lagunas: ubicadas en diferentes niveles, se comunican unas con otras por un perfecto circuito de pequeñas cascadas que se diluyen en Puerto Hopnner, caprichosamente irregular.

El bosque se modifica constantemente: amarillos estridentes, verdes casi fosforescentes, anaranjados, marrones, ocres… los colores dominan nuestras miradas. Las orquídeas silvestres, bellísimas edelweiss, la drosera que coloreaban de rojo grandes superficies, canelos que desprendían un intenso y fresco perfume silvestre que se apreciaba deliciosamente en el aire.

Pichón de carancho.

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