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Montañismo y Exploración
El muerto no está muerto
25 julio 2007

De los grupos de rescate, el de Chamonix es uno de los mejores. Sin embargo, también ellos se encuentran con problemas propios de su profesión: salvar a las personas que tienen en sus manos. No siempre se puede y es ahí donde el ser humano aparece haciéndose preguntas que salvarán más adelante a más gente.







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Me viene a la cabeza la historia de aquella chica muerta en la Aguja del Midi en condiciones similares. Extenuada y transida de frío después de una invernal, había conseguido alcanzar la construcción cimera. Creyendo actuar correctamente, el personal del teleférico la había arrimado a la estufa para que entrara en calor. Unos minutos más tarde sufría una parada cardiaca sin que nadie entendiera el por qué. Se tiende a pensar que el calor dilata los vasos sanguíneos, pero la realidad es que esto provoca una bajada tan repentina de la presión sanguínea que la bomba cardiaca puede llegar a desactivarse.


Me gustaría introducirle mi termómetro timpánico en el oído, pero está guardado en el fondo de la mochila. Para cuando lo haya sacado, ya habremos llegado: para eso, mejor tomarle la temperatura una vez estemos en el hospital.





Ya era hora de que nos posáramos. El tipo se agita como si quisiera librarse de una camisa de fuerza. Me preocupa realmente… La puerta se abre y lo empujo… El tío parece calmarse de nuevo.


La camilla de reanimación nos espera frente a la puerta de urgencias. ¡Qué animado está el servicio! Me largo unos minutos a la oficina de las enfermeras para dejar mi mochila y dar las instrucciones habituales:


—Hay que monitorizarlo rápidamente para ver cuál es su estado. No debe estar muy caliente…


—¿Le cortamos la ropa? —me pregunta una ATS dando un tijeretazo en el aire.


Todavía me cuesta aceptar que se destrocen prendas de montaña que cuestan una fortuna.


—Primero intenta conectarlo al monitor por delante para que podamos vigilarlo mientras le quitamos la ropa —propongo.


—OK, lo instalamos en la camilla y lo atacamos.


Al pasar de una camilla a otra, el herido se queda recostado sobre su lado izquierdo y después es zarandeado al superar el escalón. Sin duda, era lo que había que evitar a toda costa, pues el herido, inesperadamente, empieza a agitarse de nuevo como si tuviera convulsiones.


En esto llega Gran Jefe, que ha sido avisado de que algo extraño estaba ocurriendo. Le basta con echar un vistazo.


—¡Manos a la obra! Vuestro hombre tiene toda la pinta de estar sufriendo una parada cardiaca…


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