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Montañismo y Exploración
El muerto no está muerto
25 julio 2007

De los grupos de rescate, el de Chamonix es uno de los mejores. Sin embargo, también ellos se encuentran con problemas propios de su profesión: salvar a las personas que tienen en sus manos. No siempre se puede y es ahí donde el ser humano aparece haciéndose preguntas que salvarán más adelante a más gente.







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¿Qué broma es ésta? La situación es inhabitual. Generalmente, prefiero bajar del helicóptero para examinar al herido y prepararlo antes de evacuarlo. Pero ahora estamos ante lo que podría denominarse un caso de fuerza mayor. Dentro de un cuarto de hora, el cielo volverá a encapotarse. ¡Menuda cara se nos quedaría si nos quedáramos atrapados en la miseria a más de 4,000 metros con un hipotérmico en los brazos!


El Col de la Brenva va y viene varios cientos de metros por debajo de las ruedas del helicóptero. ¡Una botella de Orangina en la tempestad!





Jules consigue autoasegurarse mejor o peor a varias decenas de metros de Lannglois. La puerta se desliza, agarro al herido y lo izo como un vulgar saco de patatas. El zarandeo es total. Imposible recoger a Langlois, es demasiado arriesgado. Huimos como ladrones, bajando en picado a lo largo de la pendiente para aprovechar el efecto del suelo. La punta de la Aguja de Saussure nos pasa por entre los patines y a continuación el helicóptero recupera un poco de estabilidad. Esto me permite echar un vistazo al inglés, que está sufriendo convulsiones.


¡Su estado no se corresponde con ninguno de los casos descritos en los libros! Tengo la sensación de tener entre manos a uno de esos artistas de la calle que imitan a los autómatas. Tieso como un muñeco mecánico, se retuerce sin parar. Me es imposible tomarle el pulso, ¡se mueve demasiado! Intento colocarle el oxígenos en la nariz —un gesto intuitivo que nunca ha demostrado su eficacia—. Se debate, aparta mis manos como puede. Ningún sonido sale de su boca. Su mirada, viva y angustiada, parece la de un muerto viviente.


El helicóptero se adentra en la bruma con un restallido de aspas, mientras siento cómo una ola de calor me va subiendo a la cara.


—Jules, ¿puedes bajar la calefacción, por favor?


—¿No quieres que te lo haga entrar en calor?


—Sí, pero no así…


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