Cuando hablamos de actividades “extremas” hacemos distinciones: por ejemplo, soy maratonista o corredor de velocidad, ciclista de óvalo o de ultradistancia. Esto indica que la preparación física es diferente para esfuerzos que tienen que ver con altas velocidades y de corta duración en comparación con velocidades menores pero largo tiempo. La constitución metabólica y muscular no sólo es distinta sino a veces antagónica. Si hablamos de deportes extremos, donde se supone que hay que superar límites, vale la pena hacer un análisis.
Tratando de poner las cosas lo más simples posibles se puede decir que un “motor muscular” tiene siete componentes alrededor de un músculo:
- El hueso de donde se inserta
- La articulación que mueve
- El tendón que lo resiste
- El sistema de capas de protección, refuerzo y aislamiento
- El grupo de proteínas que hace que la fibra muscular se contraiga
- El sistema “eléctrico” que controla el músculo y
- Los sensores que regulan su tensión y estiramiento
Dependiendo de la forma como estos componentes se constituyan a lo largo del entrenamiento y de la etapa en que se a ejercitar, se van a ir estructurando de una manera irreversible. Un corredor de largas distancias desarrollará más tejido conectivo, cambiará el balance de calcio de sus células, modificará el flujo de iones y ajustará sus núcleos de control neural para tener resistencia.
Lo anterior quiere decir, en pocas palabras y hablando del esquema mencionado, que la diferencia entre un deportista de fuerza y resistencia y uno de potencia y velocidad puede ser el componente 1 y 2 (cartílago y hueso), básicamente porque su densidad ósea, longitud, amortiguación y lubricación cambiarán; los componentes 3 y 4 (tendón y capas de protección), contendrán más fibras, serán más gruesos para darle más resistencia al músculo y menos elasticidad; el componente 5 (proteínas) se reconfigurarán para no aceptar consumo de glucosa rápidamente, sino de manera sostenida, por tiempo indefinido; los componentes 6 y 7 (neural y reflejos), se ajustarán para tener reflejos nerviosos de largo plazo, controlar los reflejos dolorosos por fatiga tendinosa y generar patrones de carrera a distancia automáticos.
En todo este esquema hay una variable más. Normalmente en las personas estos cambios irreversibles no son muy severos pues la etapa de mayor actividad metabólica es precisamente durante la adolescencia. La gran mayoría de las personas no inician una disciplina deportiva fija antes de los 15 años, la etapa en la que es más difícil tener una disciplina deportiva. Pero si se inicia de manera temprana se puede decir que uno “se hace de madera distinta”.
Por estadística, una persona decide convertirse en deportista extremo entre los 25 y 30 años de edad. Entonces se tiene la ventaja de que el “motor muscular ” del ejemplo anterior no está especializado y uno puede ser “multitarea”. Se puede probar de todo, pero existe la desventaja de que algunas consecuencias de la inactividad previa (como la obesidad, las enfermedades degenerativas articulares, metabólicas o cardiovasculares), aunque no estén presentes, no se pueden evitar para la siguientes décadas.
Al iniciar la disciplina deportiva durante la adolescencia o antes de ella, se tiene la posibilidad de obtener el mayor provecho a la conformación muscular y metabólica individual puesto que se cambiará el “motor muscular” de manera irreversible y especializada. Hay una desventaja: si el deporte elegido no es el que se adapta a la personalidad del practicante, cambiarlo podría generar lesiones y frustración. Por ejemplo: a un adolescente se le mete a estudiar Tae Kwon Do un par de años y después de un tiempo se entera de que lo que le gusta es nadar, que tiene facilidad de hacerlo mientras que en Ta Kwon Do no es un competidor muy brillante. Por supuesto que puede cambiar, pero ya su conformación muscular y ósea ya cambió.
Aunque aprenda a nadar en asombrosamente en tres clases, es probable que no alcance su máximo potencial, se expondrá a lesiones que en etapas tempranas podían “ignorarse”, pero en la adultez traerán consecuencias. A muchos niños hay que iniciarlos en la disciplina deportiva lo más genérica y multidisciplinaria posible, de una manera temprana, con rigor, pero tratando de no presionar con preferencias paternales y, sobre todo, sin olvidar que es para divertirse. Entre más deportes conozca un niño en algún momento dirá: “En esta me quedo”, aunque tenga que ser la que menos guste al padre, será en la que logrará más éxitos o, por lo menos, la que servirá de escalón a alguna actividad muy parecida.
Una persona adulta (25-30 años) busca contacto con grupos, clubes, practicantes o instituciones de su preferencia o alcance porque “ahora si” tiene la mayor fortaleza física, la independencia y la necesidad de dedicarse a un deporte. Incluso puede darse el lujo de probar un par de años y cambiar de actividad, buscar al mejor exponente o al más experimentado, entrenadores con décadas de experiencia, grupos de tradición, etc. La lógica le dice que ahí se concentran la mayor expertez y posibilidades.
La idea general que subyace en todos es que “Si mi entrenador de 35 años de edad es tan bueno en lo que hace, en cinco años de aprender con él, a su edad, estaré a su nivel.”
Pero el entrenador pudo haber llevado una vida deportiva que inició a los 10 años de edad. Es probable que le haya tomado más de cinco decidir su disciplina deportiva. Quizá le tomaron otros cinco ajustarla a la especialidad que hace. Y en un par de años, en su adolescencia, logró la estructura motora ideal que es la base para llegar a su presente. Hay que conocer esas diferencias para de evitar lesiones.
Los ciclos de la vida deportiva son muy distintos entre sí y un practicante tiene diferentes posiblidades si comenzó a edad temprana, si es la actividad para la que tiene facilidad natural y si está practicando al nivel que debe que si no a ninguna de estas tres. O si se es practicante por moda y pose. Si se es honesto con eso, de verdad, nos divertimos todos.
Entonces entran los elementos conocidos por todos: buen equipo, buen programa de entrenamiento, buen club u organización para practicar, buena alimentación, etc. Son indispensables, pero si no se considera el paso anterior, no surten efecto deseado.
Hablando un poco de montañismo, en un país que tiene muchas tradiciones de exploraciones y organizaciones, pero ningún sistema bien implementado de certificación, hay que abrirse paso entre guías y entrenadores que no tienen una historia deportiva sólida, o si la tienen carecen de formación docente y científica. Es cierto que para dirigir el deporte de una especialidad o un club no es tan importante ser campeón medallista sino una buena preparación como gestor y administrador, además de hacer relaciones públicas. Pero hay que establecer bien clara la diferencia.
Es preocupante lo común que es ver deportistas con prótesis, vendajes, en tratamientos de rehabilitación y lesiones como si fuera algo natural o “el costo normal” de practicar un deporte de este tipo, que incluso acepta que si no hay lesiones o cicatrices, si no te sale sangre y no terminas con muletas al día siguiente, si no lloras, si no sufres, entonces no eres montañista. Ser deportista “extremo” no es eso. No hay ningún arte en el sufrimiento. Hacer deporte extremo debería ser un culto a la vida.