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Montañismo y Exploración
El mundo perdido del Kalahari
12 noviembre 2009

A mitad del siglo XX, existía una noción falsa del bosquimano y se creía que habían desaparecido. Laurens van der Post organizó una expedición al Kalahari y los encontró, para descubrir "día a día", que la realidad era otra.







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Laurens van der Post. El mundo perdido del Kalahari. En busca de los bosquimanos. Ediciones Península, Barcelona. 2007. 299 páginas. ISBN: 978-84-8307-566-1

 

Era el 13 de octubre de 1914. En alto holandés escribí lo siguiente: “Hoy he decidido que cuando sea mayor iré al desierto del Kalahari para buscar al bosquimano”.

Esas fueron las palabras que escribió Laurens van de Post y su motivación era encontrar al bosquimano, pero no a aquel que se mencionaba en las ciudades ni en los libros de historia, sino a aquel que había escuchado que existía aún en alguna región de África, de donde fueron desplazados por las migraciones constantes. Un bosquimano prácticamente mítico que vivía en la “Gran Tierra de Sed”, y que él conocía a través de relatos de cazadores.

El viaje inició en 1955, sobre todo porque se pasó años tratando de convencer a investigadores y académicos para que hicieran esa búsqueda. Siempre se topaba con una negativa y de todas ellas surgió la idea: “¿Por qué no lo hago yo?” Después de todo, él era quien más información tenía acerca de los bosquimanos y conocía bien el África después de varias expediciones, con o sin guerra.

“…en estos viajes sólo hay una hora de salida. No es a la que uno le apetezca, sino la hora exacta en que se tiene todo preparado.” (p. 117)

Un grupo completo se internó a bordo de vehículos en el Kalahari. Su intención era encontrar a los bosquimanos para saber cómo eran en realidad. Fracasaron en el Humedal del desaliento y en los Montes Escurridizos, perdiendo semanas en la búsqueda de un grupo que al parecer se había extinguido. Pero la gente con la que se topaban hablaban de ellos como algo presente y actual.

Al final, se dirigieron al “Pozo de los Sorbos”, llegaron al centro del desierto y se toparon con un hombre que los llevó a un lugar para acampar cercano a su vivienda. Resultó ser el bosquimano perfecto:

“Ninguno de nosotros dudó de que habíamos encontrado una comunidad de auténticos bosquimanos que vivían en la Edad de Piedra. Yo mismo, que siempre estuve dispuesto a desconfiar del retrato convencional del bosquimano, de la grotesca caricatura de su vida según se derivaba de nuestras historias, no imaginaba que la realidad pudiera ser aquella. No me esperaba algo tan digno, ordenado y agradable.” (p. 254)

La verdadera experiencia del hallazgo de un grupo humano que aún vivía en la edad de piedra, fue suficiente para recompensar las semanas de exploración en diversos lugares del desierto y para que el programa de televisión filmado para la BBC fuera un éxito en televisión, un éxito en seis capítulos.

Es impresionante ver cómo un hombre de la edad moderna se adentra en un mundo que no tiene tiempo y descubre al ser humano en su estado más puro, viviendo del medio con técnicas que hemos olvidado. Por ejemplo, la forma en que extraen lo más vital para sobrevivir en el desierto: agua:

“Al fondo apareció algo de arena húmeda, pero nada de agua. Entonces tomó una caña de casi metro y medio de longitud, al parecer un tallo de médula blanda y vaciada, ató un puñado de hierba seca en un extremo, seguramente para que actuase como una especie de filtro contra la arena más fina, la insertó en el agujero y volvió a apretar la arena en torno pisoteándola con fuerza. Tomó luego algunos de los huevos de avestruz vaciados que llevaba con Xhooxham y los clavó en la arena, junto al tubo. Luego, con un palito uno de cuyos extremos introdujo en la abertura de una cáscara y el otro en la boca, comenzó a succionar la caña con todas sus fuerzas. Dedicó unos minutos a la tarea sin resultado visible. Los hombros anchos le subían y le bajaban con el tremendo esfuerzo; comenzó a correrle el sudor por la espalda. Al fin se cumplió el milagro, tan de repente que Jeremiah se quedó boquiabierto y yo sentí deseos de dar vítores de júbilo. Un chorro de agua clara manó de la boca de Bauxhau y corrió por el palito hasta el interior de la cáscara sin derramar una sola gota.” (p. 252)

Pero aunque el resultado sea bueno, hay que hablar del libro. En general se puede dividir en tres partes. El principio es abrumador y atrapa al lector con una narrativa y una secuencia de hechos realmente sorprendente. Pero en cuanto terminan los dos capítulos iniciales, el estilo cambia y uno se ve enfrentado al relato de una expedición como muchas de la época: aburrida. Es en esta segunda parte del libro donde aparecen constantes menciones a su camarógrafo que no cumple con su trabajo al grado de que el lector se harta de ello… Cuando cambia camarógrafo es cuando comienza a verse más límpido el viaje. Es ésta la tercera parte.

Pero a pesar de ello, el libro en sí es importante y tiene mucha información en todos lados. Lo que sí queda hueco es la gran cantidad de información de los bosquimanos que recadaron y que el autor menciona que tratará en otro libro.



 



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