La palabra “escándalo” tiene un halo curiosamente anticuado. Huele a periodismo de tabloide, a hipocresía periodística y a ultraje manufacturado. Como periodista que opera en lo que me gusta considerar como lo más alto del medio, lo utilizaría sólo escasamente. Pero ahora el editor del Alpine Journal me ha pedido que escriba sobre escándalos en la escalada. Los llamados escándalos de los que tengo reporte, meten a la escalada en un territorio difícil. Los escaladores han preferido no lavar su ropa sucia en público (mis disculpas por el cliché, pero soy periodista) pero en las ocasiones estoy a punto de mencionar era necesario hacerlo. Una vez involucrado, estaba inquieto porque mis lealtades podrían verse tironeadas desde diferentes direcciones, puesto que yo era periodista y escalador. Tampoco sé si, en retrospectiva, el término “escándalo” podría ser aplicado razonablemente a todos los episodios en cuestión.
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El primero de éstos comenzó, como lo suelen hacer las cosas tan a menudo, con una llamada de Ken Wilson. Él y varios colegas tenían problemas por los reclamos de un escalador llamado Keith McCallum que decía haber escalado una serie impresionante de rutas en Gales del Norte. Ken, Pete Crew y otros habían inspeccionado las rutas de McCallum y su respecto inicial por estos logros se había convertido rápidamente en escepticismo. McCallum era el fundador del Apollo Climbing Club, de los Midlands, pero cuando Ken contactó a otros miembros de club quedó consternado al saber que ninguno se había reunido nunca con los tres compañeros mencionados.
Habría problemas por las implicaciones de seguridad que se presentaban por las dudas sobre las rutas, como cualquiera que intentaba seguir las descripciones de McCallum, que habían sido publicadas en el New Climbs del Climbers’ Club, podría hallarse en verdaderas dificultades. Ken también estaba preocupado por las implicaciones legales de expresar estas dudas en público y el editor de New Climbs, Nigel Rogers, se había limitado a advertir que los escaladores que habían intentado las rutas deberían hacerlo con “la precaución más grande”.
Y así fue como Ken me llamó. Yo era entonces un periodista independiente de 27 años, que escribía mayoritariamente el Sunday Times, que entonces estaba, bajo la dirección de Harry Evans, construyendo una reputación por el periodismo de investigación. Como me explicó Ken, la advertencia velada publicada por Nigel Rogers era lo más lejos que el Climbers’ Club tenía pensado llegar en vista de las leyes sobre difamación de Gran Bretaña. El Sunday Times ¿podría echar una mirada?
Era una oferta que no podía ser rechazada. En el comienzo de mi carrera había estado inseguro en escribir sobre escalada, debido a la pobre reputación del periodismo por la inexactitud y mala representación al reportar sobre deporte. Pero para entonces me sentía más confiado, teniendo los dramas del intento del Eiger Direct para el Daily Telegraph y el intento británico de 1967/78 al Cerro Torre para el Sunday Times. El Sunday Times estuvo de acuerdo con mi propuesta de perseguir la historia y en breve estaba en Gales del Norte examinando las rutas en disputa con el equipo de Pete. Una de ellos, dijo Crew enfático, era “una ruta tonta”, y absolutamente inverosímil. Los hermanos Holliwell, Les y Laurie, emitieron un veredicto similar de una ruta que intentaron.
El siguiente movimiento era enfrentar al propio McCallum. Hasta donde recuerdo, lo contacté por el teléfono y arreglé encontrarlo Gales del Norte. El editor de deportes del Sunday Times, John Lovesey, asistió a la reunión, consciente de los costos potenciales en penas legales de salir esto mal. No soy seguro de lo que yo esperaba de un encuentro en el cual efectivamente íbamos a acusar a un hombre de mentir. Pero lo que me sorprendió del comportamiento de McCallum fue lo desafiante y truculento que era. Insistió que él había subido las rutas que había descrito, pero él declinó proporcionar cualquier detalle sobre sus acompañantes diciendo que no veía ninguna razón por la que debiera hacerlo. También intentó dirigir la responsabilidad hacia sus detractores —el “siguiente movimiento”, dijo, era hacia ellos. “Comenzaron todo el maldito negocio, está registrado y así es como lo dejo.”
Después de que nuestro encuentro, Lovesey y yo no tuvimos duda de que McCallum, por decirlo cortésmente, había estado mintiendo. También especulamos sobre si era un fantasioso, lo que ayudó a formular el título que apareció sobre el artículo en el Sunday Times. “Un Walter Mitty en Graig Gogarth” [Walter Mitty es un personaje de una novela que lleva una vida fantástica, al estilo del barón Munschhausen; Craig Gogarth es una zona de escalada en Gales, N. del T.]. McCallum desapareció del mundo de la escalada, como mencionó que lo haría en sus observaciones finales a nosotros: “Ya no tengo el mismo placer al escalar que antes”, dijo.