En la península de Yucatán, el agua está bajo tierra, en los cenotes que para los antiguos mayas significaron lugares sagrados. Perdido ese respeto hacia el agua, ahora se hacen estudios para preservar las cavidades y el agua. Carlos Evia nos lleva por un recorrido a dos cuevas cercanas a Mérida, Yucatán.
Desde afuera, el acceso a la gruta se ve como un agujero elíptico de seis metros de largo por cuatro de ancho. El grosor de la piedra del techo es de 2 metros. El jmen bajó por dos escaleras de aluminio amarradas entre sí sostenida sobre la raíces de un árbol que penetraban en la cavidad. Después de don Andrés me tocó el turno de bajar por ahí. Del techo pendían voluminosas estalactitas, obra paciente del agua a lo largo de siglos: con sólo este panorama ya me daba por bien servido. Pero la pasión que despiertan las cuevas me hizo continuar.
El cenote de Balmí.
Fotografía cortesía de Juan Baduy
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Mientras bajaban los demás tuve oportunidad de medir esta espectacular bóveda con un rayo láser: su diámetro mayor es de 45 metros y el menor, de 37. Es una cámara con forma ovoide. La altura es de 6.20 metros, desde la cúspide del túmulo donde estaba parado hasta el techo de la bóveda. Este túmulo se formó con las piedras que cayeron cuando se colapsó el techo de la bóveda y la fractura, llamada dolina, se convierte en el único acceso a la cavidad.
La altura del túmulo a partir de la superficie del agua es de cinco metros. Si a esta cifra le sumamos los 6.20 metros antes citados y los 2 del grosor del techo, entonces la altura desde la superficie de la tierra hasta el manto freático es de 13.20 metros. Cuando lo escuchó don Andrés dijo: “es correcto, pues aquí en Homún la profundidad de los pozos es de 13 metros”. Quedamos muy satisfechos de nuestros cálculos.
El túmulo es sólo una parte de la superficie inferior de la cavidad. Un área redondeada cubre las tres cuartas partes del suelo y la restante está ocupada por el agua del cenote, que tiene una profundidad de 12 metros y una temperatura de 27.2 º C, según Sergio Grojean. Dicho sea de paso, este cuerpo de agua es apto para refrescarse pues el nivel del agua desciende gradualmente y su claridad permite ver el fondo. Nos dividimos en dos equipos. Sergio y dos camarógrafos concentraron sus actividades dentro del agua. Xía, Adán, otros dos camarógrafos y yo, revisaríamos las paredes de la cueva.
El púlpito de Balmí
Fotografía de Carlos Evia
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Grosjean nos había dicho a cuatro metros de profundidad en el cenote hay tres cráneos que tienen una orientación lineal de oriente a poniente y están separados entre sí por un metro. Aparentemente no había más elementos asociados, pero debajo de ellos hay una gruesa capa de sedimento y su experiencia en casos anteriores le hace pensar que debajo de ese manto pueden estar aguardando grandes sorpresas. Los cráneos parecen corresponder a individuos adultos. De uno de ellos sólo conserva la mitad. Un antropólogo físico se encargará del análisis de estos elementos óseos y así sabremos más de sus características.
En el centro de la bóveda hay un conjunto de columnas, estalactivas y estalagmitas de gran tamaño. Don Elmer nos dijo que le llaman el “púlpito”.
Un amblipígido (un tipo especial de arácnido) huyó de nosotros y se metió en una grieta que al parecer era su escondite habitual. La cámara lo siguió y así nos percatamos que arriba de la grieta estaba depositado un objeto cilíndrico de seis centímetros de alto por igual de ancho. No es extraño encontrar objetos de este tipo en las cuevas de Yucatán, pues los mayas aprovechaban las grutas para proveerse de objetos pétreos que sirvieran en sus actividades cotidianas. Hicimos el registro del elemento observado y continuamos con la revisión. Días después mostré la fotografía del objeto descrito a la arqueóloga Fátima Tec y me dijo de inmediato y sin dudar: “es un macerador”.
El macerador de Balmí.
Fotografía de Carlos Evia
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Al terminar con el “púlpito”, pasamos a las superficies de las paredes. Nos fuimos hacia un punto específico del perímetro de esta cueva. Allí, donde casi se unen el agua y el área cenital, vimos en el suelo pedazos del techo de la cueva que se desplomaron por efecto del agua.
Un poco más adelante encontramos tres impresiones de manos hechas con la técnica del “negativo”; se denomina así porque la figura de la mano queda sin pintar, en tanto que el contorno se forma con la difuminación del colorante sobre ella. El colorante usado es rojo y se les veía en muy buen estado, pintadas a 1.50 metros de altura del suelo.
Terminamos nuestro recorrido con una grata sensación de haber estado en un lugar donde los mayas prehispánicos vivieron en otros tiempos. Si consideramos la presencia del agua, los cráneos, el macerador y las impresiones de manos, podemos pensar con bastante grado de certeza que esta cueva fue una de las tantas que nuestros antepasados usaron como parte de sus estrategias para sobrevivir y reflexionar sobre sus dioses.
Buceo en el cenote Balmí.
Cueva de las Manitas
Al salir de la cueva Balmí, don Elmer me preguntó si quería conocer la Cueva de las Manitas y pensé en la caminata que nos tendríamos que hacer bajo el sol de mediodía, pero para mi sorpresa, me dijo “vamos caminando, está aquí cerca”. A sólo 100 metros de distancia está la vereda que conduce a la ya famosa “Cueva de la Manitas”. Se localiza en el antiguo plantel henequenero de nombre Kanunchén. El acceso a esta cueva es muy fácil, sólo hay que bajar por una fractura ovalada de aproximadamente cuatro metros de largo por tres de ancho. Un escalón hecho con varias piedras planas, colocadas unas sobre otras, facilitan aún más el descenso.
Impresiones de manos en negativo en el cenote Balmí.
Fotografías de Carlos Evia
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Ya dentro de inmediato se observa un muro de piedras construido precisamente bajo la línea de goteo de la cueva. Desde mi particular punto de vista, esta construcción fue hecha allí para evitar que las piedras y la tierra, que suelen arrastrar la lluvia, obstruyeran la gruta. De hecho, el muro rodeaba una plataforma conformada de tierra y piedras de diverso tamaño.
Don Elmer, Xía, Adán y yo bajamos un poco más y nos sentamos a esperar a Sergio y a los demás. ¿Podíamos entrar de una vez a la cueva? Don Elmer dijo que sí. De inmediato nos percatamos que en el suelo hay una larga escalinata, construida desde tiempos inmemoriales, que inicia desde la entrada de la cueva y termina en la pared opuesta a la misma. El diámetro de esta cámara será de unos 30 metros. Nos apartamos de esa construcción para hacer un recorrido en el perímetro de esta bóveda principal.
Impresiones de manos en positivo en la cueva de Las Manitas.
Segundos después, nuestras miradas se posaron en las numerosas impresiones de manos, una de las manifestaciones pictográficas más comunes en las grutas yucatecas pero que en esta cueva alcanzan una notoria densidad. De este tipo de pictografías hay algunas realizadas con las técnicas positivas y su técnica opuesta, en negativo. La variedad está también en el tamaño: unas parecen manos de niños mientras que otras parecieran de adultos. Colores: rojo y negro. En algunos casos no sólo se hizo la pictografía de la mano, sino que también se estampó el antebrazo. Grosjean ya las había contado: 114 improntas.
Sergio me pidió fijarme en la figura de un personaje sedente. El contorno del dibujo y las líneas interiores está elaborado con un surco fino de tres milímetros de grueso, tiene una altura de 30 centímetros y un ancho de 15. Parece de hechura prehispánica pero también aparecen múltiples líneas que no están vinculadas con la imagen principal, lo que hace pensar que pudo haber sido modificada por personas que ignoraban su sentido original y su valor.
Hay tres elementos relevantes: sus ojos se representan como si estuviera muerto, su cabeza tiene un tocado de personaje importante y su hombro y brazo derecho está anatómicamente muy bien dibujados. Tiene orejeras y un cinturón de dos bandas en medio del cuerpo. Impresionante, esta imagen requiere un registro más detallado para poder hacer un análisis de su mensaje.
Personaje sedente en la cueva de Las Manitas.
Fotografías de Carlos Evia
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En todo el recorrido hay fragmentos de cerámica; juntos o dispersos, los había por todas partes. Casi al final encontramos una galería de baja altura pero su longitud parecía tener un desarrollo considerable. Sin embargo, no continuamos porque entre los objetivos de la visita no estaba la exploración. Sergio nos dijo que la cueva tiene un pequeño depósito de agua que, como en otros casos y lugares, pudo haber servido para efectos rituales pero sin duda para el abastecimiento de los hombres del campo cuando van a sus milpas o cuando están en jornadas de cacería. Cuando salimos de Las Manitas ya había caído la tarde.
Con el cielo oscurecido por las nubes y una persistente llovizna regresamos a Mérida. Cuando recorría la vía del anillo periférico cayó un torrencial aguacero de tal intensidad que los vehículos tuvieron que bajar su velocidad y encender sus luces. Fue allí cuando pensé en el tremendo impacto que debió tener entre los mayas las distintas manifestaciones del agua; a veces el líquido está tranquilamente asentado en los cenotes y sirve para calmar la sed de los humanos, en las mañanas humedece a las plantas del monte con las frescas gotas del rocío y en otras ocasiones, muestra su poderío con fuertes aguaceros, rayos y truenos.
Personaje sedente en la cueva de Las Manitas.
Fotografías de Carlos Evia
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