Se decía que para comenzar un viaje, aunque fuera de miles de kilómetros, era necesario el primer paso, pero hoy día parece que muchos viajes pueden empezar con algo tan simple como un “clic” con el ratón del ordenador. El hecho de que los medios cubran, de forma exhaustiva, el tema de viajes y, lo que puede ser aún más significativo, el acceso a Internet, ha revolucionado nuestra capacidad de adquirir información sobre casi cualquier posible destino del planeta, sin importar cuán remoto pueda encontrarse. Se podría entender que pensáramos que hemos visto lugares y disponemos de todos los conocimientos sobre ellos sin haber abandonado la comodidad del sillón.
Hay quienes no tienen la posibilidad de viajar y, entonces, la posibilidad de ver el mundo a través de terceros es una buena alternativa, pero la realidad es que por mucho que se navegue por la red, por muchas revistas, libros o periódicos que se lean y por muchos programas de televisión sobre viajes que se contemplen, nada puede sustituir a la realización del viaje en persona.
Tanto si se decide llevar a cabo un helado viaje a través de los mares meridionales de la Antártida con objeto de revivir la notable aventura de Ernest Schackleton y la tripulación del HMS Endurance, como si se opta por sumergirse en la jungla ruandesa en busca de los gorilas de montaña, la experiencia que representa el estar en estos lugares superará cualquier idea preconcebida. No hay fotógrafo capaz de captar el vigorizante frío del viento que desciende por la ladera, desde las alturas de un glaciar de color azul intenso, ni de transmitir la maravilla de estar sentado al lado de una gorila que acuna a su cría recién nacida como lo haría un ser humano. Los fotógrafos solamente podemos aspirar a ofrecer una lejana aproximación.
También parece que cada vez se hace más patente la conciencia colectiva de la fragilidad de la Tierra y de las heridas que el planeta ha sufrido, así como de nuestra responsabilidad para asegurar la protección de sus criaturas y sus bellos y salvajes parajes. No podemos justificar un turismo que sea, en sí mismo, un peligro para aquello que deseamos contemplar. Si el número de personas que quieren viajar aumenta constantemente no queda otro remedio que aceptar las crecientes restricciones y controles en los lugares de destino.
Por suerte, las organizaciones que regulan las actividades turísticas han comprendido la situación e intentan, por todos los medios, lograr el equilibrio entre la conservación y la oferta de una experiencia inolvidable. Ello es posible, pero está en nuestras manos, como viajeros, compartir con ellas la responsabilidad y viajar con una disposición flexible y con el máximo cuidado. Es comprensible sentir cierto disgusto al no poder ver al escurridizo león o al oso polar en un costoso itinerario.
Sin embargo, la exigencia de tener garantizada la oportunidad de avistar determinados animales ejerce una presión sobre los operadores turísticos que llega a poner en peligro las normas ambientales y de conservación, lo que constituye el comienzo de una inevitable espiral descendente. Nuestras acciones son importantes y ejercen un impacto sustancial; es el momento de considerar que el destino real, tanto física como mentalmente, es el viaje en sí con todas sus incertidumbres.
Nunca había sido tan fácil viajar como lo es hoy en día, pero los viajes que ahora emprendemos son todavía tan personales, desafiantes y satisfactorios como lo fue en su momento el que Schackleton hizo a la vela en el Endurance.
Steve Watkins y Clare Jones, 2006
Tomado de: Steve Watlkins y Clare Jones. 30 excursiones inolvidables del mundo. Ediciones Blume, Barcelona. 2006. 256 páginas. ISBN: 84-9801-139-6. páginas: 8-11. Reproducido con autorización de la editorial.