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Montañismo y Exploración
Entrevista a Kurt Diemberger
26 septiembre 2008

Kurt Diemberger, a sus 76 años una leyenda viva del alpinismo, es la única persona con vida que logró los dos primeros ascensos a picos por encima de los 8.000 metros. En sus expediciones, enfrentó la muerte de dos de sus más entrañables amigos, y su destino fue sobrevivir para contarle al mundo qué significa llegar a las cumbres y cuáles han sido sus vivencias en más de medio siglo de escaladas.







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por Amira Abultaif Kadamani
Entrevista exclusiva para Revista Credencial.

Hemos realizado nuestro sueño en el K2, pero hemos dado todo lo demás a cambio”, aseguró Kurt Diemberger tras descender de la montaña más desafiante y riesgosa de la Tierra. Era agosto de 1986, y había visto morir, al parecer por un edema cerebral, a su gran compañera de cordada Julie Tullis, entre otros cuatro alpinistas.

No era la primera vez que Diemberger se sentía devastado por la muerte. En junio de 1957, fue testigo de cómo Hermann Buhl, uno de los mejores escaladores de todos los tiempos, cayó de una cornisa que se desplomó de la montaña Chogolisa y desapareció sin dejar rastro.

Kurt Diemberger en el bosque de niebla de la reserva El Silencio, en Subachoque, Colombia
(Foto Wilfredo Garzón).

Luego de más de cinco décadas de ascensos, este austriaco es uno de los pocos que ha conquistado siete veces la cima de montañas que sobrepasan los 8.000 metros de altura, entre otras decenas de picos. Comenzó a los 16 años en las montañas de Salzburg, su ciudad, mientras buscaba cristales y fósiles. Pero al poco tiempo reconoció que el cristal más precioso en sus manos era la montaña misma, y que había nacido para explorarla en toda su magnitud.

Se graduó de economía y comercio en la Universidad de Viena, en 1955, pero sólo ejerció como profesor durante cinco años, pues hizo caso a su voz interior y convirtió el alpinismo en su vida, filmó películas y documentales –ganadores de varios premios internacionales, entre ellos el Emmy–, tomó fotografías, conformó expediciones, sirvió de guía, dictó conferencias y escribió libros. Summits and secrets, Entre cero y ochomil metros, K2: el nudo infinito, K2, desafío en los confines del cielo (con Roberto Mantovani) y Aufbruch ins Ungewisse, son algunos de sus títulos. El más reciente fue el publicado el año pasado, El séptimo sentido, una obra reposada y madura en la que este hombre rico en experiencias habla sobre el arte de vivir y escalar montañas.

Salvo por la pérdida de tres falanges de su mano derecha y otras de sus pies, no ha sufrido ninguna otra lesión grave. Irónicamente, ahora camina con bastón porque se fracturó el fémur de su pierna izquierda tras caerse, en marzo de este año, de una bicicleta de montaña. Para deleitarse con los paisajes, aún escala distancias cortas y poco exigentes, generalmente al lado de su segunda esposa, Theresa, con quien tiene un hijo, además de otros tres fruto de pasadas relaciones.

Actualmente vive en Bolonia, Italia, y viaja con frecuencia por el mundo para relatar sus aventuras. Acaba de visitar Bogotá, invitado por el Colegio Champagnat a la XI Semana de la Montaña y la Biodiversidad. Fue su segunda visita al país, pues la primera fue en 1992, cuando escaló la Sierra Nevada de Santa Marta. Ponderado, reflexivo como los buenos maestros, concedió esta entrevista para Credencial.

Los ‘ochomiles’ de Diemberger

  • 1957 Broad Peak (8.047 m)
  • 1960 Dhaulagiri (8.167 m)
  • 1978 Makalu (8.467 m)
  • 1978 Everest (8.848 m.)
  • 1979 Gasherbrum II (8.035 m)
  • 1983 Broad Peak (8.047 m)
  • 1986 K2 (8.611 m)


¿Por qué un hombre arriesga su vida para escalar una montaña?

– Es un amor profundo a la naturaleza. Nada de lo que uno puede realizar en la vida está sin riesgo, y la montaña también lo tiene, pero no puedo vivir sin ella.

¿Qué le otorga la montaña que no le da otra cosa?

– Una capacidad de descubrimiento infinito. Cuando hice, por ejemplo, mi primera gran escalada a un gran techo de hielo, lo hice porque quería saber qué había en el interior de eso que parecía un gran domo, una catedral fantástica; y segundo, porque quería saber si era capaz de lograrlo o no.

¿Cuál ha sido el más grande descubrimiento?

– Hay muchos. Uno descubre la amistad, la ayuda al otro, la satisfacción de lograr la cumbre, una nueva ruta para ascender o una nueva cara de una montaña. Es como para un pintor hacer una nueva figura. He pensado que la montaña es como mi mamá y mi papá, siempre viviendo ante mis ojos, siempre grande. Es un amor incondicional. Otro gran regalo que la montaña me ha dado es haber descubierto el silencio.

¿Y la soledad?

– La soledad es buena porque permite pensar. Es contrario a lo que ocurre en el mundo moderno. La televisión, por ejemplo, siempre te dice muchas y muchas cosas, pero con la soledad, es uno quien debe encontrarlas.

¿Qué pensó cuando llegó por primera vez a un pico de 8.000 metros?

– Fue una gran satisfacción y una experiencia única. Ya era muy tarde, el sol estaba muy bajo y era el momento de regresar, pero Hermann Buhl y yo quisimos tomar el riesgo de pasar la noche a 8.000 metros de altura y exactamente a la puesta del sol estábamos sentados sobre ella. La cima tenía una sombra de unos 250 kilómetros en la lejanía, hacia el Tíbet, y verla fue algo mágico. Por sensaciones como esa es que surge la necesidad de volver a intentarlo.

¿Qué se siente estar sin oxígeno a esa altura?

– Sin oxígeno, uno simplemente debe respirar más veces y hacer más pasos. Para ascender, hay que pasar por un proceso de aclimatación; de lo contrario, es necesario llevar oxígeno. Pero la ‘vía justa’ de una escalada es sin portadores de altura y oxígeno. Aunque para filmar es mejor llevarlos para evitar que la mano se vuelva muy temblorosa. Si uno se siente morir sin oxígeno, es mejor no ir a la montaña.

¿Su fin siempre ha sido llegar a la cima?

– No sólo llegar a la cima, también filmar, y no sólo la montaña, también la vida de los hombres en ella, es decir, los alpinistas y los lugareños. Con mi hija, que es antropóloga, hicimos un filme que ganó tres premios internacionales llamado Tashang, un pueblo tibetano entre el mundo de los hombres y el mundo de los dioses.

¿Al subir, se ha sentido más cerca de Dios?

– Sí, a veces. Ese es un estado de ánimo que no se puede describir. Hay gente que dice que al llegar lo único que pasa es que ha terminado la fatiga, pero pienso que cuando dicen eso han olvidado la felicidad.

¿Entonces la felicidad existe en la cumbre?

– Sí existe, y no sólo en la cumbre. También cuando estás rodeado por un paisaje de montañas te envuelve algo que no se puede describir.

¿Qué sería lo más cercano para describirlo: quizá la presencia de Dios o la grandeza del universo?

– Sí. Los indígenas lo dicen en sus palabras. Por ejemplo, en Groenlandia afirman: “Solamente los espíritus del aire saben qué cosa se encuentra detrás de la montaña, pero yo sólo marcho adelante, adelante”. Y en Nepal no sólo se cree en los espíritus del aire; también en los de los árboles, el agua y la montaña misma. Nosotros pensamos que para los tibetanos o los nepaleses la cumbre de una montaña es el sitio de los dioses, pero para ellos es también es el refugio de sus antepasados.

¿Cómo veía la muerte en sus grandes ascensos?

– La muerte es una parte de la vida. Nunca fui a una montaña con el miedo de morir. Eso no tiene sentido porque uno puede morir con o sin ella. Si uno va a la montaña es porque hace parte de un gran sueño, pero no se debe ir sin prudencia guiado sólo por la fuerza de ese sueño porque seguro se encontrará con la muerte súbita.

¿Cómo se prepara una persona para subir una montaña de 8.000 metros?

– Hoy en día muchos no se preparan y ese es un gran error. Piensan que hay una agencia que organiza tours donde uno paga y eso le dona el derecho de la cumbre. Por eso hay tantas tragedias en el Himalaya. Quien ama verdaderamente la montaña y quiere conquistar un 8.000 debe, antes, hacer escaladas pequeñas y, gradualmente, ir ascendiendo alturas mayores. También debe saber que hay ‘ochomiles’ más fáciles que otros, y en eso también hay que prepararse antes de pretender asumir montañas como el K2, que es la más peligrosa y la más difícil, según la cara por la que se ascienda. Lamentablemente pocos siguen esta regla.

 

Hace unas semanas murieron 12 personas en el K2. ¿Cada vez que escucha este tipo de noticias, revive su propia experiencia trágica en el K2 en 1986?

– La causa de lo ocurrido este año es totalmente diferente. En 1986 nos toma por sorpresa una terrible tormenta con nieve y hielo que dura una semana, y a 8.000 metros eso es muy duro de resistir, así uno esté muy bien preparado, tenga toda la experiencia y se haya aclimatado. El límite de resistencia en esas condiciones es normalmente de tres o cuatro días, pero una semana es impensable. Nuestro grupo era de siete personas, de los cuales cinco murieron y sólo dos sobrevivimos estando justo al límite de la muerte. Yo perdí los dedos de una mano y otros de los pies, pero la pérdida más grande fue la de mi compañera Julie. Lo que ocurrió en agosto de este año fue que se desplomó un enorme bloque de hielo a 8.300 metros. No cayó sobre los alpinistas porque ellos ya habían llegado a la cumbre, pero se llevó todo su equipo: cuerdas, clavijas y demás. Bajaron un poco y vieron que lo habían perdido todo. Decidieron esperar a que amaneciera y se quedaron en ese lugar a pasar la noche al raso, empleando los elementos disponibles. Solamente unos pocos, con prudencia y experiencia, se replegaron. Sobrevivieron luego de darse cuenta de que en la mañana otro bloque se desprendió llevándose a los que allí se quedaron y a algunos rescatistas que habían ido en su ayuda.

Sobre los ocurrido en 1986, ¿por qué fue usted quien sobrevivió?

– No sé. Sólo sé que del grupo de siete, los dos más viejos sobrevivimos.

¿Quizá por más experiencia?

– No, no creo que sea la experiencia. Posiblemente es porque cuando eres más viejo tomas con más calma el ascenso y el fin. Y con más calma, se tiene más energía.

¿Cómo saca uno la fuerza para sobrevivir a una tragedia de esas?

– Es la confianza en el curso de los acontecimientos. Uno confía en que si debe sobrevivir, la tormenta se acaba. Pero si uno ve que no acaba, comprende que ese es el destino. Lo que lo salva a uno es la confianza en su estrella. Otros le rezan a Dios para acoger esa confianza, es la fe. En el episodio de 1986 yo sólo pensaba que si esa era mi predestinación, lo único que quería hacer era pedirle a Dios que mis hijos estuvieran bien.

¿Pero logró mantener la calma en todo momento, nunca se desesperó?

– No, nunca, porque o aceptaba el destino y la voluntad de Dios, o moría. Al aceptarlo, probablemente conservé la energía que necesité para sobrevivir y descender casi 2.500 metros hasta la base de la montaña.

¿Es religioso?

– Sí, soy católico y creo en Dios. Mi padre, quien ya murió, era doctor en teología y biología, y siempre me decía: “Mira Kurt, la cosa no es simple. En estos sitios del Himalaya no sabemos qué fuerzas invisibles hay. Puedes rezarle a Dios, pero siempre piensa que hay espíritus de la montaña, del aire y del agua que también tienen su parte. Debes respetar a la gente de aquellos lugares y también a los espíritus que viven allí”. Y tenía razón.

¿Qué extraña de sus dedos?

– Nada. No me hacen falta porque funcionan bien. Ya escalé las montañas difíciles, así que para los ascensos fáciles éstos que tengo son suficientes.

¿Cuál es el arte de vivir?

– Es la facultad de reconocer dónde se encuentra la autorrealización, y el impulso para llevarla a cabo. A eso, yo le llamo el séptimo sentido. Pero este séptimo sentido debe tener en cuenta el sexto, que es la precaución y el respeto.

¿Se arrepiente de algo?

– No sé si puedo llamarlo arrepentimiento, pero a veces pienso que si no hubiésemos seguido adelante ese día de 1986, quizá todos hubiéramos sobrevivido, incluida Julie.

¿Qué le hace falta por hacer en la vida?

– Muchas cosas. La más importante es escribir. Estoy trabajando en un libro de historias de la montaña, otro de mis memorias y otro libro fotográfico de gran formato. También me gustaría regresar a algunos sitios, como la zona detrás del K2, que es un lugar fantástico y muy poco explorado en China. Es un desierto de montaña.

¿Hacia dónde ha evolucionado el alpinismo?

– Ha evolucionado hacia muchas ramificaciones.Una parte siempre es la clásica, que es el descubrimiento de la naturaleza. Otra rama es la deportiva, que a mi gusto es demasiado atlética y competitiva. Y otra más, son las expediciones que sólo buscan coleccionar cumbres. Cuando un alpinista quiere escalar una montaña no debe hacerlo por competencia ni por marcar una cima más en su listado personal, sino porque verdaderamente le gusta esa montaña, tanto como una persona se enamora de otra.

¿Ya todas las montañas están descubiertas, ya todo se ha hecho en el alpinismo?

– No. Es un gran error pensar eso. Casi todos corren en busca de la misma montaña y de la misma vía. Pero hay varias caras de una misma montaña, y hay muchas poco exploradas o vírgenes.

¿Cómo le gustaría morir?

– No me gustaría morir sin pensar. No me gustaría caerme ni ahogarme. Probablemente sería mejor morir en la cama de un infarto súbito, o fallecer en un vivac, tranquillo, contemplando el horizonte.


Reproducido con autorización de la Revista Credencial



 



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