El Mont Blanc es la montaña donde se inició el montañismo y ahora, algunos alcaldes de los pueblos que se encuentran a su alrededor, han vuelto a la carga: 30 mil personas al año que intentan la cumbre de la montaña más alta de los Alpes es un número muy elevado para mantenerla en buen estado, para garantizar la seguridad y para los equipos de rescate.
Tener 30 mil aspirantes al año por la cumbre —casi 200 diarios en verano— equivale a una gran cantidad de desechos orgánicos. Ni los refugios ni sus sistemas sanitarios están hechos para esa cantidad de personas, por lo que, aseguran, los glaciares se están volviendo amarillos por la cantidad de orina que se depositan en ellos.
Esa misma cantidad asegura que la montaña esté siempre llena y en algunos lugares, como en el Mont Blanc du Tacul, donde el riesgo es alto, la probabilidad de que exista un accidente sea más elevada. Lo cierto es que hay mucha mayor seguridad si hay menos gente.
Por otro lado, los servicios de rescate están siendo superados con creces en su atención y actualmente reciben 800 llamadas al día mientras que hace 10 años sólo recibían 15 en ese mismo tiempo. “A algunos se les ve subir mal equipados, calzados con unas simples bambas. Además, se creen que, si hay algún problema, basta con llamar por el móvil para ser rescatados enseguida”, comentaba Jean-Marc Peillex, alcalde de Saint Gervais, donde se encuentra la principal vía de acceso a la cima, y principal promotor de la idea de establecer un peaje para la montaña.
La idea de cobrar el acceso a la montaña fue lanzada al público hace un par de años pero entonces fue rechazada por un gran alud de comentarios en contra. Se habla de mantener la pureza de la montaña y preservar la seguridad de quienes van a ella, de que si en el Himalaya y Karakorum se cobra, ¿por qué no en los Alpes?, se habla de la libertad intrínseca de la montaña y del montañismo… entre otras cosas.
Pero ni los visitantes a la montaña ni las autoridades que pretenden establecer una reglamentación, parecen escucharse unos a otros. Ambos tienen la razón desde sus puntos de vista y mientras no escuchen los argumentos de su contraparte y se limiten a defender únicamente los suyos, no habrá avance en esto. Cuando en la década de los 80 se hablaba de que comenzaba una masificación, prácticamente nadie tenía la idea de tener 200 personas por día sólo en la cumbre del Mont Blanc.
Habría que comenzar a pensar en las consecuencias que tiene el impacto de tanta gente en la montaña y no sólo en el Mont Blanc, sino en todas ellas. Pero eso no nos lleva sino a preguntarnos si nuestra civilización occidental nos está dando los valores necesarios y los adecuados como para no ir a la montaña a descubrirlos.
Jean-Marc Peillex ya ganó un premio de conservación por una campaña de información local para limpiar el Mont Blanc, campaña que inició hace dos años. Ahora quiere ir más lejos pero aunque la idea de proteger a la montaña y a los visitantes sea la adecuada, los argumentos no parecen ser los apropiados:
“¿Por qué no emitir permisos a los escaladores como se hace en Nepal? ¿Por qué no forzarlos a ser acompañados de un guía? No debería permitirse a nadie ir a la cima sin tener reservado un lugar y estar acompañado por un profesional que pudiera garantizar la preservación de la montaña”. Un discurso muy parecido se habilitó cuando el Parque Nacional Huascarán, en Perú.
Lo importante no es que se establezca una cuota, que es en lo que se fijaría todo mundo cuando le hablen de ello, sino en que existe un problema y que debe resolverse ahora que “sólo” son 30 mil visitantes al año y no más.
Eso es precisamente lo que no hay que perder de vista: la masificación que se buscaba en un principio para beneficiar a un deporte que no tiene jueces ni espectadores, tiene más de una cara y no todas son positivas.