Cuando Elsa me invitó a participar en la presentación de su libro Triunfar al extremo, mi primera emoción fue de agradecimiento.
Es que haber tenido la oportunidad de cruzarme con Elsa Ávila ha sido para mí una gran bendición… un regalo. Celebro con gran, gran emoción el que por fin aparezca en las librerías de nuestro país Triunfar al extremo de mi amiga Elsa Ávila.
Se trata de un libro que a primera vista muy sencillo de leer y accesible a cualquier persona. Lo encontrarán seguramente en las sección de libros denominados de “Autoayuda”. En cierta forma, lo es.
Pero sinceramente creo que va mucho más allá, pues es además es un relato valiente, honesto, íntimo, emocionante y muy, muy personal de una mujer que ha realizado una hazaña y además ha construido una vida rica y original.
Triunfar al extremo no es un discurso sobre cómo alcanzar la felicidad en tres pasos, no pretende llevarnos por el camino fácil de seguir una receta que mágicamente nos sacará del hoyo o nos hará ricos y poderosos prometiéndonos que al terminar de leerlo seremos instantáneamente mejores bichos.
Eso no va a pasar.
Triunfar al extremo logra dejarnos una tarea ardua. Nos plantea retos pero sin echarnos un sermón arrogante. Mientras vamos siguiendo el testimonio de Elsa por las montañas del mundo y del alma, nos iremos encontrando con pequeños espacios que funcionan como un espejo que nos confronta —por un lado— y —por el otro— nos alienta. Sobre todo nos dejará inspirados y llenos de esperanza para crear, corregir y mejorar nuestra existencia.
El hecho de que Elsa me eligiera a mí para presentar su libro junto con Carlos, habla mucho del tono en el que está escrito éste libro. Elsa escribe como le escribiría a sus amigos más cercanos: abierta, al grano, directamente. Sin rodeos.
Yo estoy aquí en calidad de amiga de Elsa y me perdonarán pero no me queda de otra que intentar estar a la altura de su entrañable amistad y también será ésta una intervención breve y muy personal.
La primera vez que el camino de Elsa y el mío se cruzó fue en la prehistoria… Corrían los años ochentas y entonces transitábamos por esa energética parte de la vida en la que uno sabe que puede hacer cualquier cosa. Al menos eso cree. Con esa actitud con la que tantos veinteañeros van comiéndose el mundo a puños.
Elsa Ávila, cuando ingresó al Salón de la Fama del Montañismo mexicano
Mi trabajo en la televisión me llevó a entrevistarla durante un Congreso organizado por la Secretaría de Educación Pública. Los niños participantes eran estudiantes destacados de sexto de primaria y venían de todos los rincones de México. En ese espacio y durante tres días, además de discutir desde su perspectiva los grandes problemas que enfrenta nuestro país, como la Contaminación Ambiental, La Crisis Económica y la Migración, tuvieron la oportunidad de conocer a figuras destacadas del arte, la ciencia, las humanidades y el deporte y hablar con ellos directamente en foros donde podían preguntarles lo que quisieran. La idea era que los niños se inspiraran en éstas figuras y se sintieran cerca de gente de “que ya la hizo”.
Entre estos grandes personajes se encontraban, entre otros, el escritor Juan José Arreola, el astronauta mexicano Rodolfo Neri Vela y los alpinistas Elsa Ávila y Carlos Carsolio. Elsa usaba una traviesa cola de caballo y la verdad es que parecía una niña más. Nada que ver con la típica figura que nos vende la publicidad de la mujer de éxito.
Me conmovió la inmediata empatía que se dio entre los niños y los dos alpinistas. Los niños y niñas parecían sentirse más identificados con una pareja joven que había logrado llegar entonces a varias de las cimas más importantes del mundo. Desde su inocencia y frescura esos niños entendieron que cualquiera puede, si quiere, conquistar las montañas más altas del mundo.
Este es un tema recurrente en el libro de Elsa: el ejercicio de la voluntad.
Tengo grabada la cola de caballo de Elsa y su sonrisa. Quedé impresionada con su serenidad, su sencillez, su alegría y me pasó algo que pocas veces sucede cuando conoces a alguien que tiene tu misma edad: la certeza de que la edad es un espejismo.
Estaba ante alguien muy, muy grande. Elsa proyectaba una grandeza interior poco común, de ésas que sólo percibes en la gente que sabe lo que quiere y que disfruta de la vida. Al escuchar sus logros pero sobre todo sus sueños y proyectos que incluían llegar a la cima del Everest me contagié de su confianza y me sentí motivada a seguir los pasos de mi corazón. Estoy convencida de que quien tenga la oportunidad de leer Triunfar al extremo sentirá más o menos lo mismo que yo en aquel entonces.
Seguí, como muchos mexicanos los pasos de Elsa Ávila a través de la prensa y la televisión. Más montañas. Más hazañas. Me enteré de la empresa que fundó junto con Carlos y que muchos de los sueños que habían compartido en aquel congreso se iban cumpliendo. Supe que había sido mamá igual que yo.
Elsa no era mi amiga, pero yo sentía un gran gozo, por ella. Por supuesto festejé desde lejos su triunfo de aquel 5 de mayo de 1999 cuando logró ser la primera mujer de Latinoamérica que conquistaba la cima del Everest.
Pasaron algunos años más y un 16 de septiembre, en Valle de Bravo, la vida me volvería a dar la oportunidad de cruzarme con Elsa, ésta vez de manera más contundente: nuestros hijos marchaban juntos en el desfile que año con año se hace en este hermoso pueblo del Estado de México. Santiago, Karina, Federico y Sofía en las filas de la Escuela Valle Bravo, recorrerían las calles principales de la ciudad el día de la Independencia. Así que con nuestra gorrita de mamás, Elsa y yo nos encontramos gracias a una amiga común que hoy se encuentra aquí: Victoria Haro.
Como yo era nueva en el pueblo y en la escuela, Victoria le había encargado a Elsa que me integrara al plan de los papás de la escuela. Elsa seguía siendo traga años, pero ya no usaba colita de caballo. Tenía la misma sonrisa pero en su mirada estaban las huellas de la madurez, la experiencia y la plenitud. Se veía a gusto con ella misma. En cambio yo no estaba tan bien. Estaba triste, confundida y me había ido a refugiar a Valle de Bravo con mis hijos para darme un espacio de silencio y paz que necesitaba mi alma.
Ese día nos dimos cuenta que teníamos muchas cosas en común entre ellas un lugar: Monte Alto. Yo iba casi todos los días a caminar a Monte Alto con mis perras, después de dejar a los niños a la escuela y Elsa corría también todas las mañanas por las mismas veredas.
Durante los tres años que viví en Valle, tuve la fortuna de que Elsa me guiara y me mostrara las diferentes rutas de esa montaña. Me enseñó a distinguir la hermosa música que hacen los pájaros carpinteros cuando amanece, a encontrar hongos azules que crecen debajo del ocotal, a corregir mis pisadas y proteger mis rodillas, a aprender a aguantar el frío, a hidratarme bien, a escuchar mi cuerpo con atención. Con ella descubrí una montaña diferente y juntas disfrutamos del cambio de las estaciones.
Sin darse cuenta. Elsa me tendió con su compañía, su sabiduría y su ejemplo muchas cuerdas de donde agarrarme. Me ayudó a entrar en contacto conmigo misma a través de la hermosa naturaleza que compartíamos y a estar consciente de que estaba viva. No crean ustedes que yo podía seguirle el paso siempre. Yo nunca he sido deportista. Imagínense al lado de una deportista de alto rendimiento como Elsa. Mientras yo daba una vuelta a mi paso….Elsa daba cuatro al circuito que nos habíamos trazado.
Qué fuerza de ésta mujer. Cada vez que pasaba me echaba porras, me decía “venga”, “vamos, un poco más rápido”. Yo sentía entonces que era como una hojita frágil que se lleva el viento o como un rompecabezas deshecho en una mesa y que hay que volver a armar. Estaba reconstruyendo mi vida y pasando por mucho dolor. Estaba aprendiendo a caminar otra vez por el bosque de la vida y mi compañía era ni más ni menos que Elsa Ávila en persona.
En alguna de esas caminatas, durante el primer año, Elsa me contó del proyecto de hacer este libro que hoy nace públicamente. Como soy una lectora voraz me entusiasmó muchísimo la idea. Pero aunque Elsa tenía muchas cosas que contar, todavía no encontraba el cómo contarlas. Subiendo y bajando la montaña me iba adelantando pedacitos de lo que ustedes leerán y cada día le iba quedando más claro que el libro tendría que ir mucho más allá de un recuento detallado de sus hazañas alpinísticas. La vida le había dado otras lecciones que también tendría que integrar.
Una mañana Elsa me pegó un susto horrible. Mientras estábamos en el bosque se sintió muy mal. Conocía bien su cuerpo pues además, ya había pasado por el evento de su marcapasos. Su corazón le estaba diciendo claramente que esa caminata tendría que cancelarse en ese instante. No estábamos en el Everest, pero hagan de cuenta que sentí la adrenalina de lo extremo. Elsa no exageraba. Me invadió un miedo espantoso, me impresionó su claridad y su fuerza. Me sentí impotente y preocupada. Su corazón le había dado el mensaje oportunamente y siguieron varios meses de incertidumbre y miedo.
El doctor le dio permiso de caminar despacio y poco. Lo cual no fue en absoluto fácil para Elsa. Decidimos que en lugar de enfocarnos en el ejercicio nos concentraríamos en respirar y en buscar flores del campo para tener siempre llenos los floreros de nuestras casas.
Nos preguntábamos entonces cosas tan raras y disímbolas como: ¿Aceptaremos un día que hombres y mujeres somos tan distintos? ¿Qué será lo que le dará el color a flores? ¿Conoces el Parque Nacional El Chico? ¿Porqué en ésta época el bosque se pinta de amarillo y hace dos meses estaba en tonos púrpuras? ¿Cómo hacerle para contener y acompañar a nuestros hijos en momentos de cambio? ¿Irá a llover hoy? ¿Tu libro será corto o largo? ¿Porqué acá crecen tantos hongos rojos? ¿Quién fue el pendejo que dejó estas botellas de refresco en nuestra montaña?
Tratamos de hablar poco del corazón de Elsa, para evitar el miedo. Compartimos muchos días en el bosque y luego cocinando con nuestros hijos y con otros amigos mientras esperábamos el día en que Elsa iría a hacerse una operación compleja y peligrosa a Estados Unidos.
Otra vez el extremo. La vida y la muerte.
Antes de irse, Elsa me dio en su casa una clase magistral con libros y fotos de la operación que le harían. Elsa me mostraba las aurículas, las aortas, los laberintos de ese motorcito que hoy nos permite estar aquí. Me contó de su doctor que venía de la India y volvió a sonreír con esa sonrisa de cuando tenía veinte años.
Elsa Ávila estaba preparándose, como siempre en la vida, para subir otra montaña. El relato de lo que siguió lo pueden encontrar en las últimas páginas del capítulo 10 de Triunfar al Extremo, en un capítulo que se llama: Montaña de Humildad.
La extrañé tanto esos días. Volví a Monte Alto cada día con la esperanza de volver a recorrer esos caminos con ella. Yo estaba subiendo solita mi propia montaña y empecé a sentir cómo las piezas del rompecabezas se iban poniendo en su sitio.
En este libro ustedes se sentirán acompañados por Elsa Ávila a subir su propia montaña. Encontrarán palabras como: paciencia, tenacidad, perseverancia, preparación, conocimiento, sobrevivencia, actitud, fortaleza, decisión, cumbre... vida. Palabras grandes y ameritan de nuestra parte, como lectores, un ejercicio de interpretación.
El libro se puede leer rápido o despacio. Por encimita o profundamente. Es una cuestión de voluntad. Pero este libro es un pedazo generoso de una vida. Un sencillo pero intenso punto de vista que enriquecerá nuestra experiencia si abrimos el corazón. Ojalá se den la oportunidad de descubrirlo, pero sobre todo de realizar la tarea que les va a dejar.
¿Qué diferencia existe entre las pequeñas cosas de la vida y las grandes hazañas que pocos llegan a lograr? Esa es la pregunta profunda, valiente y sencilla que nos deja éste libro que hoy Elsa Ávila nos entrega.
Termino celebrando la vida de Elsa Ávila. Mi maestra. Mi amiga. Y éste su primer libro: Triunfar al extremo. Amiga: ¡qué orgullosa me siento de compartir éste momento contigo! Aquí está tu libro por fin.
Gracias por escribirlo: ya subiste otra montaña.