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Montañismo y Exploración
Siempre en constante reto
1 abril 2007

El fallecido alpinista alguna vez se quedó a 500 metros de hacer cumbre en el Everest, pero tuvo que descender para no congelarse







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LOLA MIRANDA FASCINETTO

El Universal

Domingo 01 de abril de 2007


Quebrantado, en el límite de su resistencia, sofocado, aterido, expuesto a cielo abierto con el traje de plumas de ganso desgarrado Andrés aún discurría:


"Si las congeladas no son tan fuertes vuelvo a subir y ya aclimatado seguro hago cumbre", eran sus palabras al rememorar cuando estuvo a unos 500 metros de la cima.


A continuación, en homenaje a El alpinista Andrés Delgado, dado por muerto el año pasado junto con Alfonso de la Parra, en el monte Changabang, en el Himalaya, habló a mediados de junio de 1996 y narró cómo entonces sobrevivió tras un frustrado intento de alcanzar la punta del Everest.


"Cuando estaba seguro del viento me di cuenta de la situación y cavilé paso a paso: ´Llevo mucho tiempo arriba, si no empiezo a bajar, a perder altura, es probable que muera en unos cuantos días´. Tenía estufa y gas para fundir nieve, pero se habían terminado los polvos con minerales que se le agregan al agua destilada para que hidrate y se absorba. Conseguí litro y medio. No tenía más que galletitas, pero ni me acordaba del hambre, y dije: ´Ahora tengo que bajar, ¿cómo?, no sé. Ya pasé tantas noches y cuatro días, aquí´".


Entonces, comenzó su descenso de alguna forma.


"Después de beber el agua caliente empecé a bajar. Sentía una debilidad increíble. Cada tres pasos el viento golpeaba como a 80 kilómetros por hora; me tiraba. Gateaba otros metros y me sentaba a descansar. Volvía a pararme, daba tres pasos y me volvía a caer. Cuesta trabajo avanzar cuando hay que ir rompiendo el hielo: crac, crac, crac... Para adelantar en la marcha, la nieve debe ser adecuada, ni muy floja ni estar acumulada. Me arrastraba y rompí mi traje de pluma. ¡Estaba entumecido! Cuando el pie se te congela no lo sientes, es como si fuera un bloque de madera, pero en cuanto se descongela se hincha. Quería quitarme las botas, masajearme, desentumecerme, pero luego no me iban a entrar, y pensé muy a mi pesar: ´Que así se quede, si lo pierdo ni modo, ya veré allá abajo´".


Cayendo y a tropezones logró avanzar y encontró la tienda de los alpinistas noruegos.


"Había un radio y lo encendí; era increíble que funcionara pues el frío descarga las baterías. Había gente en frecuencia y dije que era una emergencia. Los de la expedición noruega me respondieron; ya sabían lo ocurrido y me dijeron que Héctor Ponce de León, mi cuate, había subido a buscarme".


A pesar del intenso cansancio se sentía lúcido y pensaba: "Si logro bajar me voy a sentar en el base 10 o 15 días a comer como loco, sólo necesito recuperarme. Si las congeladas no son tan fuertes vuelvo a subir y ya aclimatado seguro hago cumbre. ¡Estaba loco!"


Llegó Héctor entonces, y cuenta éste que encontró consciente a Andrés, pero en mal estado y con gran cansancio.


"Me dijo: ´Andrés, necesitas oxígeno. Pero me negué y le grité: ´¡Estás loco, soy antioxígeno!´ ´Es imperativo, si no te lo pones te vas a morir´, me respondió".


Había que subir a la tienda inglesa, porque ahí había oxígeno.


"Si Héctor había subido a ayudarme y decía que había que aventarnos de cabeza, así iba a ser", indicó. "Tardamos mucho en subir otra vez esos 50 metros, pero en cuanto me puse el oxígeno ¡vuelve a la vida!, empecé a respirar y a sentirme menos mal. Logré dormir y amanecí mejorado. Con esta noche ya era la quinta que pasaba arriba de 7 mil 800 metros".


A 7 mil 600 metros encontraron a dos amigos italianos que venían a ayudarlos y bajaron.


"Me sujetaron con una correa como de perro, a la arnés, y si iba a caerme me daban un jalón para no perder el equilibrio".


Como a 7 mil 500 metros se terminó el oxígeno del tanque.


"Comencé a sentir ese horrible cansancio, pero ya estábamos cerca y, despacio, llegamos a 7 mil metros, al campamento uno. Ahí ya no me hacía falta porque en el ambiente hay más presión atmosférica y oxígeno. Dormí bien. Al otro día me revisó un doctor. Fue terminante. No podía volver a subir. Me dijo: ´Estás muy congelado, debes irte a tu casa´".


Cuando evacuamos el campamento base, varios cuates me bajaron 10 kilómetros en lomo de porteador. Me cargaba uno, caminaba unos metros y luego se turnaba otro. Era un terreno fácil, como el de las faldas de los volcanes. 10 kilómetros antes de abordar el jeep que nos llevaría a Katmandú, la capital de Nepal, me subieron a un yac, que es un animal de carga parecido al búfalo. Después de 24 horas llegamos y nos preparamos para volar a México.





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