Semana Santa en el desierto
15 mayo 2007
La lluvia había cambiado el color de la tierra de gris o pardo a verde. Lluvia en ese lugar semiárido es vida en abundancia. El viento traía las nubes desde el norte. Y en el desierto, descubrimos a la gente que vive en él. Estas son algunas de las vivencias adquiridas en un lugar que es más amigable de lo que se ve en las fotografías.
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Viejas cosas y encuentros extraños
Decidimos salir de la barranca para irnos por un lugar que le llaman “La Abandonada”. Seguimos lo que alguna vez fue la carretera que llegaba a este pueblo, ahora, como el pueblo abandonado, esta tenía ya en algunas partes desgajamientos y lugares invadidos por vegetación. La Abandonada era un pueblo fantasma con casas de dos o tres cuartos, algunas hasta con puertas de metal, hornos de piedra y con vestigios de carritos de juguetes con los que alguna vez jugaron los niños que ya no estaban, bicicletas, zapatos, molinos para maíz y todo un inventario, además de contar cada casa con terrenos para sus parcelas.
En algún lugar de esta inmensidad árida, vimos a dos personas con mochilas para ir a la montaña. Julia de broma dice “Son Blanca y Lalito”, dos de las personas que no habían venido a la caminata. Para nuestra sorpresa, resultaron ser ellos y también estaban sorprendidos de habernos encontrado.
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