Reflexiones cerca de la cumbre del Antisana
16 noviembre 2007
Titubeante, el dolor de mi corazón me hizo reír y mi estupidez me hizo llorar, una ráfaga de viento blanco pasó y barrió mi vanidad dejando desnudo mi enorme temor, con ello, mis dudas se disiparon. No subiría por las razones equivocadas. El tiempo de aceptar el fracaso había llegado.
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Me encontré a un lado del collado evitando las grandes grietas, por el lado derecho, mientras a mi izquierda pendían amenazantes los seracs. Acariciaba la idea de que podría pasar entre ambos, pero la realidad era distinta. El camino estaba obstruido por fragmentos del serac que caían en intervalos de algunos minutos, los trozos de hielo variaban desde el tamaño de un puño hasta mi estatura.
Comprendí que no pasaría por ahí con seguridad. En ese momento lo único seguro sería estar acostado en cama. Pensé en internarme por el collado agrietado pero no me agradó el riesgo entre tantas grietas abiertas, pues con facilidad me concentraría en evitar las que veo cuando me debo cuidar es de las que están ocultas. Estando solo en un terreno de esas características, consideré que mis posibilidades eran nulas. Miré hacia arriba, los seracs sobre mí parecían más estables, los escombros no mostraban pedazos superiores al tamaño de una naranja y nada caía por el momento.
Abandoné la ruta normal con una idea en mente: subir lo más directo que pudiese entre los seracs hasta al pie del hongo cimero. Luego vería cómo superarlo y si no encontraba el camino regresaría sobre mis pasos. Entre los seracs encontré un corredor de 50° a 60°. Mi pensamiento fue simple, me sentía más cómodo con la idea que los seracs eran más estables y que me estaba moviendo rápido. Si se desprendía uno grande, que podría suceder, me arrasaría de forma tan repentina y brutal que la muerte sería muy rápida. O los escombros pasarían a un lado y saldría ileso. Bien muerto o bien vivo, pensaba en ese momento, eso era preferible a caer por un descuido en una grieta, con la subsiguiente agonía en el fondo.
El avance era más lento y mi confianza iba disminuyendo con cada ráfaga de viento blanco que pasaba, pero había una compensación: ganaba altura. Pronto encontré entre los seracs una gran rampa que llevaba al hongo cimero. Salté dos largas y aparentemente delgadas grietas casi cubiertas que separan un serac de la rampa. No esperaba encontrar grietas de ese lado y no me hizo feliz su presencia. Como sea, el terreno mucho más inclinado me daba la seguridad de que no encontraría más problemas de ese tipo.
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