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Montañismo y Exploración
Reflexiones cerca de la cumbre del Antisana
16 noviembre 2007

Titubeante, el dolor de mi corazón me hizo reír y mi estupidez me hizo llorar, una ráfaga de viento blanco pasó y barrió mi vanidad dejando desnudo mi enorme temor, con ello, mis dudas se disiparon. No subiría por las razones equivocadas. El tiempo de aceptar el fracaso había llegado.







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Estaba solo en el glaciar del volcán Antisana. No me había dado cuenta, pero mis planes junto con mi compañero habían desaparecido 75 minutos antes. Mientras tanto, levantaba el campamento. Preocupado porque no llegaba mi compañero, bajé hasta el último lugar desde donde lo vi. No había rastro de él, pero tampoco había indicios de que hubiera sufrido un accidente durante el ascenso. Simplemente había dado la vuelta atrás.





Me llevó algún tiempo darme cuenta que la preocupación por él era una forma de aferrarme a los planes originales. Una vez más, la realidad se imponía haciendo añicos todo lo planeado. Sin embargo, una sombra de esperanza me hacía aferrarme al deseo de que todo marchara con normalidad.


Mi compañero llegaría al campamento y yo no estaba dispuesto a renunciar, no a levantar el campamento y salir en su búsqueda. No quería cederle la responsabilidad del fracaso, eso sería lo más fácil. Fracaso era el nombre del juego, lo sentí como mi sombra, sólo me restaba investigar como resultaría todo.


Eso hice.





Sin pensarlo mucho, entré en acción, pues creo que la fortuna sólo protege a los que se atreven y a los que se adaptan a las situaciones. Decidí iniciar el ascenso a la cumbre por la ruta normal. La directa tal como estaba (sin dos herramientas) no era una buena idea y la sur sin alguien que me asegurara, un suicidio. ¡Otra ruta normal!


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