Durante algunas décadas me dediqué a la práctica del ciclismo competitivo pero también recreativo. Después de algunos años de rodar en búsqueda de trofeos, premios, reconocimientos, etc., decidí colgar en 1998  la camiseta competitiva y dedicar ese tiempo de jornadas de entrenamiento a la recreación arriba de mi bicicleta.

Pero la bicicleta no podía ser sólo para recreación para mí. Mi cuerpo no se saciaba con un simple paseo. Necesitaba más y no sabía cómo llenarme. Y fue la inquietud de desarrollar algo diferente a la competencia y que me mantuviera en mi propio nivel lo que me llevó a plasmar en el papel una travesía: desde México hasta Perú.

El plan era dejar de lado las diferencias que pretenden poner los límites fronterizos y unir diez países con el firme propósito de promover el uso de la bicicleta como medio de transporte y no como una práctica deportiva para profesionales ni como un juguete recreativo. Pero más aún: promoviendo la cultura, el turismo y la conciencia ambiental.

Partir en bicicleta desde un lugar representativo de México fue la primera tarea de este sueño una vez que tenía como meta llegar a la ciudadela de Machu Picchu, en Perú. ¿Cuál sería el lugar de partida? Teotihuacan, sencillamente por que es el sitio arqueológico que nos representa como mexicanos y por que si se trataba de unir dos países, ahí estaban: dos grandes culturas unidas por el tiempo y la distancia, a través de la bicicleta.

Esa era la idea y ahora había que aterrizarla. Primero revisar mapas con división política de la zona a recorrer para saber con precisión por que países íbamos a rodar. Posteriormente hacer un trazo imaginario con programas especializados en navegación satelital cruzando información con cartas topográficas o guías de carreteras locales para obtener la ruta a seguir.