A mi llegada a Lechuguillas tuve que tomar un día descanso para descansar los brazos y esperar que “la mar” —como dicen los pescadores— estuviera quieta. El recuento de los daños: timón roto, una mano lastimada y el hombro derecho golpeado. Había perdido mi esponja, un bote para achicar y una botella de agua. Claro que podía navegar sin él, pero sería más laborioso. En Emilio Carranza no encontré ni un herrero.
Mi siguiente alto sería en Palma Sola, a unos 30 kilómetros de distancia. Ya había adoptado esa distancia como promedio para navegar. Eso implicaba aproximadamente seis horas remando y no terminaba muy cansado, aunque lo hacía más lento para poder disfrutar. Era el punto obligatorio porque después seguía Laguna Verde, donde está la planta nucleoeléctrica. Como zona federal de alta seguridad, no podría parar ahí por ningún motivo, salvo por una emergencia.
Comencé temprano. Era impresionante la diferencia del mar, con olas suaves. Un hombre que trabajaba en el hotel me ayudó a cargar el kayak más allá de la zona de rocas. Me vio trepar y escuché su despedida antes de arrancar: “Suerte”. Crucé las olas fácilmente y me dirigí hacia el sureste, la dirección que marca la costa.
Pronto descubrí que navegar sin timón requería un esfuerzo mayor. Esa pequeña hoja de metal hacía las cosas mucho más fáciles, no cabía duda. Pero ahora no lo llevaba y debía corregir con el remo. El remo… cuando llegué a la playa el día del norte, el hombre que me ayudó me había comentado nomás ver el kayak:
—Hace unas dos o tres semanas pasó otra persona por aquí en uno como ésos.
—¿Igual?
—Sí, hasta amarillo. Yo creí que sería él y no usted.
Dos o tres semanas… El tripulante había navegado con norte y cuando el hombre lo vio, estaba en las olas, pero sin el kayak, que ya había llegado a la orilla y seguramente estaba inundado.¿Qué le habría pasado al navegante? Estaba en las olas y no podía salir. El hombre sólo esperaba que una lancha fuera a rescatarlo. Pero había norte y los pescadores saben lo que esos significa. El hombre fue llamado a cumplir sus labores y ya no supo. Al otro día el kayak no estaba ahí. Quizá perdió el remo. Un kayak es una embarcación increíblemente marinera, pero depende del remo para que funcione.
Pasé frente a la pequeña bocana donde se suponía que debía haber desembarcado. Arena, me dijeron, pero también había rocas.
Desde Nautla veía montañas como un horizonte diferente al inmenso del océano. Para mí, las montañas eran más vitales que la pura línea costera en la que un kilómetro era igual al otro, al menos desde el kayak, pues se está sentado unos centímetros por debajo del nivel del agua. Con las montañas de fondo, podía calcular cuánto avanzaba, podía ponerme metas, imaginar cuánto tiempo se tardaría en subir ésa o aquella.
Pasaba caseríos. Es increíble la cantidad de gente que hay en la costa de Veracruz. De uno de ellos salió una lancha con tres hombres, uno de ellos con un abdomen más que prominente. Venían a mí y me detuve. “Vimos una panguita y dijimos vamos a ver quién es, a lo mejor tiene problemas”. Y ahí estaban. “¿Desde Tampico, en eso?” Sí, para Veracruz ya faltaba muy poco y para Palma Sola sólo había que dar la vuelta a esa punta y vería una ensenada donde estaban las casas y el pueblo.
Nos despedimos. Ellos asombrados de mi locura y yo agradecido por saber que alguien se preocupara por una persona que anduviera en una “panguita”. Gente de mar que sabe lo que son los problemas en el océano. Los vi alejarse y volví a remar. Sí. Había gente, pero ya no volví a ver delfines. ¿Qué hacían los delfines durante el gran oleaje de un norte?