follow me
Montañismo y Exploración
La Villa Rica de la Vera Cruz

Desde Nautla veía montañas como un horizonte diferente al inmenso del océano. Para mí, las montañas eran más vitales que la pura línea costera en la que un kilómetro era igual al otro, al menos desde el kayak, pues se está sentado unos centímetros por debajo del nivel del agua.







  • SumoMe
Pasé la punta y vi una pequeña ensenada con pocas casas. No podía ser Palma Sola. En la carretera yo había visto un letrero que decía que tenía más de dos mil habitantes. Quizá tres mil ahora. Debía ser dando la vuelta a aquella punta. Y remé.

El sol estaba en lo alto y yo no tenía ni sed. Había cambiado mi dieta de líquido a agua mineral y funcionaba a la perfección: nada de sed. Alguna vez tomé un refresco normal en lugar de agua mineral porque no había. Bebí más de tres litros y seguía con sed. No lo volvería a hacer.


Pero más nada, estaba dedicado a dirigir el kayak. El kayak tendía a poner la proa al viento. Debía descubrir cómo estabilizarlo. Por las mañanas el viento venía de tierra y corregía con más paladas del lado derecho. Hacia las 10 de la mañana, el viento cambiaba y venía del sur y me daba de frente. Curiosamente, era cuando podía remar con más soltura, pues no debía corregir nada. Hacia el mediodía, el viento soplaba desde el mar y nuevamente a corregir, pero esta vez con el brazo izquierdo.


Pronto me cansé y comencé a probar formas de estabilizarlo. Descubrí que si me sentaba más hacia el lado desde el cual venía el viento y con ello la quilla se levantaba un poco del agua, no tenía necesidad de rectificar con remo.


La otra punta. Las casas quedaban lejos. Quizá unos 10 kilómetros. Y cuando di la vuelta me di de frente con Laguna Verde. Los hombres de la lancha tenían razón: estaba muy cerca pero no me salí. No podía ir a tierra y regresarme era igual o peor que seguir. A lo lejos veía el cerro bajo el cual está el sitio arqueológico de Quiahuiztlán, donde hay pirámides en proporciones diminutas, pero ordenadas como si fuera una ciudad. La creencia era que se trataba de un cementerio.


1997. Semana Santa. Estábamos en la Playa de Villa Rica, ahí desde donde Hernán Cortés y sus hombres emprendieron el primer viaje hacia el interior del continente americano. A unos pocos kilómetros estaba Quiahuiztlán. Y ahora estaba a unos pocos kilómetros de la playa de Villa Rica de nuevo. Sólo debía remar después de ese cerro y estaría la pequeña bahía.


Pero, ¿el cerro era una isla? No habíamos pasado caminando por un pequeño canal de mar entre ella y tierra firme? ¿O eso había sido en Baja California? Decidí no arriesgarme. Llevaba casi nueve horas sentado y remando. Mis recuerdos no debían ser muy lúcidos a estas alturas.


Cerca del cerro miré las escaleras que habían construido para que los turistas presenciaran la maravilla del mar estampándose en las rocas. Sí. Ahí era. Di la vuelta y de repente todo el mar se calmó. Ahora era como una piscina. Agua tranquila en la que costaba remar. Pero no había olas, no había rompientes que pasar. Eso era increíble. Quizá por eso eligió Cortés ese lugar para desembarcar y preparar su viaje hacia Tenochtitlan. Podía dejar las naves en una bahía resguardada de nortes o suradas y bajar a tierra prácticamente sin mojarse los pies.


Pero yo sí tuve que mojarme. Ahí estaba de nuevo. La Villa Rica de la Vera Cruz. El lugar desde el que iniciaba toda la historia de la conquista de un continente.


Y había llegado por mar.






 














 

Páginas: 1 2 3 4



 



Suscríbete al Boletín

Google + Facebook Twitter RSS

 

Montañismo y Exploración © 1998-2024. Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con SIPER
Diseño por DaSoluciones.com©