Los que hemos elegido la práctica de la espeleologÃa cientÃfica o deportiva hemos entrado sin saberlo, o a sabiendas, no solamente en un mundo diferente al de la superficie, sino a un
compromiso diferente: entender que existe un universo paralelo con seres que requieren de las sombras para existir y que han logrado mutar para adaptarse a los lugares más apartados de la oscuridad. Nuestra presencia entrenada abre los pasos al público no especializado, ese público masivo, y por eso es nuestro deber velar por la conservación natural de estos sitios.
Mostrarle a las nuevas generaciones una cueva con cientos metros vaciados de cemento en forma de caminerÃas con gran cantidad de escaleras, luces y artificios y decirles que asà se hace espeleologÃa, que eso es la espeleologÃa, puede ser considerado válido por quienes Â?por ignorancia, falta de conciencia o ambasÂ? se dedican a construir lugares de atracción en lugares históricos o monumentos naturales de la humanidad. Pero de ninguna manera pueden ser validados por la espeleologÃa, como no son validados por la arqueologÃa.
A quienes escogimos como nuestro objeto de estudio estos espacios paralelos, estos mundos indefensos de seres ciegos y mudos, no nos corresponde desnaturalizar su esencia, sea cual sea nuestra convicción de tal idea.
Destruir yacimientos arqueológicos o permitir que se haga, destruir evidencias óseas de especies animales desaparecidas, poner en peligro el arte rupestre allà existente, desalojar cientos de metros lineales de tierra por más de dos metros de desnivel, es desalojar toda la fauna cavernaria de un lugar, toda la historia y la prehistoria, es trastornar el hábitat de los murciélagos, es destruir el equilibrio biológico de una cueva en plena actividad hÃdrica.
Es simplemente una barbaridad.
Decir que quien asà actúa, hace espeleologÃa, es condenar la práctica de la espeleologÃa a una práctica totalmente divorciada a la de sus orÃgenes, una actividad por demás que desde sus inicios ha tenido que luchar por ser considerada una ciencia.
En mi caso, que llegué a la espeleologÃa por interés en la arqueologÃa, más especÃficamente por el arte rupestre, las cuevas son santuarios, galerÃas oscuras de los tiempos, donde cada espacio, cada piedra, cada formación es parte integral de la historia de los hombres que eligieron sus paredes y no otras, para plasmar sus ideas, mensajes cifrados. En este caso: llamadas de auxilio.
En el espacio y debate en que me encuentro he recibido el embate de personas que imponen sus ideas a fuerza de mentiras, de agresiones, de descalificaciones y de enlodar trayectorias construidas a fuerza de sacrificios personales. También he recibido los mensajes de sus iguales, como seguro será el caso de la mayorÃa de las personas que sobreviven a los cientos de miles que se inician en la práctica de la ciencia y sucumben a las tentaciones del negocio.
Ahora corresponde el tiempo de la reflexión a los que piensan que debemos salvar los espacios subterráneos, a los que piensan que se puede visitar cuevas sin desnaturalizarlas y sin llenarlas de cemento, a los que creen que no se debe educar en el error. A los que creen que no se debe usar la espeleologÃa y sus instituciones como escudo de actividades puramente comerciales o personales.