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Montañismo y Exploración
Algunas consideraciones acerca del montañismo actual en el Himalaya
10 octubre 2005

Subir un ochomil se ha convertido, en definitiva, en un ejercicio para aristócratas de la montaña, que no pueden vivir 20 días sin cocinero. Esta filosofía genera campamentos que parecen ciudades, enormes basurales y contaminación de todo tipo, comenzando por la de la experiencia. Se altera en definitiva la esencia del deporte, aquella de llegar donde quiero ir por mis propios medios y llevando lo mío, que me cuesta y por ende lo valoro y debe ser no más que lo indispensable.







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Subir un ochomil no es como subir una montaña de los Andes. Abstracción hecha del tema de la altura, existen otras cuestiones que convierten a ésta en una actividad aparte. Las diferencias comienzan en la ciudad: permisos que cuestan una fortuna y una burocracia interminable (y tanto más si el destino de uno es China).

Ya en la montaña uno comprende el significado del rótulo “Expedición”: toneladas de equipo “necesario” para montar un campamento base cuasi urbano que permite “asediar” la montaña durante largo tiempo, subiendo y bajando para ello de sus laderas cuantas veces sea necesario.


Toda esta infraestructura supone una caravana de yaks y, para los más ortodoxos, lujos que van desde porteadores de altura que instalan campamentos donde sea hasta campos base con grupo electrógeno, luz, música, teléfono e Internet. Y esto no es percibido, excepto por las “elites”, como un estilo preferible sobre otros sino como la única opción.


“No se puede subir un ochomil de otro modo”, me dijeron. Aún cuando en el Cho Oyu el Campamento Base Avanzado (CBA) se halla a una altura en la cual no hay confort que detenga el proceso de deterioro del cuerpo y las largas estadías en él resultan indudablemente contraproducentes a pesar de la contraria ilusión generalizada.


Y se debe considerar además que del lado tibetano las aproximaciones no son de más de dos o tres días. “Y... pero tenés que aclimatar en el CBA sin cocinero...” Tres o cuatro días en una North Face, ¡qué espanto! Y... “Pero tenés que montar y desmontar tus campamentos...”


Te invito a los Andes. Subir un ochomil se ha convertido, en definitiva, en un ejercicio para aristócratas de la montaña, que no pueden vivir 20 días sin cocinero.


Esta filosofía genera campamentos que parecen ciudades, enormes basurales y contaminación de todo tipo, comenzando por la de la experiencia. Se altera en definitiva la esencia del deporte, aquella de llegar donde quiero ir por mis propios medios y llevando lo mío, que me cuesta y por ende lo valoro y debe ser no más que lo indispensable.


Quizás el único ejemplo de algo parecido a esto que describo en nuestras montañas sea el Aconcagua. Quizás quien esté leyendo esto se pregunte: “¿Y éste que es, un talibán del purismo montañístico?” No. Sólo soy un tipo hecho a andar por los Andes salvajes shockeado por la experiencia de ver los Himalayas domesticados.


Todo esto afecta también la libertad de decisión. Las montañas en general ofrecen una “línea natural”, por donde ascenderlas resulta más simple y directo. Allí se constituyen habitualmente las rutas normales. En los ochomiles están tapizadas de cuerdas fijas. Es decir que para ascender a una cumbre hace falta sólo un par de buenas piernas y saber jumarear. No es necesario “pensar” la montaña, no importa la calidad del ascenso, sólo basta bajar la cabeza y seguir como un cordero un recorrido diseñado por otros.


Si bien en su gran mayoría las cuerdas pueden ser simplemente evitadas e ignoradas, excepto desde el punto de vista de la contaminación visual, existen ciertos pasos en donde o se las utiliza o se las pasa por encima. Intentar ignorarlas no siempre resulta agradable a la corriente de gente que por ellas se desplaza.


—Ayer un imbécil subió en piolet tracción el serac y me tuvo 15 minutos esperando abajo— me comentaron.


El imbécil era yo.


Todo esto dejando de lado el hecho de que una de las mayores causas de accidentes en el Himalaya son las caídas de (con) cuerdas fijas viejas o mal colocadas. Para evitar estas “facilidades” la única alternativa son las nuevas rutas, las caras inhóspitas, las temporadas más hostiles. Y eso, naturalmente, queda reservado para quien ya conoce cómo su cuerpo funciona a esa altura y está dispuesto a la soberbia de ignorar la vía natural que ofrece la montaña.


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