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Montañismo y Exploración
Un norte suave
26 noviembre 2004

“El pronóstico dice que será un norte suave”, nos habían comentado en Rancho Nuevo y yo había preguntado a qué se referían con “suave”. La respuesta fue: “Un norte que sopla bajito y que dura mucho tiempo, hasta tres días o cuatro. Si es fuerte, el norte dura sólo medio día pero con mucho viento.”







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Abordé cuando Alex hubo sacado la mayoría de agua de la bañera. Y había algo nuevo: no tenía soporte en los pies. En la volcada, el timón se había zafado y los pedales quedaron sueltos. No había forma de arreglarlos porque faltaba la pieza que unía al timón con el casco. Así que no tenía apoyo para los pies que es como decir que no tenía crampones para escalar en hielo.


Las olas, como locomotoras, seguían pasando sin parar. Sentado con las piernas en posición de flor de loto para poder tener apoyo al menos en las rodillas, remé a la playa. Increíblemente, salí sin dificultad alguna. Puse el pie en la arena y vi a mis amigos a 300 metros más al sur.


Del faro, ni sus luces. Habían pasado apenas 3 horas y 18 minutos y, al menos yo, estaba muy cansado.




Laguna de San Andrés


El faro no estaba precisamente en la orilla ni sobre la costa. Tuvimos que cruzar una pequeña barra llevando a cuestas kayaks y carga, atravesar el inicio de la Laguna San Andrés y caminar por una tierra más bien lodosa hasta llegar al faro. Desde arriba de sus 88 escalones no se veía ningún punto amarillo del kayak de Abraham y era obvio que no lo veríamos si estaba en tierra. Pero estaba por delante de nosotros, eso lo sabíamos porque se había adelantado mucho. Debía seguir adelante.


Así que la navegación cambió de mar a laguna. No iríamos tan rápido como en el mar pero aún así, el viento nos empujaría, con la ventaja de que por la laguna no me sentiría tan vulnerable por el estado de Thor. Debíamos avanzar hasta el siguiente faro porque seguro que Abraham no pasaría de ahí al no vernos.


Y el día transcurrió lenta, plácidamente. El norte ahí dentro era una brisa fuerte, pero refrescante. Allá afuera, tras la barra, estaba el océano con su rugido de olas, mientras que nosotros nos movíamos a más de 5 km/h sólo con la vela. No teníamos delfines a los lados como casi todos los días ni tampoco las medusas que se enrollaron en los remos y nos hicieron sentir el ardor en la piel cuando se pegaron a los brazos. Pero sí veíamos las bandadas de pelícanos que volaban al sur y, como nosotros, estaban aliviadas de no volar contra viento.


De repente saltaba la pregunta "¿Dónde estará?", y nos tranquilizábamos diciendo que iría por delante. Pero lo cierto es que todos estábamos inquietos, cada uno en su propia conjetura. Fue por eso y porque era la primera vez en muchos días que estábamos juntos por largo tiempo que hablamos de todo y hasta soportamos las desafinadas de Alex.


Al atardecer, un pescador solitario se acercó y nos preguntó si necesitábamos ayuda. Era raro ver un "cayuco" tan pequeño con tres personas y navegando a estas horas. Nos dio los indicios para llegar más rápido al faro de Chavarría tomando un canal.


Luego nos cayó la noche, redonda y quieta.


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