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Montañismo y Exploración
SOÑANDO EN EL DESIERTO

Caminar por las dunas es estar perdido en un sueño, fascinante. Trato de guardar cada paso, cada pedazo del paisaje de arena dentro de mí, dentro de la sangre. Éste es el lugar que me gustaría ver para siempre: a mi espalda el volcán de donde venimos, una pequeña cordillera hacia mi izquierda, el mar a la derecha y nuestro objetivo al frente: Puerto Peñasco.







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Caminamos a un mismo ritmo, nuestros pasos son lo único que habla por nosotros, Carlos a la cabeza de nosotros va señalando el curso a seguir, detrás de el Karel, Nancy y Jorge, yo, Alfredo y mas atrás Roberto... entonces pienso: �Somos siete, los cuento delante de mi van cuatro, y atrás dos, entonces digo: somos siete�.
No hablamos mas que lo necesario. A veces pasan horas sin que nadie diga una sola palabra hasta que Carlos decide descansar en alguna sombra y todos nos tiramos, buscando sombra, aunque sea la de unas cuantas ramas.
Hoy es el tercer día que estamos en este desierto. Desierto de a deveras como quien dice.
Ayer por la tarde vimos el atardecer y dormimos en una especie de cráter formado por las dunas, algo verdaderamente fascinante. Esa noche la guardaré para siempre. �La noche fue de magia...� Antes de dormir leí un poco de Jaime Sabines. Sólo les iba a leer un poema, pero terminé por leer todo el �Semanario de Adán y Eva�. La Bóveda Celeste se veía con una claridad asombrosa. La Vía Láctea era fácil de observar. Sin tiendas, sólo metidos en los sacos de dormir, podíamos observar un techo de estrellas. Nos pusimos a cantar.

Puerto Peñasco se ve cerca, a unas cuantas horas de camino. En la oscuridad, desde lo alto de una duna pensamos llegar alrededor de las dos de la tarde, cuando más a las cuatro, decimos. Pero Carlos menea la cabeza: �No se hagan ilusiones�, todos nos ponemos en su contra. �Mejor no digo nada�, su respuesta.
Por la mañana preparo mi agua. Me queda litro y medio y pienso que es suficiente.
Carlos y su recurso de no decir una y otra vez �ya vámonos�. Simple y sencillamente preparó su mochila y se puso a caminar. Lo seguimos.
Caminar por las dunas es estar perdido en un sueño, fascinante. Trato de guardar cada paso, cada pedazo del paisaje de arena dentro de mí, dentro de la sangre. Este es el lugar que me gustaría ver para siempre, a mi espalda el volcán de donde venimos, una pequeña cordillera hacia mi izquierda, el mar a la derecha y nuestro objetivo al frente: Puerto Peñasco.
Salimos de las dunas y lo que siguió parecía un camino más sencillo. En pequeños matorrales buscamos la sombra. En uno ya no había espacio y me voy a otra. Hace calor, me quito las botas y las polainas, tomo un poco de agua... ¡qué delicia! Los demás se levantan de nuevo pero decido quedarme un poco más y luego, con pereza premeditada, me preparo para caminar otra vez.
Cuando miro, están lejos, ¿caminaron tan rápido? Después de una hora sigo a la misma distancia. El paso es uniforme debido a la arena y no se puede acelerar más. Los alcanzo después de tres horas. No me preocupé en lo mas mínimo porque estaba siempre a la vista de ellos. Uno se queda absorto en sus pensamientos hasta que no quedan más. Por momentos no pienso en el camino y bromeo conmigo mismo: �voy a alcanzar el Nirvana�.
Un cerro a lo lejos marca Puerto Peñasco. Y después de todo un día de caminar ese méndigo cerro no se acerca. En cambio el volcán Santa Clara se ve lejísimos. Caminamos y caminamos... y no se ve para cuando termine esto... Tres cuervos cruzan el cielo.
Nos sentamos en una sombra.
�¿Y si mejor caminamos hacia el mar?
� Podemos encontrar las vías del tren �Jorge.
�¡Esas vías ya no existen! �Karel.
�Yo quiero bañarme en el mar �Nancy.
Tomo mi último trago de agua. Lo comento como si al caso y Carlos hace un recuento de agua: todos en promedio traemos dos litros.
Y cuando nos dirigimos hacia el mar, la semilla de un pasto se nos entierra en los pantalones. Tiene enormes espinas y apenas si se pueden evitar. Las polainas se me llenan de ellas. Hay quien sufre más, Jorge en especial, quien maldice en colombiano y mexicano. Tratamos de salir lo antes posible de ese campo minado.
Alfredo y yo vamos hasta la cima de una duna, sólo para ver que el mar se ve a la misma distancia. Es curioso. Recuerdo haber escuchado inclusive un barco momentos antes. Las distancias y los sonidos en el desierto engañan. El mar se veía a unas horas, pero después de caminar por mas de seis comenzamos a tener una especie de desesperación, se notaba en nuestras caras.

Mientras tomamos un descanso en el largo crepúsculo, distingo una palapa al lado de una casa. Al parecer sólo la veo yo y no lo comento en ese momento. Pasamos por un lugar lleno de conchas de mar, un lugar de concheros, sin embargo curiosamente nadie tomó fotos. ¿Estábamos desesperados por llegar?
La palapa sigue ahí y como no tarda en oscurecer, se lo digo a Jorge. �l también la ve y nos dirigimos a ella. Carlos nos llama con el silbato, pero esta vez lo desobedecemos.
Antes de llegar a la palapa (cierto: al lado de una casa) nos encontramos con un camino de terrecería y luego las vías del tren. En la palapa no había nadie y nos quedamos ahí. A unos cuantos metros, el Mar de Cortés.
Al siguiente día llegamos a Puerto Peñasco. Comemos en un pequeño restaurante y ahora me parece irreal haber caminado por las dunas. Entonces pienso:
¿En un restaurante sueño con las dunas del desierto, o estoy en un desierto de dunas y sueño en un restaurante?


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