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Montañismo y Exploración
La Laguna Salada
22 junio 2004

Había llegado a mi destino: lo que hace millones de años fue un mar y unos miles una laguna marítima, es ahora un suelo sin duda seco, ya que no le da vida ni a una sola planta y en el que sólo podré estar de visita por poco tiempo.







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Al noroeste de México, en el estado de Baja California, cerca de la frontera con los Estados Unidos, se encuentra la Laguna Salada, uno de los paisajes más desolados del país, porque no cae ni una sola gota de agua en uno o varios años. Plana y extensa, tiene sal en una gran superficie (de ahí el nombre) y no tiene una mucha vegetación.


El clima, como en cualquier desierto es extremoso, con calores muy intensos por encima de los 50 grados centígrados a la sombra y esa fue la razón por la que preferí aventurarme a este magnífico desierto en invierno. Mil metros arriba, en La Rumorosa, tengo la oportunidad de apreciar la panorámica de norte a sur, de esta laguna, de más de cien kilómetros de longitud. Al oeste, la Sierra Juárez y al este, la sierra Cucapá.


La travesía comenzó en El Centinela, por la desviación al Cañón de Guadalupe. He decidido darle una gran vuelta al desierto: caminaré hacia el sur por el lado de la sierra Juárez y regresaré al norte por la sierra Cucapá.


La vegetación es escasa y no muy alta. Conforme voy caminando el terreno cambia desde la arena al suelo completamente duro, como si se tratara de una gran roca que ha estado ahí siempre. Ahí encuentro algunas zonas con arcilla tan pequeña como el talco, en donde mi bota se hunde hasta cubrirme el pie. Imagino el escenario como el paisaje lunar y más al ver a un conejo comiendo. Como la imagen del conejo en el rostro de la luna. ¿Cómo pueden crecer plantas en estos suelos y además mantenerse tan verdes?


El calor es bastante fuerte, pero también siento un viento frío y seco que corre por la planicie y que me parte la piel de la cara en poco tiempo. Considero ésta la primera advertencia que me hace la naturaleza, reflexiono y conscientemente me siento impulsado a continuar adelante en mi caminata.


Cuando el sol se pone, el viento se detiene completamente y me permite escuchar coyotes que jamás puedo ver pero que aúllan a la noche y a la luna o a su conejo. La experiencia me asusta un poco y me hace ser más cauteloso para buscar un lugar seguro donde dormir, así que caminé mucho más de lo planeado para evitar un encuentro sorpresa.


El frío ya es muy intenso cuando termino de instalarme pero, a pesar de ello, me dispongo a disfrutar la noche en el desierto y fue, sin duda, uno de los espectáculos más bellos de mi expedición: el encuentro con miles de estrellas —una que otra fugaz— y algo más sorprendente: nunca había escuchado el silencio absoluto. Tenía el gusto de estar conmigo y sólo oía mi respiración y prefería no moverme para evitar escuchar mi chamarra.


A la mañana siguiente, cuando apenas amanecía, ya caminaba hacia el norte y para cuando el sol estaba en el cenit me encontraba cruzando la última duna. Desde allí pude ver un inmenso páramo completamente inhóspito que contrastaba con el cielo totalmente limpio y de un color azul muy profundo que nunca había visto. Había llegado a mi destino: lo que hace millones de años fue un mar y unos miles una laguna marítima, es ahora un suelo sin duda seco, ya que no le da vida ni a una sola planta y en el que sólo podré estar de visita por poco tiempo.


Al enfrentarme a esta naturaleza tan extraordinariamente diferente a lo que conocía y en medio de la nada, se me ocurren algunas preguntas: ¿Cómo será este sitio durante el verano a más de cincuenta grados centígrados? ¿Realmente quisiera sentirlo? No lo sé. ¿Quisiera encontrarme con una tormenta de arena y poder fotografiarla? Prefiero pensar que soy más afortunado al no encontrarme con ella. En alguna ocasión, un amigo de Mexicali me platicó que durante el verano de 1985, pudo ver cómo unas grandes nubes de lluvia se posaban sobre la laguna. “Todos estábamos impresionados de la cantidad de agua que iba a caer, pero era tanto el calor, que las gotas no tocaron el suelo. Se evaporaron antes”.


Entre pregunta y pregunta, tomé una buena cantidad de fotografías. A lo lejos, hacia el oeste, una duna acaparó mi atención y decidí cambiar el rumbo. Tenía suficiente agua, comida y energías como para salir de la ruta planeada. Un camino un tanto largo porque cuando me aproximo ya está por anochecer, así que decido dormir por ahí y dejar las fotos para mañana. Una noche más en el desierto.


Al despertar, me paré en lo alto de ese pequeño monte de arena. Sentía la fuerza ganada en pies y piernas de tanto caminar. Mi satisfacción es enorme, me siento orgulloso de mí mismo, contento, satisfecho y ante ese bello paisaje surgen nuevamente las preguntas que desde siempre hemos repetido: ¿quiénes somos?, ¿qué es el mundo y el universo?, ¿porqué vivimos? Valiosas incógnitas que en el desierto y con la Laguna Salada bajo mis pies recibo como un obsequio de Baja California.



Desciendo de la duna y camino varias horas hasta la carretera. Ahí termina mi experiencia en uno de los lugares más increíbles que haya conocido, en uno de los estados más bellos de nuestro país siempre generoso en paisajes y climas. La Laguna Salada está ahora en el recuerdo y, quién sabe, también en el futuro.





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