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Montañismo y Exploración
EXPLORACIÓN EN LA BARRANCA DE PIAXTLA O MIRAVALLES
19 abril 2004

El proyecto En busca de un mundo olvidado, iniciado en el estado de Chihuahua por Carlos Lazcano, trascendió a Durango, donde están barrancas más inaccesibles aún, donde una excelente técnica es imprescindible para llegar a los lugares. Este es uno de los relatos de una exploración llevada a cabo en las barrancas por un equipo de exploradores italianos y espeleólogos universitarios en noviembre del 2003. Fotografías de Paolo Petrignani.







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Esta es la narración de una de las tres aventuras que forman la historia del proyecto En busca de un mundo olvidado, que tuvo lugar la primera quincena de noviembre del 2003. El proyecto se inició como la continuación de las exploraciones que Carlos Lazcano había realizado en Chihuahua, pero una vez dirigido hacia Durango, integrantes del grupo "Pantera", bajo la dirección de Walter Bishop, y espeleólogos de la Asociación de Montañismo y Exploración de la UNAM, que encabezaba Javier Vargas Guerrero. En esta ocasión formarían parte del proyecto algunos exploradores italianos del Grupo La Venta, con la dirección de Tullio Bernabei. La Venta tiene años de experiencia no sólo en la exploración de cavernas, sino también en grandes cañones e incluso glaciares, por supuesto en terreno de difícil acceso. Lo que les contaré es una historia que nunca olvidaré de un recorrido en el rí­o que debía durar sólo tres dí­as pero que por infinitas aventuras a que nos enfrentamos acabaron siendo seis. INICIO Llegamos a la ciudad de Durango el dos de noviembre, cansados del largo viaje en autobús desde la ciudad de México, pero con la maravillosa sensación de estar al borde de una gran aventura. Después de planear el trabajo, seleccionar el equipo e ir a comprar los víveres. Nos dividimos en tres grupos: El primero fue llamado Campo base que se instalaría en el fondo del cañón del Piaxtla llegando por el poblado El Gavilán. Su objetivo serí­a la filmación de las casas rupestres ya encontradas y explorar las paredes del cañón en busca de más casas. Piedra Parada estarí­a formado por dos italianos expertos en descenso de cañones (Martino y Corrado), Arturo Robles de la UNAM y Miguel del grupo Pantera. Su objetivo serí­a explorar el cañón Piedra Parada que se une al cañón Piaxtla y llegar al campamento base que se encontraría a cinco kilómetros desde la unión de los dos cañones. El tercer grupo somos el Piaxtla, que continuarímos el recorrido que hace tiempo inició Carlos Lazcano y que no pudo terminar por falta de cuerdas. En un inicio éramos cinco personas: Chicho (Francesco Lo Mastro) espeleólogo, buzo e instructor de espeleorescate nacional en Italia; Paolo Petrignani, fotógrafo oficial del Grupo La Venta quien ha publicado varias veces en National Geographic: Chesco (Francesco Sauro) y Marco De Antonis, ambos espeleólogos italianos invitados por el grupo de La Venta. Yo, espeleologa de la UNAM y amiga de los italianos, completaba el grupo. Nuevamente me veí­a inmersa en una expedición rodeada de hombres, donde yo era la única mujer que se atreví­a a desafiar grandes retos al parejo de ellos. A veces pienso que no es valor lo que me mueve, tanto como la inconciencia de no saber a lo que me enfrento. No lo sé. Después de dejar al grupo Piedra Parada para que iniciaran su recorrido, nos dejaron a nosotros en un pequeño pueblito bajo el cuidado de don Esteban quien al amanecer nos indicó el camino hacia el río. DIA UNO: EL ESTANQUE NEGRO Encontramos rápidamente el río y don Esteban continuaba caminando junto a nosotros. Llevábamos dos bolsas secas cada uno porque llevábamos comida y material para un recorrido de tres días. Después de recorrer el rí­o por más de tres horas y esquivar el agua caminando sobre las piedras le preguntó a don Esteban cuánto nos faltaba para llegar a la primera cascada. Después de haberle preguntado en tres ocasiones me respondió "aquí adelantito". Recordé que las personas del campo tienen un concepto muy diferente del tiempo y las distancias del que tenemos nosotros. Pregunté cuántas horas porque para entonces ya habímos caminado más de cuatro horas y el rí­o era prácticamente plano: el agua nos llegaba como máximo a la rodilla. Entonces me respondió: "Pues como la misma distancia que hemos recorrido". ¿La misma distancia? No comprendí por qué tanto tiempo y como era la traductora entre don Esteban y mis amigos italianos, le expliqué a Chicho, responsable del grupo, lo que me habí­a dicho. Estábamos muy confundidos porque el plan inicial era que nos llevara al inicio de la cascada, la cual sabíamos que estaba a una hora desde el lugar donde dormimos. Don Esteban aclaró el asunto: "El señor Walter me dijo que los llevara por este lugar para que vieran donde se estrelló la avioneta." Se hizo un silencio mientras nos mirábamos unos a otros. ¿Cuál avioneta? "la que se estrelló hace unos 10 años". "¿Y... qué se ve de la avioneta?" "Pues, ya nada, como fue hace mucho tiempo pues ya no queda nada." Respiramos profundamente. Ya eran las tres de la tarde, comenzábamos a tener algo de hambre y pensábamos dentro de nosotros "¡No manches!" y, la verdad, también lo dijimos. ¿Cómo era posible estar caminando hacia la nada bajo el sol con los pies congelados? El agua estaba como a siete u ocho grados Centí­grados. Nuestro guía nos propuso algo que nos sonó razonable y viable en ese momento: podí­amos cortar camino hacia lo alto de la cañada y que nos ahorrarí­amos varias horas de recorrido pues en tres horas llegábamos nuevamente al río donde está el inicio de la cascada. Así­ que iniciamos la subida, cada vez más inclinada. Llevábamos los pies mojados y la carga se sentía más pesada. Caminamos las primeras tres horas y seguíamos subiendo y cuando el sol se ponía me di cuenta que había olvidado otra vez el diferente concepto del tiempo. Cuando el camino comenzó a ser más amable, descendimos. Marco y yo nos lastimamos la rodilla. Chicho, quien también era nuestro doctor, me aplicó una inyección intramuscular para aliviar el dolor. Ya no teníamos ni una gota de agua y nos faltarían por lo menos unas cuatro horas para llegar al río, así que le pedimos a don Esteban nos llevara a un lugar donde hubiera agua para poder pasar la noche. Nos llevo a un "jagüey" (una poza hecha por los campesinos para que beba el ganado). Sí: era un lago café con una capa viscosa flotando sobre aquel líquido. El perro de nuestro guía se acercó y no se atrevió a beber: se dio media vuelta y se fue a comer hierba del campo. Nosotros, sedientos, con los labios pegados entre sí y casi sin saliva, mirábamos ese monstruoso espectáculo y sin tener otra opción cerramos los ojos y llenamos nuestras botellas para agua. Esa noche Marco se rehusó a ser inyectado, no por ser Chicho quien lo inyectara, sino porque midió la situación y a la mañana siguiente tomó camino hacia el campo base, pero antes de separarnos, decidimos "aligerar la carga" y le dimos a Marco comida que segén nosotros no necesitaríamos, grave error.

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