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Montañismo y Exploración
Entrevista con Guillermo Carro Blaizac

A sus 24 años, Guillermo Carro llegaba al Everest sin el uso de oxígeno suplementario por la ruta norte. ¿Quién es Guillermo Carro? ¿Qué le hace subir a la montaña más alta del mundo sin usar oxígeno cuando muchos han rehusado esa forma de ascensión por considerarla peligrosa?







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Una pared de dos metros puede ser capaz de hacer subir, pasado el tiempo, a un hombre a la montaña más alta del mundo. Eso es lo que le pasó a Guillermo Carro cuando, a los cinco años de edad, trepó en una pequeña pared en Chamonix. “Serían unos dos metros pero lo hice con facilidad para ser lo primero que trepaba”. Pero su pasión por escalar no se vio liberada sino hasta los trece años, cuando tomó un curso de montañismo, después de años de convencer a sus padres de que no sería algo pasajero. La influencia de su abuelo materno, quien escaló de joven en los volcanes nevados de México le ayudó.


Años después, en el Club España, conoció a Iván Loredo, con quien comenzó a escalar más en forma en los volcanes y ya para invierno de 1998-1999 hace su primera expedición al Aconcagua por la ruta normal y después de pasar tres días en el refugio Berlín por el mal tiempo, salen hacia la cumbre y a él le toca abrir huella, pese a lo cual llega primero a la cima.


“Ahí arriba me sentí muy alegre y bailé de gusto. Me sentía completamente feliz. Estaba arriba y no había nadie más. Estuve así por 20 minutos, pero estaba muy feliz, no me sentía solo.” Pero si bien arriba se sentía eufórico, fue al llegar al Campamento Base cuando comenzó a sentir esa sed que le hace regresar a la montaña. “Veía la montaña y me preguntaba cuando sería la próxima”.


Guillermo ha subido al Ojos del Salado (Chile, 1999), los Montes Cook y Aspiring (Nueva Zelanda, 2000), al Cerro Ramada (6,410 metros, 2001) en un ascenso desde los 3,500 y de regreso en 18 horas sin descanso y al Aconcagua ya en tres ocasiones (dos de ellas como guía) y en la primavera de 2002 intentó el Everest por la cara norte pero esa ocasión llegó solo a 7,900 metros, lo que no le desanimó y fue hasta 2004 que pudo regresar, esta vez solo pues sus amigos mexicanos no pudieron acompañarle en esa expedición no comercial.


“En esas expediciones te ponen desde la tienda de campaña hasta los crampones y yo quería subir por mis propios medios. Por eso elegí una donde conociera a algunas personas para sentirme a gusto y donde me saliera todo más barato y más que por el bajo costo por la satisfacción de hacer las cosas por mí mismo, apreciando el esfuerzo de «hacer más, con menos»”.


Ascendió al campamento 1 (7,100) y regresó al Campamento Base Avanzado (CBA) el mismo día. Al siguiente, bajó al Campamento Base, donde permanecieron todos seis días “y después volvimos al CBA en donde descubrí que tenia una infección y las anginas inflamadas; tener tos en el Everest o en cualquier montaña alta o de aire seco es algo muy común, que de hecho logro evitar gracias a varias precauciones que utilizo. Y no volví a subir a aclimatarme para no exponerme y empeorar.”


Toda la etapa de aclimatación la tuvo que pasar en el CBA mientras sus compañeros subían y bajaban de la montaña aclimatándose cada vez más. Así que cuando llegó el día del ataque ala cima, todos le insistían en usar un tanque de oxígeno.


“Era como cuando en una fiesta te ofrecen un cigarro y no quieres. De todos modos te lo ofrecen y a fuerza quieren que lo fumes. Pero esta vez era por mi seguridad. De todos modos, no llevé nada.”


Unos días después estaba en el Campamento 3, a 8,300 metros. Ahí descubrió que no había una tienda para él y a pesar de acomodarse en una en la que no tenia espacio suficiente para descansar y fundir nieve para obtener agua, prefirió vivaquear para estar más cómodo, prepararse y estar “completo” para la ascensión, pues la noche estaba excelente. Así, a las 23:40 del 19 de mayo, salió del campamento hacia la cumbre, sin oxígeno.


A las 11 de la mañana estaba en la cima de la montaña más alta del mundo sin haber tenido una aclimatación “ideal” previa. Por supuesto que esyaba aclimatado y el hecho de quedarse en el CBA (6,400) le ayudó a ello. “Estaba aclimatado, sin subir solo quedándome en el CBA a 6400 mi cuerpo reacciono bastante bien y me permitió ascender y descender sin problemas de altura.”. A 8850 metros, y se da cuenta que en lo único que piensa es en bajar. La montaña está cubierta de nubes y no hay nada que ver. Es la misma tormenta que había dificultado el ascenso. En otras montañas siente alegría por estar ahí, brinca, juega, pero en el Everest sólo piensa en tomar unas fotos y bajar de inmediato.


El descenso lo hace casi solo y vuelve a vivaquear en el campo 3. Tiene ya congelaciones leves en las manos, adquiridas durante el descenso. Es hasta el 22 de mayo cuando vuelve a tener contacto con sus compañeros en el CBA. Es hasta entonces, cuando comienza a hablar de su ascenso, cuando siente que ha hecho cumbre. Pero al mismo tiempo siente una pequeña desilusión por no haber visto nada desde el techo del mundo.


“Es increíble cómo la altura te va apagando poco a poco. Piensas más lento, no tienes sentimientos y hasta el miedo se te apaga. Incluso la memoria a corto plazo se evapora y ahora tengo grandes lagunas. No recuerdo muchas cosas de las que pasaron entonces y me da coraje porque no disfruté tanto el ascenso ni en la cima y eso es lo que me hace subir, no quiero coleccionar cumbres, sino alegrías. El cerebro y el cuerpo se concentran en sobrevivir.”


Guillermo, a los 24 años, no tiene intenciones por el momento de entrar a la carrera de los 14 ochomiles y se plantea ser guía en la escuela de Chamonix y quizá guiar expediciones al Everest.







Fotografías: © Colección Guillermo Carro, 2004


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