Adriana Díaz Reyes
El Universal
Lunes 02 de junio de 2003
El destino de Carlos Carsolio, considerado uno de los mejores alpinistas del mundo, se escribió a los seis meses de gestación.
Su madre, apasionada de las alturas, lo inició en la aventura del montañismo cuando embarazada, escaló el Iztacíhuatl a pesar de las recomendaciones del médico.
A partir de entonces, no hubo otro mundo para el pequeño que no fuera la montaña, la nieve, el peligro...
Por las mañanas se levantaba muy temprano y decía: “Mamá, podemos escalar hoy”.
Nunca tuvo dudas respecto a su vocación, incluso, estudió la carrera de ingeniería civil con especialidad en geología para conocer mejor a la que desde entonces sería su mejor amiga: la montaña.
“Todos los hombres tienen una misión que cumplir; algunos son médicos, otros arquitectos. A mí, me tocó una de las más hermosas: conocer el mundo desde las cumbres más altas del planeta.” A los 22 años, consiguió su primer logro cuando escaló la Cara Sur del Aconcagua.
Ese día lloró ante el paisaje que contemplaban sus ojos, nunca había visto un espectáculo igual. Permaneció durante una hora contemplándolo hasta que lo venció el cansancio.
Decidió ese día, escalar lo que cuando niño le parecía imposible: el Everest.
Eran pocos los factores a favor y muchos en contra.
Al emprender la aventura sabía muy bien que podía perder la vida.
Por un minuto, se sintió inseguro y se preguntó: ¿Podré lograrlo, realmente estoy preparado? Pudo más su espíritu aventurero, que lo guió paso a paso por los 8,848 kilómetros de la montaña más grande del mundo.
Recuerda como si fuera ayer aquel 13 de octubre de 1989. Su voz tiembla y por un segundo permanece en silencio: “Fue una experiencia inolvidable, cuando inicié el ascenso, nunca me imaginé todas lo que viviría “ dice emocionado.
Fue una lucha contra la naturaleza que se empeñaba en detener a aquel intrépido joven de 24 años que ansioso buscaba conseguir el sueño más grande de su vida.
Estuvo a punto de detenerse pues en el camino, vio morir a muchos de sus mejores amigos, vencidos por las avalanchas, la hipotermia, los edemas pulmonares, el cansancio...
Pero no lo hizo.
Continuó el camino ascendente de su carrera y en 1996, a los 36 años, se convirtió en el cuarto hombre en la historia, y el más joven, en alcanzar las cumbres de los catorce ochomiles.
La distancia de su familia y los constantes peligros a los que se exponía lo obligaron a dedicarse a un deporte más tranquilo: El parapente.
Tanto sus cinco hijos como su esposa Mónica comparten su pasión por el alpinismo y por eso, lo impulsan, a sus 40 años en una nueva aventura en Europa, donde será el único representante latinoamericano.
“Nunca podré separarme de la montaña, ya sea en el alpinismo o en el parapente; es una segunda casa para mí que me ha dado y me ha quitado mucho” concluyó Carsolio.