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Montañismo y Exploración
MI CONVERSACIÓN CON LA MONTAÑA
2 diciembre 2003

Acusado de







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A punto de cerrar el relato de mi larga conversación con la montaña, me invaden la mente muchos pensamientos: ha sido una carrera veloz a través del tiempo, con el intento de recorrer las fases más sobresalientes que han determinado el progresivo desarrollo del alpinismo. quisiera hacer alguna consideración a propósito del presunto «fin del alpinismo».
El empleo del equipo y la adopción de ciertas técnicas para facilitar la escalada se han iniciado prácticamente en este siglo; en realidad, incluso los pioneros del alpinismo nunca han rehusado recurrir a medios artificiales para lograr sus propósitos: recuerdo las escaleras de mano llevadas por De Saussure a los glaciares del Mont Blanc, por Tyndall en el Cervino e incluso los clavos caseros de hierro y el arpón usado siempre en el Cervino por Carrel y Whymper. Son medios sin duda primitivos, pero manifiestan la naturaleza del alpinista: hacer uso de la inteligencia y de cuanto se pueda disponer con el fin de alcanzar la meta prefijada.
Solamente Paul Preuss se resistió con tenacidad y de manera absoluta a la progresión artificial: este gran alpinista no admitía el medio artificial ni siquiera para asegurarse. Pero, por desgracia, él cayó con sólo veintisiete años.
Personalmente me inicié con la escalada libre: usé en un primer momento los pitones sólo como aseguramiento y, después, también para la progresión. �nicamente aprovechando la doble cuerda para la subida y el uso de los estribos, técnica tomada de Emilio Comici, he conseguido trazar vías en un terreno donde, con la escalada libre, la progresión no habría sido posible. En aquellos tiempos, ya lejanos, muchos me aplaudieron; muchos otros, sin embargo, me recriminaron, llamándome a mí y a mis compañeros «herrerillos».
Hay quien afirma que el alpinismo ya no existe: lo mismo se decía ya en el primer decenio del siglo, cuando hicieron su aparición los pitones, los péndulos y los descensos en rápel. Las grandiosas conquistas que tuvieron lugar y que continúan registrándose, demuestran cuánto estaban equivocados estos profetas.
El sistema de la escalada artificial, desde tiempos de Comici hasta hoy, se ha refinado y se ha perfeccionado. Los progresos y las innovaciones continúan siempre. Yo, por ejemplo, con sesenta y ocho años he subido a la cima del Badile, repitiendo mi vía por la Nordeste, ayudando en parte por la experiencia y por los jóvenes compañeros, pero, sobre todo, por la técnica moderna y el material.
Naturalmente, el uso injustificado de pitones no cualifica a quien sube así una pared. Por otro lado, debo decir, sin ánimo de polémica, que la escalada con anclajes de expansión deja en segundo plano �según mi opinión� la habilidad de «interpretar» la complexión de la roca. Esto perjudica de algún modo la búsqueda de las posibilidades naturales del ascenso; ya no se trata de encontrar una grieta, quizá la única que pueda constituir la llave de la nueva vía, sino de disponer del material adecuado.
Por otra parte, las oportunidades de trazar en los Alpes nuevos itinerarios habían acabado siendo casi nulas, y los pocos problemas que quedaban sin resolver eran de tal naturaleza que obligan a los escaladores a idear nuevos medios y a recurrir a maniobras cada vez más calculadas.
Pero esto no constituye el fin del alpinismo: es sólo su aspecto moderno impuesto por la necesidad.
El progreso llega en todos los campos y en todos los deportes: no veo por qué no deba tocar también a esta disciplina. Cada alpinista tiene derecho de ir a la montaña como quiera, y, por lo tanto, yo estoy completamente de acuerdo con el alpinismo actual, siempre que en su base tenga, en la superación de las dificultades extremas, esa búsqueda de la sana alegría y la elevación espiritual que conlleva la lucha, a veces incansable y alguna vez mortal, contra las rocas y los hielos.
¡Vayamos entonces a la montaña con continuidad y sin presunción! El alpinismo debe dar satisfacciones y justos reconocimientos, pero prescindir de honores y premios, porque el alpinista puro los esquiva.
Las hazañas excepcionales a veces parece que hayan quitado al alpinismo esa fascinación por lo imposible que ha sido siempre el secreto aliciente de cualquier gran conquista. No por eso la montaña debe dejar de ser esa estupenda fuente de sensaciones estéticas que enriquecen mente y corazón.
Desde este punto de vista, sinceramente, mi conversación con la montaña todavía no ha terminado.
Tomado de Riccardo Cassin. Jefe de cordada. Mi vida de alpinista. Ediciones Desnivel, Madrid, 2003. 280 páginas. ISBN: 84-96192-02-4. Páginas 278-280
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