Había sido conquistada la cumbre más elevada del mundo para el hombre de la calle que, fascinado por la magia de las cifras e ignorante de las verdaderas razones de tales empresas, no veía en las expediciones dirigidas al Himalaya nada que no fuera el intento de conseguir un récord, con la conquista del Everest ya estaba todo dicho; en aquellas montañas ya no podía buscarse nada más, como no fuera al abominable hombre de las nieves o un filón de oro.
Lionel Terray