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Montañismo y Exploración
¿Y mi kayak?

A la mañana siguiente salí de la tienda y vi que no estaba mi kayak, pues la marea y el fuerte oleaje se lo llevaron y me metí al mar hasta las rodillas para salir del manglar y tener vista directa al mar y vi a lo lejos mi kayak navegando solo así que tomé el de Carlos y remé como loco…







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Día de navegación 17. Sábado 11 de mayo, 2002


Era por la mañana y el único comentario que escuché hasta dentro de la tienda fue: "¿Y mi kayak?" Salí de prisa y en efecto: el kayak de Alex no estaba. ¿Habían sido los pescadores? No teníamos idea. Lo cierto es que si se había echado solo a la mar, el viento había soplado toda la noche mar adentro y estaría ahora lejos, demasiado, y con la mayor parte del agua que teníamos. Estábamos en problemas. De repente Alex lo vio a lo lejos, como a dos kilómetros de distancia. Se subió a Thor (que también había amanecido más debajo de cómo lo había dejado yo el día anterior) y lo impulsé. Se fue remando muy rápido y una hora después estaba de regreso. Eso nos enseñaría que siempre deberíamos atar los kayaks a tierra, no importa cuánto lo hubiéramos subido, como el día anterior y como siempre. Cuando desembarcó estaba sumamente tenso y le di un masaje para que se relajara.



A la mañana siguiente salí de la tienda y vi que no estaba mi kayak, pues la marea y el fuerte oleaje se lo llevaron y me metí al mar hasta las rodillas para salir del manglar y tener vista directa al mar y vi a lo lejos mi kayak navegando solo así que tomé el de Carlos y remé como loco, yo calculo que mi kayak estaba a unos 2 kilómetros mar adentro, pero por suerte el sol lo iluminaba perfecto y como el kayak es amarillo, ya de regreso se me bajo el susto, así que de premio desayuné no dos sino tres sobres de avena y los tres de manzana que para mi gusto es el mejor sabor.


Once de mayo y nos esperaba otra remada larga. Ya no sería la extensa donde descubríamos estrellas de mar enormes que pesaban casi cuatro kilos ni la excitante entrada al manglar, pero sí sería distancia. Estábamos decididos a remar dos turnos: por la mañana, cercanos a la costa, y por la tarde, lejanos, cuando ya la brisa soplara con fuerza. Así hicimos y llegamos a Isla Jaina, adonde, de acuerdo al farero de Isla Arena, uno debía desplegar una bandera antes de acercarse a tierra para avisar a los soldados o los marinos que uno se acercaba en son de paz. Pero nosotros llegamos hasta tierra, desembarcamos y sólo cuando tuvimos al cuidador a unos metros se dio cuenta de nuestra existencia. Nos preguntó muchas veces en qué habíamos llegado y no nos creyó hasta que vio los kayaks y comprobó la ausencia de remos.


Ahí queríamos esperar unas horas para descansar y esperar la brisa. Pero nos negó el derecho de estar ahí, con el pretexto de que nadie podía estar en la isla sino con un permiso especial que debía solicitarse en Campeche mismo. No oyó más argumentos que los que él decía. Luego, fue por su superior y resultó ser un hombre joven que se interesó mucho en lo que hacíamos y no sólo nos dejó permanecer sino que nos invitó a comer pescado: una mojarra de río frita cada uno.


Como a las dos horas de remar encontramos Isla Jaina que es una zona arqueológica muy padre pero no dejan acampar ni bajar a nadie, absolutamente a nadie, y el cuidador nos dio una taza de agua y nos dijo adiós, y después de una plática extensa y de que yo traía una playera del INAH pues la saqué que de hecho era mi muda de gala para ciudad pero pues ni modo y ya le eché un choro y le pedí por favor que nos dejara solamente descansar los pies y esperar la brisa para remar a otro sitio, pues ya lo discutió con el encargado oficial del sitio y resultó que hasta pescado, tortillas hechas a mano y Pepsi con hielos nos dieron...


A las tres y media de nuevo nos hicimos a la mar. Alex iba considerablemente más adelante que yo y además estaba usando la fuerza de las olas para surfear. Yo no tenía fuerza para eso y solo remaba constantemente.


Al poco rato me alcanzó la lancha de los pescadores que habíamos visto el día anterior. Me propusieron que subiera a Thor en su lancha y que me daban un "raid" hasta Campeche. No digo que no me vi tentado a aceptar. Era muy tentador subirme y dejar de remar, de sentir ese dolor lleno de cansancio... pero no valían trampas, así que me dieron agua que bebí casi litro y medio de agua y se fueron con Alex, a advertirle que estaba muy mar adentro y que le sería difícil regresar. Lo que ellos no sabían era lo que yo: sabía usar a las olas y regresar con ellas. Se detuvieron con él y le dieron agua. Luego, me esperó. A ambos nos habían dicho de una cabaña en medio del mar, como a dos kilómetros de la costa. Una cabaña sola donde poder pasar la noche.


Cuando lo alcancé, estaba tan cansado que ya no podía mantenerme recto o al menos no con el movimiento del remo. Le dije: "Deberíamos pensar en cómo ponerle una vela a esto". Su respuesta fue inmediata: "Con mi manta térmica." Y en cosa de minutos, teníamos una vela que desplegábamos de kayak a kayak y avanzábamos a buena velocidad, como si fuéramos un catamarán. Lo único cansado era mantener la tela en alto y nos turnábamos de mano para tenerla en alto. Nos daba risa pensar lo que diría la gente desde tierra al ver a una embarcación con vela plateada.


Así llegamos a la cabaña, que después nos enteraríamos que se llama Cocobeach. Un sitio realmente impresionante donde uno puede llegar en lancha y pescar un rato, un día completo o, como nosotros, pasar la noche. Subimos lo que usaríamos y atamos los kayaks lo mejor que podíamos. Si por la mañana habíamos estado en peligro por peder uno, sería peor despertar y no encontrar ninguno. Esa tarde la disfrutamos mucho, sobre todo porque nos sentíamos como niños traviesos haciendo trampa, pues en vez de remar esos casi cuatro kilómetros habíamos usado una vela. Por supuesto, Mares de México es un proyecto en kayak, pero se trataba de hacer una travesía navegando y, sobre todo, gozando el mar y yo estaba ya muy cansado.




















Una vez que llegó la brisa comenzamos a remar muy contentos porque los cuidadores de Isla Jaina nos dijeron que estábamos cerca porque de noche se veía Campeche, pero faltaban mas de 60 kilómetros, así que remamos y remamos y por suerte un pescador de Isla Piedra nos dijo que más delante había una casita en medio del mar y oh, sorpresa, ¡qué paraíso!, a éste lugar voy regresar muy pronto, vale la pena. Está como a 500 metros de la costa, y la hicieron particulares para descansar en sus lanchas particulares, de hecho le llaman Cocobeach, tiene su base de columnas de troncos anchos y fuertes, entre el agua y el piso de la cabaña es como de 3 metros, además tiene mirador, es de ocho por ocho metros de base, cubierta de palma.


Por la noche veíamos la ciudad de Campeche casi a la mano.


...es un verdadero paraíso, de hecho igual y nos quedábamos dos días ahí pero como no teníamos mas que 4 litros de agua para los dos decidimos irnos en la mañana, pero no contaba con que a las 3 de la mañana iba allegar una familia de turistas Gamberros a romper la tranquilidad del lugar y si eran gamberros.







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