Frontera
30 mayo 2002
…el timón de Thor se había roto. Había cruzado la desembocadura del río Grijalva (el más caudaloso de México) y a pesar de que fue muy tranquila, casi tanto como una laguna, justo cuando poco antes de tocar tierra descubrí que el timón se había roto y perdido en el mar.
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Ciudad Frontera (o Puerto Frontera) es una población con historia. Por aquí pasaron miles de toneladas de caoba hacia Europa. Y muchos productos más. Pero yo estaba ahí, solo, porque el timón de Thor se había roto. Había cruzado la desembocadura del río Grijalva (el más caudaloso de México) y a pesar de que fue muy tranquila, casi tanto como una laguna, justo cuando poco antes de tocar tierra descubrí que el timón se había roto y perdido en el mar. De seguro había sido ahí mismo. Ya venía algo doblado porque se me olvidó levantarlo al hacer tierra días antes. Enderezarlo significó que el aluminio quedara cuarteado y después de días de recibir el oleaje continuo y a veces fuerte pegándole de costado precisamente en los dos puntos donde era más débil, simplemente se quebró.
Alex llegó casi una hora después y se lo mostré. Tenía que ir a Frontera para que me hicieran un timón nuevo porque sin él la navegación sería más complicada. Había que cruzar nuevamente la bocana, pero antes dimos una pequeña vuelta por la isla, llena de pelícanos, patos y gaviotas. En una pequeñísima ensenada, Alex descubrió un par de mantas varadas y muertas en la playa. Cuando las revisé, noté que les habían quitado el espolón de la cola. Sólo eso. Ni la carne de las aletas le quitaron. Después, crucé nuevamente la bocana y me resultó muy difícil porque sin timón Thor viraba a la izquierda. Quizá era la corriente que me desviaba, pero algo era seguro: no estaba dispuesto a navegar hasta Veracruz lidiando con ese pequeño giro.
Alex se quedó en el faro, en la mera punta de tierra que ahí llaman El Bosque, mientras yo viajaba quince kilómetros en un taxi hasta Frontera y buscar a un herrero que hiciera el timón rápidamente. Pero no sirvió de mucho la velocidad porque el timón lo tendrían para el día siguiente. Para cuando regresé al Bosque, Alex ya se había hecho amigo de los niños y había conversado con algunos pescadores que estaban quedándose en el faro. Lo habían invitado a quedarse por allá, donde había menos chaquistes, más viento y mayor seguridad, pues a la llegada dos muchachos nos habían prevenido que hay gente que se dedica a robar "nomás por gusto".
Pasamos una tarde realmente buena. No teníamos que preocuparnos de dormirnos temprano porque podíamos salir a Frontera algo tarde para recoger el timón que ahora era de acero inoxidable y pesaba tres kilos más. Eso garantizaba mayor peso y que durara más tiempo. En Frontera decidimos pasarnos el día porque era ya demasiado tarde para partir. Así, vi el brillo en los ojos de Alex cuando le enseñé un cartel en el que invitaban a cualquier persona a participar en una competencia de canotaje al día siguiente con un premio de mil pesos. Le faltaba cubrir el único requisito que pedían: tener su propio canalete de una sola pala. Ni modo. Días después me diría con una sonrisa en los ojos: "Hubiera estado mal que ganara y nos fuéramos, ¿verdad?"
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