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Montañismo y Exploración
De nuevo en Ciudad del Carmen

…las diez de la mañana quiere decir mucho calor, sobre todo haciendo ejercicio, que tal es cargar los kayaks, el equipo y acomodar todo a pleno rayo de sol. Los cuerpos, desnudos de la cintura para arriba, brillaban de sudor y yo debía limpiarme la frente a cada momento porque me entraba a los ojos.







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Villahermosa es una ciudad tranquila, apacible, llena de ruidos de gente, que hace bien después de tanto mar, de tanto sol. De Ciudad del Carmen nos dirigimos ahí para pasar un fin de semana de descanso en casa de unos amigos... y para que mi espalda se recuperara. Finalmente, logramos ambas cosas: nos hacía falta convivir con más gente y tener esos espacios de silencio y ruido a los que estamos acostumbrados. Sobre todo al aire acondicionado que hace posible recuperarse entre tanto calor y humedad. Pero finalmente, llegó el día del regreso. Debíamos comenzar la etapa 4, de El Carmen al Puerto de Veracruz, con 500 kilómetros de recorrido.




CIUDAD DEL CARMEN, CAMPECHE

Día de navegación 26. MARTES 28 DE MAYO, 2002


A las 10 de la mañana estábamos en las oficinas de Alberto Medina, donde habíamos dejado embodegados los kayaks. Un lugar seguro para lo más importante de nuestra travesía. Desde Isla Aguada que nos habían robado, estábamos más conscientes de que debíamos cuidarlos como nunca. De ahí en adelante, siempre habría uno de nosotros junto a ellos mientras el otro se desplazaba.


Pero las diez de la mañana quiere decir mucho calor, sobre todo haciendo ejercicio, que tal es cargar los kayaks, el equipo y acomodar todo a pleno rayo de sol. Los cuerpos, desnudos de la cintura para arriba, brillaban de sudor y yo debía limpiarme la frente a cada momento porque me entraba a los ojos. La gente se fue juntando poco a poco, preguntando qué eran esos "cayuquitos" y para qué servían qué hacíamos, de donde veníamos y todo eso. Alex y yo contestábamos mientras el otro se dedicaba a trabajar. Al final tuvimos una despedida de nueve personas, la más numerosa que habíamos tenido hasta entonces.


A la una de la tarde, luego de la foto de salida oficial (¡ya teníamos cámara sumergible y ahora sí podríamos fotografiar donde fuera!), partimos por el pequeño canal que desembocaba en el faro y de ahí a cruzar la bocana de Laguna de Términos. Yo tenía dos preocupaciones. La primera era evitar a toda costa que uno de las muchas embarcaciones que cruzan o salen de ahí nos fuera a arrollar. La segunda era averiguar si mi espalda ya no tendría el dolor tan agudo de los últimos días. De hecho, de Campeche a Ciudad del Carmen el dolor estuvo continuo, a veces tan agudo que tenía que detenerme y respirar, acomodarme en una posición extraña (en el kayak siempre se está sentado) y dejar que el dolor pasara.


El rodeo para evitar ser arrollado fue largo, demasiado, quizá. Vimos delfines, pero muy lejos y no pude fotografiarlos y descubrí otra cosa: como yo no llevo ya chaleco, la deshidratación es más fuerte para mí, sin esa protección extra que brinda el chaleco salvavidas. Así, vi mojarse mi playera de mi sudor antes que del agua de mar y eso me alarmó, porque el sol estaba tan fuerte que esa agua se evaporaría.


Salimos el martes por la mañana de Ciudad del Carmen para llegar a Ataxtla, pero fue una remada dura después de haber estado en un verdadero Paraíso. La cruzada de la entrada a la laguna fue muy emotiva porque los delfines nos acompañaron en el recorrido, lo único malo es que la tuvimos que cruzar rápido porque hay mucho trafico de barcos cargueros.


Alex venía con mucha flojera y remaba lento. Así es a veces. Cuando terminé de cruzar la laguna, descubrí que no sentía ninguna molestia en la espalda. No sé si fueron los productos naturistas que me prodigaron en Villahermosa, si fueron los días de descanso obligatoria sin mover casi un dedo, si fue el cambio de tipo de palada o la combinación de todo ello, pero lo cierto es que me sentía feliz (aunque deshidratado) de no sentir dolor.
























EL MAR PANTANO

El mar que sigue a la Laguna de Términos bien puede llamarse el "Mar Pantano" porque el agua es lodosa en extremo, tanto que procurábamos ni siquiera meter las manos; el fondo marino es extremadamente bajo y muy largo, tanto que a veces se extendía hasta dos kilómetros mar adentro con apenas 60 centímetros de profundidad. Su vegetación era también característica, pues aunque no se trataba de un manglar como más al norte, esta era algo parecido, por lo densa, pero era vegetación arbórea. Ahí, en todo ese mar, no vimos un alma. Los pescadores estaban muy lejos de la costa, siempre lejanos a ese fondo tan bajo que pudiera atrapar la propela de sus lanchas. Una vez me detuve en donde había precisamente cuatro lanchas a la orilla. Quería esperar a Alex y platicar con ellos. Alex llegó casi una hora después con una nueva molestia: comenzaba a aparecer una llaga en la axila derecha y le dolía mucho remar, así que de la flojera había pasado a la cautela.


Los pescadores se asombraron de saber de dónde veníamos y hacia dónde íbamos. Sus caras me hacían comprender que nosotros ya habíamos perdido la noción de las distancias y que los kilómetros no existían para nosotros sino como horas de remada. Nuestra meta de ese día era una población que el mapa señalaba como Atlaxtla y que los pescadores ni siquiera sabían que existiera. Era fácil comprender esto porque, pescadores como eran, no se metían mucho a tierra y menos en ese mar-pantano que pudiera atraparlos.


Al atardecer, la población no aparecía y decidimos parar donde mejor nos pareció: un campo libre de esa vegetación y con nivel alto, conveniente para la tienda de campaña. Un sitio curioso y notable, con el mar lodoso y las olas color negro chocolate o negro, el suelo eran puras conchas pequeñas, sin un solo grano de arena, así que nuestros pies, acostumbrados ya a andar descalzos, terminaron algo maltratados.





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