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Montañismo y Exploración
LA SERRANÍA DE GUADALUPE Y CALVO

¿Un asalto en medio de la sierra? Desde lejos vi a los muchachos acercarse a la camioneta y poner las manos en el cofre. Alguno de ellos pidió permiso de quitarse la mochila porque pesaba bastante. “Pero despacito y de uno en uno”, fue la respuesta. Yo seguí caminando hacia las luces que rasgaban la noche y cuando me vieron no repitieron la orden. Sólo esperaron a que hiciera lo mismo que los otros, así que me quité la mochila y dejé que me revisaran.







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Al sur del estado de Chihuahua, la gran cordillera que es la Sierra Madre Occidental se yergue desde las profundidades de las barrancas con 300 metros de altitud hasta la elevada cumbre del Mohinora, a tres mil trescientos metros de altitud, donde los venados han encontrado un lugar de refugio indiscutible. En esa serranía, el 30 de octubre de 1835, "un arriero de Don José de Ochoa, llamado Miguel de Urías descubrió una rica veta mineral de oro y plata"* y poco después se fundaba el mineral al que ahora llegábamos. En honor a la Virgen de Guadalupe y al entonces gobernador del estado de Chihuahua, don José Joaquín Calvo, lleva desde entonces por nombre Guadalupe y Calvo. Después de haber recorrido la Sierra Madre en Durango, ¿qué encontraríamos en Chihuahua?

De manera un poco brusca, nos encontrábamos en la mitad de ese pueblo, con calles pavimentadas, con restaurantes de lujo, con supermercados... ¿Estábamos realmente en la Sierra Madre? Desde la última vez que lo visitamos, ocho años antes, cuando la gente celebraba el siglo y medio de la fundación, el pueblo se había transformado y estábamos más que asombrados. Pero no sabíamos que nos esperaban sorpresas. Y de diferentes clases.


EN LO ALTO DE LA SIERRA MADRE

Allá se esconden los animales que han sido desplazados por el hombre; allá no es posible vivir durante todo el año porque las nieves del invierno duran hasta muy avanzada la primavera y los vientos son gélidos hasta al mediodía. Allí, en un día neblinoso en plena temporada de lluvias, se escuchó de repente un grito: "¡Mira!, ¡mira! ¡Unos venados! ¡Unos venados!" Paco y Gustavo, que caminaban por donde no había vereda, se vieron de frente con un par de venados y fue tal la sorpresa de los cuatro, que unos corrieron a saltos por encima de los arbustos de más de dos metros de altura y los otros no pudieron sacar la cámara fotográfica.

Yo caminaba solo. Mis compañeros habían tomado diferentes caminos para llegar a la cumbre y no alcanzaba a escucharlos. La inmensidad ahí es tan amplia que el sonido enmudece y la vista... bueno, la vista topaba con árboles verdes, arbustos violetas y una masa blancuzca por encima y por todos lados. Cuando la neblina comenzó a desvanecerse, las nubes quedaban ya por debajo de nosotros, pero una vez que hube pisado la cumbre, quedé maravillado: habíamos llegado a la cima del Mohinora por la parte más accesible y ahora se nos plantaba por delante nuestro un desnivel de varios cientos de metros. La vista corría libre porque a partir de ahí todo estaba despejado. Podíamos ver hacia todas partes. Hacia el norte quedaban las imponentes barrancas del estado: Güérachi, Batopilas, Munérachi y Urique y, un poco más lejos, La Candameña, donde está la cascada Basaseachi.

Habíamos caminado entre plantas florecidas y altas, pero sobre todo llenas de agua, pues toda la noche anterior había llovido con abundancia y aunque tratábamos de mantenernos lo más secos posible era prácticamente imposible, así que terminamos por meternos por donde nos pareciera mejor sin importar el grado de humedad que alcanzáramos. Pero el espectáculo lo valía. La vieja pregunta ("¿Qué se siente escalar una montaña?") reaparecía inútil. Ahí estábamos, por encima de todo el estado de Chihuahua, en el Mohinora.


NABOGAME: LUGAR DE NOPALES

El viejo camino real que une a Guadalupe y Calvo con Nabogame es difícil de seguir ahora, pues una carretera para autos ocupa su lugar. Es la misma vieja historia de los caminos reales, destinados a desaparecer por obra de los vehículos motorizados. Pero después de algunas horas de caminar, desde una cuesta, divisamos un valle amplio y verde, abastecido de agua por un río que lo cruzaba: Nabogame, que en lengua tepehuana quiere decir "lugar de nopales" y es, claro, un pueblo tepehuán.

El lugar nos sorprendió tanto con su belleza agreste, con su iglesia del siglo XVIII hecha de adobe, con la tranquilidad visual del verde esmeralda y el murmullo del río corriendo a un lado del pueblo que decidimos quedarnos un día para descansar. ¿Qué logramos averiguar de Nabogame? Lo que ya he dicho: tranquilidad. Días después llegaríamos a Baborigame, otro pueblo donde viven tepehuanes, pero en el valle donde estuvimos más de 24 horas nos encontramos con un muro de silencio. De este pequeño poblado salió rumbo a Guadalupe y Calvo una carta muy curiosa a finales del siglo pasado:

Pueblo de Navogame, Enero 29 de 1893.

Estimado Sr. Retratista:

Hágame Ud. el favor de no venir al pueblo retratar como sé que intenta hacerlo. Creo que lo mejor que puede Ud. hacer es ir primero a Baborigame, porque en lo que respecta este pueblo, yo no lo permito.
En consecuencia, sírvase no pasar el día en este pueblo tomando fotografías.

Su atto. servidor,

José H Arroyos, General, Al Sr. Retratista.**

El destinatario de tal carta era Carl Lumholtz, el explorador noruego que nos heredaría años después su libro "Unknown Mexico". En cien años, las cosas habían cambiado mucho: una camioneta nos ayudó a cruzar el río por las varias vueltas en que hay que hacerlo, la gente nos recibió bastante bien y platicábamos cordialmente, pero no dejaba de sentirse la barrera de alejamiento con la que todos los grupos indios se han tenido que recubrir para evitar una intrusión a su cultura. Por supuesto, resultó todo un contraste después de haber estado en la cabecera municipal y puesto que no podíamos hacer mucho, sólo descansamos en medio de los cerros, con atardeceres luminosos y esperando que la gente platicara de sí misma con nosotros.

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