¡Por fin lo había conseguido! Seis años
detrás del Nevado de Colima y heme aquí en el
principio de la excursión, un principio bastante incómodo
por cierto. Un vagón de primera de ferrocarril a Guadalajara
y cuatro excelentes camaradas, Miguel y Luis Costa, José
Manuel Portilla y Somón González. Total, tres
novatos del Nevado y dos veteranos que mostrando una vez más
su compañerismo, hacían la excursión
por nosotros.
Veintitrés horas después, insomnes, cansados
y bastante sucios cruzábamos el vestíbulo del
Hotel Anguiano en Ciudad Guzmán, donde comimos como verdaderos
buitres en ayunas; arreglada de las mochilas que fluctuaban
entre los diecisiete y los veinticinco kilos y en carro hacia
"La Mesa" aserradero sito en la ruta al volcán.
La serranía por la que atraviesa cruza todos los tipos
de vegetación, tropical, semitropical, de media montaña
y en sus postrimerías, volcánica. La forma de
traspasarla es de "brechas", algunas de ellas verdaderamente
merecedoras del empleo del machete. Nombres curiosos eran invocados
por nuestro arriero "Agua de Leones", "Cuesta
del Cristo", "Puerto de Pastores", "El Corral"...
etc., el cual, con un exceso de buenos deseos, pero una falta
absoluta de orientación acabó de declararse, después
de nueve interminables horas, completamente extraviado y de
paso despistó a Luis y a Miguel que haciendo una exhibición
retentiva (hacía ocho años que habían efectuado
la excursión que estábamos haciendo) iban perfectamente
bien, pero influenciados por el buen "Fili" extraviaron
su camino. Ello originó que se desplazasen en una feroz
búsqueda del albergue "La Esperanza" (nombre
por demás evocador) al cual localizaron, pero ya nuestro
grupo estaba muy agotado y para no reincidir, decidimos establecer
campamento de emergencia en la falda del volcán hasta
la mañana siguiente. Toda esta peripecia serrana, que
nos puso a prueba, fue la noche y madrugada del día 15
de Septiembre, habiendo tenido que cargar en los últimos
tramos (los más duros y empinados) nuestras mochilas,
porque los "auxiliares" cuadrúpedos se negaron
a ello.
En las primeras horas del día 16, localizamos rápidamente
el albergue "La Joya", pese a que "Fili"
volvía a despistarse con una tenacidad sencillamente
admirable. Es un bonito albergue de tipo canadiense, de dos
pisos, con una figura rematando su techo. La vista del Nevado
desde este lugar es maravillosa. Inmediatamente surgió
en mi cerebro la figura de "El Cervino". Es este lugar
ideal e inolvidable para el que por él pasa. Lo único
lamentable, es que las paredes del albergue están materialmente
cubiertas de letreros de diferentes personas y Clubes. Eso,
compañeros es verdaderamente incalificable.
En este idílico lugar llenamos las cantimploras de agua.
De ahí en adelante no encontraríamos ya ninguna.
La batalla contra la cumbre empezaba. Miguel encabezó
la línea, seguía Luis, Portilla, el que escribe
y cerraba nuestro "reta" Simón.
Loma tras loma de montaña media fueron cayendo al paso
lento, pero continuado de nuestro grupo. Ya se divisaban perfectamente
las rampas de arena de la pirámide final, las paredes
de roca similares a las de la Amacuilécatl, las formaciones
internas del Nevado, que parecían abrirse y escindirse
en múltiples cumbres.
Fin de la vegetación. Allí Miguel, ese güero
gritón y buena gente, decidió descansar antes
del asalto final. Así lo hicimos, tomando un pequeño
refrigerio.
En pleno corazón del Nevado, ascendiendo con buen paso
y facilidad, dimos pronto vista al collado. Al llegar a él,
Miguel me señaló las dos cumbres. La Norte y la
Sur. Reunidos todos, marchamos primero a la Sur, por una vereda
señalada en la arena. Desde ella, divisamos el Volcán
de Fuego, Notable contraste. De un lado, la vegetación
arborea del Nevado, con sus profundas gargantas verdeantes,
vida, color luz. De otro, la representación natural de
la Apocalipsis. Una montaña de arena negra, dos árboles
retorcidos que parecían haber intentado escapar, muriendo
en la empresa, nubarrones, rocas calcinadas, arena, arena. El
paisaje emitía calor y tristeza. Era como Cuasimodo "horrorosamente
bello".
Estuvimos un buen rato en la cumbre Sur, donde dejamos nuestro
pergamino y las banderas de México y España, trasladandonos
acto seguido por una arista de roca hasta la cumbre Norte, que
domina lo que podríamos llamar "el Valle de la Vida"
del volcán. Abajo, muy pequeñito se dominaba el
albergue, en los tintes azulados de la sierra, al final de ella,
Cudad Guzmán, desde aquí se aprecia el desnivel
que hay que cruzar, para llegar a este fantástico mirador.
La llegada a esta cumbre es más trabajosa que la de la
Sur, e inclusive hay un corto paso, donde Miguel, con su habitual
pericia nos ayudó a trasponerlo, puesto que no traíamos
cable, el cual por otra parte, no es necesario. En la Cumbre
Norte nos registramos en el libro que está al pie de
la Cruz, dejando asimismo otro pergamino y un banderín
nacional mexicano como ofrenda a nuestra Patria en su día.
Mucho tiempo estuvimos allí, cara al sol y las nubes,
gozando de la libertad del montañero, libertad plena
en su marco natural. La escasez de tiempo nos hizo descender
de nuestro nido rumbo de nuevo al albergue, donde estaban nuestros
arrieros y los burritos.
Una hora escasa hicimos de regreso. En el descenso vimos a
los grupos "Vanguardia Alpina" e "Inmexssal"
de Guadalajara que iban subiendo. En "La Esperanza"
saludamos a uno de los muchachos del Seguro Social, y con el
tiempo apenas de tomar un bocado emprendimos rápido descenso
hasta "La Mesa" donde pernoctamos en el atrio de una
casa.
El resto es sólo una serie de peripecias que abarcaron,
coche, tren, camión de segunda y un acogedor "pullmann",
habiendo llegado a México D.F. el lunes 18 fatigados,
pero como agradable compensación muy satisfechos y con
la cabeza llena de panoramas únicos y anécdotas
regocijantes.
Doy personalmente las gracias a mis compañeros: Miguel,
alegre y decidido, "el hombre espíritu"; Luis,
tesonero, orientado y luchador; Portilla infatigable y generoso
y simón, que novel absoluto en estas lides, supo responder
como ya quisiéramos muchos veteranos. Por todos ellos,
se me cuajó este anhelo que para mí era escalar
el Nevado de Colima.
© Alpinismo, revista mensual. Tomo 2, número
13, octubre 14 de 1950. Páginas 32-33.