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Montañismo y Exploración
CINCO ASCENSIONES A LOS ALPES
15 octubre 2001

DAS WEISSHORN De vuelta del Mönch, quedamos con Peter Egger de esperar que el tiempo mejorara para hacer la travesía de Jungfraujoch a Brigg, por las montañas y, escalando en el camino, el Finsterhorn. La mitad del día 31 de …







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DAS WEISSHORN


De vuelta del Mönch, quedamos con Peter Egger de esperar
que el tiempo mejorara para hacer la travesía de Jungfraujoch
a Brigg, por las montañas y, escalando en el camino,
el Finsterhorn. La mitad del día 31 de julio y todo el
1º de agosto nos pasamos, con mal tiempo, dedicados al
esquí en el Glaciar de Aletsch.

La noche del primero de agosto estuvimos fuera del hotel, en
medio de una nevada, para contemplar las luces con que todos
los pueblos celebran la fiesta nacional suiza. Inäbnit
y Egger escalaron una ladera abrupta para lanzar de ella luces
de bengala que nos fueran visibles en todos los poblados que
están en las estribaciones de las montañas.

Decidimos que si, para el día 2 no había mejoría
del tiempo, tendríamos que cancelar el proyectado escalamiento
al Finsterhorn e ir a Brigg por ferrocarril; lo que tuvimos
que llevar a cabo, así fue como dejamos Jungfraujoch
al medio día y partimos con mal tiempo, que apenas si
nos permitió ver parte de la famosa pared del Eiger,
desde la ventana del observatorio abierta en el túnel
que atraviesa el tren para salir de Jungfaujoch.

Nos dolimos de que el mal tiempo nos impidiera contemplar desde
el ferrocarril, tanto las cumbres como los lagos; después
de 3 transbordes llegamos, al anochecer, a Brigg, donde pernoctamos
para, al día siguiente, tomar el ferrocarril a Zermatt.
El 3 de agosto estuvimos a las 3 de la tarde en el pueblo que
se ha hecho famoso desde las épocas de Taugwalder, Carrel
y Whimper [sic].

La mayor parte del trayecto del ferrocarril se hace en el fondo
de una cabaña, muy pintoresca en el verano por los colores
de los prados, los bosques, los arroyos y las numerosas poblaciones,
típicas por el estilo de sus chalets y por la forma de
agruparlos. Pasamos por San Niklaus por Randa y por Täsch,
antes de llegar a Zermatt.

Peculiar de Zermatt es la llegada del ferrocarril, con una
línea desplegada de guías, otra de gentes de hotel
y los carros tirados por caballos que esperan a los pasajeros.
Ni guías ni hoteleros se dirigen a quienes descienden
del tren y esperan que si alguien desea sus servicios los solicite
por propia iniciativa, luego, ayudan, orientan y aconsejan en
forma tan afable como eficaz. Nos dirigimos al empleado del
Walliserhorf, quien se encargó de nuestro equipaje; llegados
al hotel; llegados al hotel que se encuentra en la calle principal,
lo primero que hicimos fue pedir comunicación telefónica
con Châbles Les Bagres para pedir a Ernest Stettler que
acudiera a Zermatt para que fuera nuestro guía en las
montañas del Valais, de acuerdo con la recomendación
que de él nos hizo su compañero de infancia, el
Dr. Gailland. Logrando la comunicación en la noche, la
mejor hazaña fue la de uno de nosotros (L.M.) quien consiguió
entenderse por teléfono y en francés, con el guía
que sólo conocía este idioma. Quedó de
encontrarse con nosotros el día 4 por la tarde.

Mientras llegaba el guía y a pesar del mal tiempo, tomamos
el ferrocarril de cremallera que lleva a Goergrat, sitio que
está al oriente del glaciar que se extiende hasta cerca
de paso Teódulo, situación que permite ver de
frente y muy de cerca el Monte Rosa, Cástor y Pólux
y el Matterhorn. Nuestra mala suerte hizo que las nubes sólo
nos permitieran ver fracciones de las montañas y nada
más por breves fracciones de tiempo, todo con aire y
frío que nos obligaban a entrar con frecuencia al hotel.

En la tarde encontramos en la taberna del Walliserhorf a Ernest,
quien había recibido breve descripción de nuestra
apariencia y el que nos veía con mirada inquisitiva;
nos sentamos a su mesa y pedimos sendos decílitros de
vino, convivimos en que al día siguiente intentaríamos
el Weisshorn para luego habérnoslas con el Cervino y,
más tarde, si el tiempo y las fuerzas nos eran favorables,
probar suerte con el Dent Blanch.

Al oscurecer tuvimos un encuentro grato, Minette y su amigo,
quienes habían escalado con Füchs la Jungfrau el
30 de julio, cuando lo hicimos nosotros. Quedaron encantados
de que les obsequiáramos algunas de las fotografías
tomadas en tal ocasión. Cenamos con ellos y con Ernest
y, más tarde, los acompañamos para que buscaran
los guías que los llevarían al Matterhorn mientras
nosotros íbamos al Weisshorn.

Como faltaba un par de crampones, Ernst en compañía
de G. Ch. Se encaminaron a casa de Alfons Taugwalder (Bergführer,
Skilehrer und Eispickelfabrikant
[guía de montaña,
maestro de esquí y fabricante de piolets]) quien los
recibió en su cama, acostado ya; les ofreció una
bebida en que había un licor semejante al anís
en vehículo lácteo. Dijo que él personalmente
arreglaría los crampones para tenerlos listos antes de
nuestra salida.

El 5 de agosto salimos en ferrocarril a Randa a 1,404 metros,
donde llegamos a las 10 horas para ponernos luego en camino,
comenzamos la ascensión de empinadas cuestas hacia el
suroeste y, a medida que subíamos, se nos fueron descubriendo
paisajes magníficos del valle de Randa y, más
tarde el de Täsch; al otro lado de la cañada que
cada vez nos parecía más profunda, emergían
magníficos la Mischable y el Duomo, que recortaban sus
cumbres nevadas en un fondo de azul intenso.

Nuestra marcha fue rápida, a las 12 llegamos a la cabaña
de un pastor la que encontramos sola y con gran provisión
de quesos y de leche, Ernest apuró un litro y dejó
inmediatamente el importe sobre una mesa rústica en la
que se apilaban utensilios para la fabricación del queso.
Comimos al estilo GAMM, ávidamente, con rapidez y por
largo rato: a las 12:45 reemprendimos la marcha. Pocos minutos
más tarde dejamos la vegetación de árboles
y luego llegamos a un camino rocoso y empinado que nos hizo
recordar el caracol de Chalchoapan.

A las 15:30 estuvimos en la cabaña, situada a 2,931
mts., construida por la sección Basilea del Club Alpino
Suizo, que encontramos desocupada y bien provista de literas,
mantas y zapatos de descanso, vajilla, batería de cocina,
leña, revistas, libros y reloj despertador. Nos posesionamos,
temporalmente por supuesto, de dichos bienes. Mientras llegaba
la hora en que Ernest nos diera la bella demostración
de sus capacidades de cocinero, nos ofrecía, con belleza
de maravilla en los 4 puntos cardinales. Al sureste el Matterhorn,
el Dent Blanch, más hacia el oriente el paso Teódulo,
Cástr y Pólux y el Monte Rosa y el Kleine Matterhorn;
al oriente Mischabel y Duomo, al norte y al poniente las estribaciones
y el macizo del Weisshorn, con sus glaciares, paredes rocosas,
aristas, gendarmes, canaletas, que imponían por lo abrupto
y por lo bello.

A las 7 volvimos a la tarea de la alimentación, pudimos
saborear un espagueti hecho por nuestro guía y que fue
el mejor que nos supo durante nuestra estadía en Europa,
no olvidando que en las 2 semanas pasadas en Italia casi no
hubo día que no lo comiéramos. Equilibramos nuestra
ración con un respetable aporte de nucleoprótidos
(carne) y, por si faltaran calorías, agregamos el líquido
alimento de ahorro bajo la forma de coñac.

Por demás está decir que dormimos de una pieza
hasta las 3 de la mañana del día 6, hora en que
Ernest nos despertó con el desayuno listo, que consumimos
rápidamente para luego equiparnos y salir a las 3:45.

A la media hora de camino comenzamos a pisar nieve blanda,
atravesamos un glaciar hacia su parte más alta y luego
nos dirigimos directamente en dirección del norte, con
el fin de ganar la iniciación de una larga arista que
conduce hasta la cima; a los 40 metros nos dimos cuenta de que
la marcha nos resultaba penosa en demasía por lo flojo
de la nieve, por lo que el guía pensó cambiar
de rumbo, volvimos hacia el oeste para subir en una pendiente
llena de rocas cubiertas de nieve, en donde tuvimos que escalar
por espacio de una hora aproximadamente.

Nos tocó el amanecer, ya sobre la arista que se extiende
unos 5 a 6 kilómetros y en cuyo trayecto hay tres imponentes
formaciones rocosas a manera de gendarmes. Por lo blando de
la nieve, nos fue necesario usar los crampones, había
lugares en que el guía permitía sólo a
uno que estuviera en movimiento; el peligro estribaba en el
posible desprendimiento de masas de nieve, en que se resbalara
sobre la superficie húmeda de alguna roca o que, una
de éstas cediera y rodara bajo nuestro peso. En tales
circunstancias tuvimos que progresar con mucha lentitud.

Llegados al primer gendarme, lo mejor que se hizo fue escalarlo
y luego descender, escalamiento de unos 8 a 12 metros, difícil
y peligroso. El segundo gendarme también lo pasamos en
esa forma y, por último, al llegar al tercero, lo rodeamos,
asegurando nuestra posición con los pies sobre la nieve
que se desprendía con facilidad; rodear tal gendarme
nos llevó más de media hora, anduvimos luego sobre
la arista, cada vez con mayor lentitud porque la nieve con el
sol se hacía más blanda aún y se desprendía
en grandes masas que veíamos rodar a uno y otro lados.

Nos faltaban unos 75 metros para ganar la cumbre, a 4,509 mts.
sobre el nivel del mar, cuando Ernest convocó a consejo,
dijo que si nos obstinábamos él continuaría
la marcha pero que su opinión como guía era de
que no lo hiciéramos, ya que cada vez el peligro era
mayor y, por otra parte, no había en la montaña,
a la sazón, alguna cordada capaz de ayudarnos. Con la
experiencia ganada en la Jungfrau y con la disposición
lógica de acatar al guía, resolvimos dejar inconcluso
nuestro escalamiento y volvernos.

A las 11, después del almuerzo que comimos encaramados
sobre la arista, uno de nosotros a horcajadas, emprendimos el
regreso por la misma ruta: rodeamos los mismos 2 primeros gendarmes
que nos salieron al paso y eludimos el último bajando
con el apoyo de la cuerda, pero sin necesidad de rappel, a la
parte más alta de una cañada que el guía
nos hizo cruzar con rapidez, cosa que apenas habíamos
terminado de hacer cuando sobrevino el desprendimiento de varias
piedras y de algunos bloques de hielo que pasaron rápidos
sobre las huellas que habíamos dejado. Seguimos la vertiente
noroeste del glaciar, cruzamos algunas grietas que aparecían
de poca profundidad y hubimos de rodear otras, con lo que volvimos
a la ruta de subida a eso de las 13:30 horas. Luego bajamos
por una vereda entre rocas y nieve para llegar a la cabaña
a las 16.

A las 16:30 y después de haber dejado limpia y en orden
la cabaña, comenzamos el descenso que hicimos en carrera,
pues el último tren de Randa a Zermatt pasaba a las 19.
La mayor parte del trayecto lo hicimos corriendo, dejándonos
llevar por la pendiente y así fue como, sudorosos, a
las 18:05 estábamos frente a las estación, en
uno de los típicos restoranes, dando grandes voces para
que con rapidez se nos sirviera vino.

A las 20 horas estuvimos en Zermatt, baño, cena y cama
nos pusieron en condiciones de alistarnos a la mañana
siguiente para el Matterhorn.


© Alpinismo, revista mensual. Tomo 2, número
18, marzo 16 de 1951. Páginas 8-11 y 30-31.





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