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Montañismo y Exploración
Playa del Carmen
22 diciembre 2000

Creo que llevaría una hora remando cuando comenzaron las olas enormes. No de esas de tormenta, sino de aquellas que son de marea normal, si es que podemos llamarle normal a las olas que vienen del norte cuando la corriente principal va precisamente hacia esa dirección y hacen que suba y baje.







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Por la noche llovió con mucha fuerza. Las gotas sobre el toldo me despertaron y me dije que no tendría que salir temprano. A las seis volvió a llover y cuando cesó me asomé para ver los árboles: seguían moviéndose: el norte continuaba. Decididamente no saldría y tendría que quedarme ahí otro día... aburriéndome porque ni el libro llevaba.


Desayuné un poco y a eso de las once salí a ver la playa. El oleaje estaba calmo y las banderas de las lanchas parecían estar más calmadas, así que esperé. A las 11:20 las cosas seguían igual. Estaba a 25 kilómetros de Playa del Carmen. Si salía a las doce, tendría cinco horas para remar. Habíamos hecho tres horas en la pista de Cuemanco de la Ciudad de México mientras entrenábamos, pero en kayaks más lentos y tenía mucha menos condición física que ahora. ¿Podría hacerlo? Fijé mi mirada en el mar y recordé: "Llego a Playa en dos días o tres si hay norte"


Levanté todo y quienes me vieron entrar nuevamente al mar me tacharon de loco y se quedaron abrigados en la orilla. Para mí era cosa de no detenerse o el norte soplaría de nuevo. Además, me preocupaba que mis amigos se preocuparan por mí si no llegaba ese día. O, si el norte seguía, tardaría un día más en llegar. Los nortes pueden durar hasta una semana.


Remé y remé... Con ritmo, con la misma velocidad, aunque a veces cambiaba la longitud de la palada. De repente soplaban brisas del norte, pero el viento principal era del oeste, desde la costa. Ese no me ocasionaba muchos problemas, así que seguí y cuando llegaba una brisa del norte, sólo me decía que estaba bien, que sólo era una brisa sin fuerza y pasaría pronto. Pasaba una playa y otra y otra... Zonas hoteleras interminables, de las que creen que la playa es propiedad privada y cuyos vigilantes se acercan a preguntar quién eres con sólo acercarte a descansar un rato.


Creo que llevaría una hora remando cuando comenzaron las olas enormes. No de esas de tormenta, sino de aquellas que son de marea normal, si es que podemos llamarle normal a las olas que vienen del norte cuando la corriente principal va precisamente hacia esa dirección y hacen que suba y baje.


A veces una ola me subía y desde arriba sentía una especie de vértigo al ver lo que bajaría para luego volver a subir. Porque esas olas (que Memo llama "Burros") llegaban por pares, a veces tríos y luego las olas de siempre. Duraba hasta doce pulsaciones (tengo que medir el tiempo de alguna manera) en volver a ver la superficie del mar, crispada, pero no rizada. Las lanchas de buceo o de pesca deportiva se me perdían de vista durante varios minutos.


A veces la cantidad de agua que se me venía encima era impresionante pero no rompía, era tranquila. El fondo del mar era profundo y no había arrecife donde me hallaba, así que podía estar tranquilo y seguir todo lo que fuera, con ese mar azul turquesa debajo de mí. Lamentablemente no tendría una foto mía en el mar, pero Thor destacaría muy bien en ese color.


Así me la pasé durante todo el trayecto, subiendo y bajando burros, como si fuera arriero, pero sin chiflar ni echar maldiciones como ellos. No dejaba de remar y eso me parecía de verdad increíble. Respirar: palada derecha; espirar, palada izquierda. Todo con control.


Nunca había puesto a trabajar tanto a mis músculos, salvo los de las piernas. Pero estar horas así, con el norte en contra, era algo que... mejor no lo pensaba. Simplemente seguía. Dejaba la mente en blanco y seguía remando. Eso de dejar la mente en blanco ha sido uno de los principales motores de esta actividad en solitario. Uno se concentra más en todo esto y se siente más paz que si se pensara. Pero a veces los recuerdos llegan y esta vez lo hicieron para hacerme reír. Estuve carcajeándome mientras remaba por incidentes que habían pasado hacía mucho. ¡Qué increíble es la memoria! ¡Qué sencillo es el mundo cuando se piensa sólo en lo elemental!


Llegué a Playa del Carmen a las 3:12. Había remado el mismo tiempo que entrenaba en la pista de Cuemanco pero con norte en contra y las peligrosas acuamotos a toda velocidad alrededor de uno, sin consideración alguna. Pasé por detrás del transbordador que va a Chetumal y llegué a la playa que había visto días antes para desembarcar. Desembarqué sin problema y con la playa solitaria porque el viento había hecho huir a los turistas.


Ahí me abordaron inmediatamente dos niños holandeses con preguntas muy interesantes: que cuántos kilómetros había remado, que si conocía donde se pescaba con atarraya, que cómo hacía funcionar el timón si estaba fuera del agua, etc. Se fueron como llegaron: como tromba jugando al futbol y mientras los veía correr en la arena me reía de la impetuosidad del niño que comenzó a preguntar y que en mitad de la pregunta se detuvo y me preguntó si sabía hablar inglés, con toda cortesía pero también impetuosamente, esperando que le entendiera y pudiera explicarle lo que deseaba saber.

















Estuve un rato en la playa descansando y después fui a hablar por teléfono a Guillermo. En el camino al teléfono, una pareja de suizos me preguntó que si yo era el "kayakero". Un médico cardiólogo y su esposa me hablaron en español y después de una cuadra de caminar, me ofrecieron quedarme en su casa, con todo y kayak, si es que no tenía en donde quedarme. La mujer tenía algo de experiencia en el kayak y le había impresionado la manera en que yo había llegado y esquivado las partes de oleaje rompiente. Una pareja muy amable que con una gran tranquilidad me habían ofrecido el lugar donde vivían aunque ellos no estuvieran porque en dos horas más partían a Cancún para regresar por la noche.


Pero finalmente estoy aquí. Ahora es cosa de esperar que pase el norte y me iré a Cancún. Esta parte del Caribe me esta resultando muy cara, mientras que al sur de Punta Allen no gasté nada. Espero pasar todo esto pronto o me voy a quedar sin dinero. Y además de cara, peligrosa por tanta embarcación con motor en manos de turistas que creen que están en una pista de carreras.







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