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Montañismo y Exploración
Majahual
7 diciembre 2000

Todos los días había ido detrás de mí y eso al principio me extrañó, después me dijo que quería disfrutar del paisaje, pero lo cierto es que en un momento determinado me fijé en su mano: la tenía hinchada. “¿Qué tienes?”







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La llegada a Majahual la hicimos más rápido que de costumbre. Alex quería seguir y yo le decía que necesitábamos descanso, que pasaríamos ahí un día. “Mejor nos movemos cinco klómetros al norte y descansamos ahí”, dijo después de haber dado un paseo por el diminuto pueblo. A ninguno de los dos nos gustaba el ambiente del lugar. Así quedamos: remaríamos cinco kilómetros al día siguiente. Pero ese día me di cuenta que Alex sufría de algo.


Lo denotaba su cara y no me ha-bía dado cuenta por fijarme sólo en mi dolor. Todos los días había ido detrás de mí y eso al principio me ex-trañó; después me dijo que quería disfrutar del paisaje, pero lo cierto es que en un momento determinado me fijé en su mano: la tenía hinchada. “¿Qué tienes?”


El diagnóstico fue una severa lastimadura. Como sus padres son médicos, habló a México para pedir un diagnóstico y se lo dieron: debía descansar semanas para que se recuperara. Por otro lado, le habían surgido problemas personales que requerían su presencia inmediata.


Cuando regresó y me lo contó, yo estaba dormido y casi ni le entendí. Tuvo que repetirlo dos veces para que le captara. “¿Tú qué vas a hacer?”, me preguntó. “Yo continúo”, le dije casi sin pensarlo.


El día siguiente fue triste. Uno y otro evitábamos mirarnos a los ojos por temor a algo indefinido. Simplemente no queríamos decirnos lo que nos dolía que ese sueño de ambos se quedara trunco así nomás, a los cinco días exactos de navegación. ¿Qué podíamos hacer? Quizá él no quería ver en mi mirada ese brillo que —dicen— emana de mis ojos cuando estoy a punto de hacer algo en solitario. O quizá lo había visto ya. Yo quería actuar lo más prácticamente posible pero en el camino de la montaña y de la exploración, he aprendido a valorar más al compañero que a lo que se hace. Me dolía que un compañero se fuera. Esta expedición o cualquiera otra se puede hacer después... pero no con un amigo como él.

















A mediodía, Alex me sugirió que preparáramos mi kayak y lo hicimos tan concienzudamente que todo cupo. “Todo” tenía entonces un sentido muy preciso: todo lo de comer, todo lo de dormir, todo lo de vivir. Todo estaba ahí. Yo viviría de mi kayak durante... ¿cuánto tiempo? Hacia el atardecer, llegó una camioneta. De ella bajaron dos hombres, preguntaron por Alex y se lo llevaron. Parecía preso, pero eran amigos de sus padres que vivían en Chetumal y se habían ofrecido a recogerlo para enviarlo después a México. Al menos tendría un regreso fácil.







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