El 28 de junio de 1492 se hizo el primer ascenso al Mont Aiguille por Antoine De Ville, monte que presenta dificultades propias de la escalada en roca pero que está nevado y podría considerarse como el primer acercamiento serio a la montaña. Sin embargo la fecha considerada como el punto de partida de la alta montaña es el 8 de agosto de 1786, cuando Jacques Balmat, del Valle de Chamonix, llega a la cumbre del Mont Blanc, la cumbre más elevada de Europa, junto con el doctor Paccard. Por razones obvias, al haber surgido en los Alpes, la actividad de ascender altas montañas se denominó alpinismo.
Al surgir el gusto por las montañas, los habitantes de las partes bajas, quienes conocían mejor que nadie el terreno, se fueron convirtiendo, poco a poco, en guías especializados de montaña, utilizando herramientas de uso cotidiano para ascender, sobre todo el hacha, para tallar escalones en la nieve o el hielo para sus clientes. Con el tiempo, este equipo se convertiría en algo sumamente especializado y el hacha pasaría a convertirse en el piolet.
Después de ese primer ascenso, se sucedieron otros en todas las montañas nevadas de los Alpes. La fiebre desatada así intenta alcanzar la cima más alta de los Alpes en primer lugar y posteriormente hollar la cima de alguna otra montaña por primera vez. Cuando la mayoría de las cumbres importantes ya habían sido ascendidas, los ojos de los alpinistas se volvieron hacia el Matterhorn o Cervino, frontera entre Italia y Suiza, considerada como la montaña inaccesible hasta entonces. Tal mito es echado a tierra por Edward Whymper, en 1865, quien lo escala, junto con otros seis acompañantes por la ruta que ahora es la clásica.
Sin embargo, era obvio que las cumbres terminaran alguna vez y entonces se produce una ruptura entre los alpinistas: unos, los escaladores, guiados por Alfred Mummery, tratan de llegar a la cumbre por vías más difíciles cada vez y trazan rutas sobre laderas cada vez más difíciles. El punto culminante lo constituyen los llamados "Tres Ultimos Problemas de los Alpes": el espolón Walker de las Grandes Jorasses y las caras norte del Eiger y del Cervino. Ellos, alpinistas que buscan la dificultad, son los innovadores de la técnica y de la filosofía.
El otro grupo, los alpinistas de filosofía clásica, buscan nuevas montañas. El propio Whymper asciende algunas montañas en Suramérica. Y como el siglo XVIII es el siglo de las grandes exploraciones, en las que el hombre buscaba el conocimiento del mundo que habitaba, se encontraron, gracias a la época en que vivían, montañas más allá de lo imaginado en las cordilleras del Cáucaso, los Andes, el Hindu Kush, Nueva Zelanda. Pero es en el Karakorum y el Himalaya donde encontraron las montañas más altas del planeta, montañas de dimensiones a las que los europeos (porque hasta ese momento el alpinismo es un deporte de y para europeos) no estaban acostumbrados.
Entonces el objetivo se centra en llegar, como Balmat en su tiempo, a la cima más alta. Como se conocía poco de aquellas regiones en que se encontraban las grandes cumbres, los primeros himalayistas fueron verdaderos exploradores que narran desde la flora y la fauna del lugar hasta los glaciares y las penurias que deben afrontar en la montaña. El choque del hombre con los gigantes del Himalaya produce accidentes mortales: en el Nanga Parbat, desaparece Mummery en 1895 y en el Everest, Mallory e Irvine nunca bajan de su último intento en 1924.
Las sucesivas expediciones hacen que se desarrolle el estilo de expedición para ascender la montaña. Este estilo requiere una estrategia casi militar en la que hay que colocar un campamento a una altura, aprovisionarlo y después colocar otro hasta llegar cerca de la cumbre. También se descubre que hay un límite para la aclimatación: el hombre no puede estar mucho tiempo por encima de los siete mil metros sin correr gran peligro. Entonces se acude a la tecnología con tal de llegar a la cumbre: se utiliza oxígeno embotellado para permanecer por encima de ese nivel.
La primera cumbre de más de ocho mil metros es alcanzada el 3 de junio de 1950 por Maurice Herzog y Louis Lachenal: el Annapurna, de 8,078 metros. El 29 de mayo de 1953, Edmund Hillary, neozelandés, y Tensing Norgkay, un sherpa, llegan a la cumbre del Everest (8,848 metros) por el lado de Nepal. Las grande cimas son alcanzadas: Nanga Parbat, K2, Cho Oyu, Makalu, Kangchengjunga... entonces se plantea nuevamente el viejo dilema: se acabaron las montañas ¿Qué hacer? Los montañistas actuales tienden a llegar a las cimas que todavía no han sido alcanzadas y a ascender las montañas más famosas por rutas cada vez más difíciles. Un ejemplo de esto es la expedición a la cara noreste del Everest, dirigida por Chris Bonnington, en estilo expedición y la cara sur del Dauhlagiri por Tomaz Humar en 1999, en estilo alpino y en solitario.
Puestos en el límite de la resistencia humana, hay quienes llegan cada vez más lejos y quienes rompen tabúes: Hermann Buhl establece el estilo alpino en el Himalaya y conquista el Broad Peak y Reinhold Messner escala en solitario por primera vez una montaña de ocho mil metros.
EN MÉXICO
La alta montaña se practicaba desde la época prehispánica, aunque con fines religiosos o comerciales. En las Relaciones Originales de Chalco-Amecameca se dice que en "...el año 3-caña (1289) fue cuando vinieron a salir por Huexotzingo y luego por Calpan, y por eso fue que vinieron a bajar y a salir allá al llamado Otlaltépec, en la orilla de los bosques se detuvieron. Y este Chalchiuhtzin fue el que trepó arriba del Popocatépetl buscando propiciar la lluvia, porque por entonces sol y sequía habían cobrado fuerza y había hambre y necesidad, según el saber de los ancianos. Allá arriba se flageló el Chalchiuhtzin. Según lo refieren los ancianos, llegó bien hasta la mera cabeza, hasta arriba del Popocatépetl y allí se flageló." Esto indica que los pueblos del Anáhuac llevaban ofrendas a los dioses que tenían adoratorios específicos en las montañas.
En 1519, Hernán Cortés envió a un grupo al mando de Diego de Ordaz para "saber el secreto de aquel humo" que salía del Popocatépetl, pero no llegaron a la cima. Es hasta 1522 que el mismo Cortés enviara a otro grupo para obtener azufre, necesario en la fabricación de pólvora para conquistar y pacificar las tierras amplias de la Nueva España, que se dice que alcanzaron la cumbre y descendieron al cráter, aunque este descenso es dudoso..
Después de ellos, les siguieron los frailes, comerciantes, científicos, diplomáticos y artistas. Aunque anónimos, es seguro que hubo muchos ascensos al Popocatépetl y con toda seguridad también al Iztaccíhuatl y al Pico de Orizaba (en los límites del bosque existe todavía una mina de donde se extraia obsidiana en época prehispánica), por lo que la fundación, en 1922 (400 años después del primer ascenso europeo al Popocatépetl) del Club Exploraciones de México por Otis McAllister no es más que la consecuencia lógica de encauzar esos ascensos a un deporte organizado.
La evolución que siguió el montañismo en México es semejante al europeo: con sólo cuatro montañas nevadas (en orden de altitud: Citlaltépetl, Popocatépetl, Iztaccíhuatl y Nevado de Toluca, aunque del glaciar del Popocatépetl sólo quede una mancha con la actividad volcánica actual), la primera etapa se cubrió rápidamente. Después se buscaron otras rutas y finalmente se llegó a la idea de subir las tres principales alturas en el menor tiempo posible, objetivo bastante alejado de la búsqueda de dificultad. El paso siguiente fue ascender montañas en otros países: el McKinley en Alaska, el Aconcagua en la frontera entre Argentina y Chile, el Huascarán en Perú, el Chimborazo en Ecuador, las Rocallosas de los Estados Unidos y Canadá. Siempre las más altas de cada país. Poco a poco, las metas se elevan y hay quienes se dirigen a los Alpes a emprender escaladas serias.
Se sueña con el Everest pero se dice que los mexicanos no son capaces de realizar una expedición a las grandes montañas del Himalaya. Pero el 4 de mayo de 1980, Hugo Saldaña y Alfonso Medina, miembros de la primera expedición completamente mexicana el Himalaya, llegan a la cumbre del Kanchengjunga Oeste de 8,420 metros. La expedición está dirigida por Manuel Casanova y todos son miembros de la Asociación de Montañismo y Exploración de la Universidad Nacional Autónoma de México. Los montañistas no regresan de la cumbre y de su logro da noticia un sherpa que los acompañó casi hasta la cima y vio a Hugo Saldaña en ella agitando su piolet.
En 1982, los montañistas de la UNAM vuelven a las grandes montañas, esta vez a la segunda cima más alta del mundo: el K2, junto con una expedición polaca e intentan ascender por una nueva ruta, pero llegan apenas a los 7,840 metros. En 1985, después de una brillante y rápida escalada en el Aconcagua, Carlos Carsolio llega a la cumbre del Nanga Parbat, de 8,125 metros. A esta se suceden en diferentes años los éxitos de varios ocho miles hasta que en 1990 Ricardo Torres Nava, participante de una expedición estadunidense, logra la cumbre del Everest, el sueño de muchos montañistas mexicanos.
Dentro de la historia del montañismo mexicano, la UNAM es pieza clave por realizar ascensiones importantes y expediciones a montañas que se creían inaccesibles (pero no se decía).