El término "exploración" es muy vasto y sirve lo mismo para designar a la conquista del Polo Sur (reseñada en este número con el libro El peor viaje del mundo) como lo que un médico hace al paciente que tiene una enfermedad que no puede verse a simple vista. En estos términos, el término exploración y lo que ella significa como legado de hombres que descubrieron el mundo poco a poco, se ha ido perdiendo. Sin embargo, se sigue haciendo exploración hoy en día pues, a diferencia de lo que mucha gente piensa, el mundo no es conocido.
Quitémonos el traje de citadino y metámonos en una ropa que nos permita estar cómodamente para caminar durante horas, días, semanas o meses por alguna región que elijamos. No importa adonde vayamos, siempre encontraremos gente para la cual lo que hacemos es parte de su vida cotidiana. Generalmente, es difícil explicar lo que uno hace a un campesino o indígena que no sabe ni le interesa la historia o la arqueología. Ni el tan gastado término de ecoturismo. En algunas regiones del planeta, hay una resistencia que se percibe inmediatamente por el visitante y que se describe como "hosco" "hostil", "reservado" y otros términos más.
Aquel que se haya metido en esos lugares, debe tener en cuenta que nosotros somos los visitantes y que estamos invadiendo una privacidad que no comprendemos porque a pesar de estar en el monte, una persona considera como tal el encontrar sólo a aquellos a quienes conoce ya y no a multitudes que cargan mochilas descomunales sólo "para conocer". Por desgracia, esto no es reconocido ni siquiera a posteriori y el resultado es que quienes van después reciben un trato muy diferente. Ahora, los indígenas cobran por dejarse tomar una foto y en algunos casos (San Juan Chamula, Chiapas, y Jesús María, Nayarit, por ejemplo) está prohibido dejar ver una cámara. Hay quienes han caído en la cárcel y han sido golpeados por tomar una foto.
¿Qué es esto? ¿De qué se trata, si quienes toman una foto lo quieren sólo como un recuerdo?
Hay un término que merece la pena explicar: "resistencia cultural". Si un pueblo fue sometido a la fuerza ("pacificado", en el lenguaje de hoy), habrá de seguro una rebelión posterior y la historia dice que esta rebelión siempre es apagada. Así que a los indígenas les queda un camino: resistir de otra forma y ésta es cuidar su cultura, sus dioses, a pesar de que hayan sido destruidos físicamente. Esta resistencia cultural se extiende a todo aquello que pueda parecer amenaza. Uno puede ser "invitado a dejar la comunidad" en casi cualquier parte (algunas veces de manera algo violenta) pero sobre todo donde el citadino usaría con una facilidad asombrosa los términos "pintoresco", "típico", "tradicional" u otros similares.
Esta resistencia es el resultado de una incomprensión mutua en la que el indígena sale perdiendo siempre, pese a los "préstamos culturales" que haga de los turistas: palabras (como la numeración, que se escucha castellanizada en náhuatl o zapoteco), prendas de vestir, maneras de expresarse... Todo lo que para nosotros no tendría sentido, lo tiene para quienes nos ven y es copiado. No importaba si los exploradores del siglo pasado se comportaban de una manera abrumadora para todos, porque eran, después de todo, un puñado de hombres. Pero ahora, la aculturación (es decir: ese dar y tomar "algo" prestado de otra cultura diferente a la propia) es ahora mucho mayor con la gran cantidad de personas que circulamos por las montañas y todos aquellos lugares que alguna vez estuvieron un poco más lejos de las ciudades.
El problema es que el citadino, pese a haberse metido en ropa cómoda y haber caminado un tiempo determinado, sigue pensando como citadino y generalmente no aprende nada de las personas con quienes convive en el campo, mientras que éstos sí que lo hacen. Entonces termina de leer estas líneas y no repasa las vivencias increíblemente humanas que se dan en la montaña, el desierto, la sierra, la selva y en todos aquellos lugares donde uno encuentra gente que no es como uno.
