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Montañismo y Exploración
La montaña y el hombre
15 diciembre 1999

La montaña acompaña al hombre, marcha en el sentido más secreto de su vida, e incluso cuando ésta la supera, la perpetúa. Quienes han amado la montaña por encima de todo, hasta el punto de vivir sólo para ella e incluso morir, no han vivido ni han muerto, pues, en vano, porque ella iluminó enteramente su existencia con la luz más pura y le dio un sentido.







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La aventura no está en las cosas: está en nosotros.

Robert Tezenas du Montcel: Ce monde qui n'est pas le nôtre

La singular aventura a que los Alpes nos invitan no es de las que se narran fácilmente. Lo que puede tener algunas veces de espectacular no es lo esencial. Como todas las grandes aventuras humanas, es ante todo un combate consigo mismo y una prueba que superar; una victoria que obtener sobre nosotros mismos tanto como sobre lo que se nos resiste; una enseñanza que obtener y que aplicar. Es un itinerario interior, muy largo, que acompaña y guía al alpinista sobre los caminos difíciles de la montaña y los de la vida.

Mundo extraño y maravilloso, que nos exige muchas virtudes a menudo contradictorias: la audacia y la prudencia; el orgullo de ser hombre y la humildad de no ser más que eso; el amor de la acción pura y la consciencia de la inmensa vanidad de la acción ?sin embargo, necesaria?; la más completa libertad y la más estricta disciplina; la solidaridad y la responsabilidad humanas llevadas , si es preciso, hasta el sacrificio, en ese gran ejercicio de la soledad. Pero estas contradicciones se resuelven por sí mismas y la montaña, en su silencio, responde a todas las cuestiones. Sólo hay que saber interrogarla y, como ella, saber callar.

"Y me atrevo a escribir aquí... que incluso las piedras, incluso esos grandes seres de tierra, piedra y hielo, que se llaman montañas, son capaces de devolver amor por amor, porque todo no es más que un juego perpetuo de ecos." [Samivel, Préface de l'Opera de Pics].

Montañas, mi alegría... donde, sin embargo, no hay más que sufrimiento y esfuerzo, pero de donde, milagrosamente, mana nuestra felicidad en mayor pureza. El secreto de la vida está en vosotras.

"¡Detengámonos un poco más!... ¡Es tan bello reposar en la cumbre, y durante unos momentos en la vida, soñar en medio de las nubes!" [Guido Rey]

Pero, ¿No se puede también soñar con la cima cuando ya se ha abandonado? La ascensión que nos conduce hasta ella no es más que un instante de violenta plenitud. Pero la ascensión no se acaba con el retorno al valle. Su precioso recuerdo no deja de perpetuarla y enriquecerla: con un poco de aplicación, se la puede hacer durar toda una vida. La verdadera cima está en nosotros, por encima de todo. Pertenece a quien la busca y jamás le podrá ser arrebatada.

La montaña acompaña al hombre, marcha en el sentido más secreto de su vida, e incluso cuando ésta la supera, la perpetúa. Quienes han amado la montaña por encima de todo, hasta el punto de vivir sólo para ella e incluso morir, no han vivido ni han muerto, pues, en vano, porque ella iluminó enteramente su existencia con la luz más pura y le dio un sentido. Su espíritu vela por nosotros en los amplios espacios desnudos de la altitud que les eran familiares. "Las puertas de la montaña ?escribió Ruskin? me abren una nueva vida que no tendrá fin."

¿Recordáis, compañeros míos? Teníamos veinte años; disponíamos de todas las frescas fuerzas de nuestra juventud; el asombro; el gusto por el peligro y el juego, el más puro de todos. Entonces nos encontrábamos, allá arriba...

Otros nos habían mostrado la vía, esa línea simple y neta que une la realidad con el sueño y no deja de elevarse hacia la lejana cima en el cielo. Ellos pasaron y nosotros pasamos también, pero sin dejar de ser fieles a nosotros mismos ni a nuestra pasión.

Conservamos el recuerdo de unos amplísimos espacios, tan plenamente abandonados al vacío y a su soledad que parecían pertenecernos de verdad; el del aire, alternativamente sofocante y helado, cuyo soplo nos azotaba y nos vivificaba al mismo tiempo; y el de una claridad tan viva que hiere la mirada, pero cuyo reflejo no nos ha abandonado jamás...

Recuerdo también los ecos secretos del silencio; la transparencia helada del vacío cristalino. Ese mundo se recoge en mí, más presente que el real, más vivo que la vida misma. Y me llena. Y me rodea. Y me protege.

La montaña, donde todo es fuente. La montaña, fuente de las fuentes.

Aprendamos a marchar, lentamente, hacia esa fuente...


Tomado de: Georges Sonnier. La montaña y el hombre. Editorial R.M., Barcelona, 1970. ISBN: 84-7204-048-8 p. 248-249.



 



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