En el estado más grande de México (Chihuahua) se encuentra una parte de la Sierra Madre Occidental que es conocida a nivel mundial: la Sierra Tarahumara. Los turistas que han llegado hasta ese escondido rincón de la naturaleza por medio del ferrocarril, avioneta o de camioneta, se quedan impresionados de sus barrancas. La más conocida de las barrancas es la del Cobre, al fondo de la cual fluye el río Urique.
Sin embargo, muy poca gente sabe que la más profunda barranca de todo Chihuahua se encuentra más al sur. Es la barranca de Sinforosa, también conocida como San Carlos o Cuchubéachi. Desde el fondo de la barranca hasta la parte más alta transcurren 1,830 metros, es decir: más de 400 superior al Gran Cañón del Colorado y poco más de 200 de la de Urique.
Antecedentes
De la barranca de Sinforosa se ha hablado muy poco, quizá porque no ofreció los grandes beneficios de minerales que las barrancas de Urique o Batopilas. En el año de 1676, José Tardá y Tomás de Guadalaxara, misioneros jesuitas que andaban en un viaje por las barrancas la mencionan así:
...pasamos por cerca de otro pueblo llamado Guérachi [seguramente se trata de lo que ahora se conoce como Cumbres de Huérachi]; y por no estar tan profundos como los pasados, nos dijo Nicolás [el guía] que nos detuviésemos para hablar con la gente. Ya comenzándose a una profundidad, comenzó a dar voces llamando a los que estaba abajo. Nosotros no veíamos más de árboles, ni alcanzábamos con la vista a ver lo de abajo; ni parecía casa ni otra señal de que hubiese gente. Pero de ahí a rato fueron saliendo de aquella profundidad muchos indios... (José Tardá y Tomás Guadalaxara, 1676. En: Luis González Rodríguez. Crónicas de la Sierra Tarahumara. Cien de México, SEP, México. 1987. p. 323
Por muchos años, la barranca seguiría permaneciendo en el olvido, a no ser por algunas incursiones de los españoles en busca de los indios que encabezaron las rebeliones indígenas de 1644-1652 y por 1690. Y después aparece el primer explorador que la menciona explícitamente: Carl Lumholtz. Hace un descenso a la barranca para presenciar la pesca entre los tarahumares y su trabajo sigue siendo hasta la fecha uno de los más importantes de este tema.
En 1985, siete miembros de la Asociación de Montañismo y Exploración realizamos el recorrido íntegro a pie de la Sierra y cruzamos desde Baborigame hasta Guachochi, pasando por Huérachi. El año siguiente, Fischer y dos compañeros suyos intentaron realizar el primer recorrido en balsa, pero salieron al poco tiempo y declararon que era imposible. Desde entonces, nadie se había metido a la barranca. La gente del lugar dice que algunas veces pasan balsas "de hule" con gente, lo cual prueba que el río sí es navegable, al contrario de lo que afirma Fischer.
El recorrido y los objetivos
Nuestro objetivo era recorrer la barranca de Sinforosa para hacer un recorrido a todo su largo. Sabíamos que un río es diferente de día en día y que el juicio de Fischer sobre la innavegabilidad del río podría ser falsa. Por supuesto, no sabíamos que a veces pasaban balsas y kayaks. Lo que queríamos hacer era evaluar las dificultades técnicas que el mismo río o su lecho ofrecieran a la navegación. Por eso fuimos en el mes seco: mayo.
Debo aclarar que en el relato que sigue se usa el horario solar existe una pequeña discrepancia en los horarios y la razón es muy sencilla: la barranca tiene unos 107º de longitud oeste, lo que equivale a 7 horas de diferencia con el Meridiano de Greenwich, a diferencia de los 90º que tiene el meridiano con el que está puesta la hora nacional. Y si a eso añadimos que estábamos usando el "horario de verano" (una hora más tarde), resulta que anochecía a las 21:15 horas, cuando en realidad eran las 19:15. Por eso se ha adoptado el horario solar en vez del uso horario internacional.
La exploración
El calor está por encima de nuestra capacidad de soporte. Es demasiado, sencillamente. Nos levantamos cotidianamente al amanecer y caminamos todo lo que podemos... hasta que el calor nos frena. O el hambre. Lo que suceda primero. Y eso es alrededor de las 11 de la mañana. Debajo de la sombra más profunda que encontráramos, desayunábamos y descansábamos hasta que el calor fuera menos intenso. Eso sucedía entre las dos y las tres de la tarde.
En ese pequeño refugio siempre teníamos un problema: la sombra se movía conforme avanzaba el día y nosotros siempre acabábamos en un lugar diferente del que habíamos comenzado. Todos dispersos, nos encontrábamos separados en los huecos de sombra más intensos. A menos que nos hubiéramos decidido a nadar, pero eso lo hacíamos a la una de la tarde, cuando el calor era más fuerte. Y como el agua del Río Verde siempre está fresca, a veces salíamos tiritando de frío.
El resto del tiempo lo dedicábamos a caminar a un lado del río, viendo todas las dificultades que las rocas y las curvas podrían presentar a las balsas o kayaks. Rayo y Luis iban siempre por delante buscando el camino, mientras Carlos Lazcano y yo íbamos a la zaga, uno leyendo los mapas para ubicarnos y el otro analizando lo que esta piedra o ese conjunto de cascadas pequeñas podrían hacer una vez que estuviera crecido el río.
Porque el río estaba seco. En verano, cuando los tarahumares suben a la sierra por el exceso de calor en el fondo de las barrancas, es difícil hallar una persona que ande por esos lugares. Pero la sequía en Chihuahua ya duraba algunos años. Los ríos profundos estaban ya muy disminuidos y los tarahumares habían regresado al fondo porque en lo alto de la sierra el agua escaseaba y el ganado moría.
Kuira-bá, decíamos y nos contestaban con otro saludo igual. Hubo un tarahumar que andaba pastoreando sus chivos y pasó junto a nosotros cuando estábamos a la sombra, por lo que no nos vio. Entonces lo llamamos y platicamos con él. Como no entendía mucho de español, comencé a usar las frases de rarámuri que me sabía. El hombre quedó maravillado de que supiera su lengua y trató de hacer la plática, pero descubrió que fuera de las pocas frases que me sabía, no era yo un terreno fértil para una conversación en un lugar donde la soledad es la que domina el ánimo de cualquier hombre.
Pero eso fue una o dos veces. El resto del tiempo estuvimos solos. Podíamos nadar desnudos si lo queríamos. Pero a la hora de caminar, el asunto se volvía muy otro. Analizábamos y procurábamos imaginar el caudal cayendo por esa cascada y qué tipo de remolino u ola de contención formaría.
El primer día pasamos un laberinto rocoso que sería muy complicado resolver en balsas y con el río un poco más crecido. Pero más adelante encontramos el camino que baja por Cumbres de Sinforosa y un poco después un puente colgante. Como hasta ahí llegaban las mulas, sería necesario comenzar el recorrido desde este punto y evitar así el laberinto.
El resto del río tiene muchas rocas. Con un metro o metro y medio más de agua muchos de los obstáculos rocosos desaparecerían bajo el agua. Pero tendríamos mayor velocidad. Un río muy técnico y apto sólo para personas que ya hayan tenido alguna experiencia prolongada en descenso de ríos, sobre todo manejando cuerdas y sistemas especiales de porteo. Pero el río no era imposible. Cada paso que dábamos era un paso más a la seguridad de que el Río Verde era navegable.
Hubo una parte en que la barranca literalmente nos cerró la vista: las paredes de los lados se volvieron verticales y sin playas casi. Las paredes en ese punto llegan a medir casi un kilómetro de altura. Se reconoce por el meandro en forma de herradura que se puede ver en los mapas. Bajando por el río se puede ver en la parte alta de la pared de enfrente, la más alta, una formación que semeja la cara en perfil de un tarahumar, por lo que la llamamos "La Cara del Tarahumar". Y ahí, a decenas de metros debajo de esa cara rocosa, está el único paso peligroso de todo el río, el que recomiendo evitar porteando.
Con el nivel de agua que entonces llevaba el río, el caudal pasaba sólo entre dos rocas que forman una especie de arco muy estrecho. Pero con el nivel de agua necesario para navegar, ese paso se torna en un peligro porque es probable que se forme un remolino. Si de alguna manera la embarcación se llegara a ir por ahí, pasaría con algo de dificultad... si es inflable y no hay ramas que obstruyan el paso. Pero como esto es poco probable, sería necesario explorar esa zona e identificar el paso peligroso. Por eso he puesto énfasis en la "Cara del Tarahumar".
El recorrido en la barranca duró siete días. El primero y el último fueron entrada y salida de la barranca, respectivamente. En el fondo estuvimos cinco días. Avanzábamos entre 6 a 8 kilómetros por día debido a lo difícil del terreno. Pero una vez que el Río Verde se junta con el de Los Loera, la barranca se vuelve más abierta y las dificultades son menores. De hecho, en mediodía avanzamos unos 12 kilómetros hasta llegar a Huérachi.
Al llegar ahí, el calor era tan intenso que tuvimos que desistir de seguir lo que faltaba de la barranca hasta el puente de San Miguel. En Huérachi nos dijeron que algunas veces pasaban balsas inflables, pero sólo las habían visto en dos o tres ocasiones. Al parecer se trataba de embarcaciones individuales, de gente con experiencia y que salieron hasta el puente de San Miguel adonde queríamos finalizar.
Con esta noticia sabíamos ya que el río era navegable adelante. De hecho, el Río Verde era muy técnico y tendría una dificultad de III+ o IV. Sería difícil encontrar un paso más complicado adelante de la ranchería de Huérachi porque el gradiente en el río (marcado en los mapas) era muy bajo. Entonces, y gracias a los 42º C a la sombra que alcanzamos ese día, decidimos salir de la barranca hasta Cumbres de Huérachi.
Participaron en el recorrido: Carlos Lazcano Sahagún, Luis Holguín, Rayo Domínguez y Carlos Rangel Plasencia.