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Montañismo y Exploración
Filosofía del montañismo de la UNAM
15 noviembre 1998

Ascender montañas no era lo mismo para nosotros que para los demás. Uno llegaba a la cima y se apoderaba de estrellas, de nubes, de todo lo que abarcara la vista y el oído.







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Y si me preguntas: ¿debo despertar a éste o dejarlo dormir para que sea feliz? Te responderé que nada sé de la felicidad. Pero si hay una aurora boreal, ¿dejarías dormir a tu amigo? Ninguno debe dormir si puede conocerla. Y, por cierto, ése ama su sueño y se envuelve en él: y sin embargo, arráncalo a su dicha y arrójalo fuera para que llegue a ser.

Antoine de Saint Exupery. Ciudadela.


En 1971, un grupo de estudiantes de preparatoria y algunas facultades, nos reunimos con un interés común: practicar alpinismo. Se fundó entonces el Club de Alpinismo de la UNAM. El nombre era el adecuado a la época y a lo que queríamos hacer: escalar montañas, no importaba si a veces éramos sólo dos. Éramos un club de alpinismo más. Al menos eso creían, pero pronto se vio que los integrantes teníamos algo muy distintivo: una mentalidad enfocada a hacer las ascensiones de una manera muy diferente. Eramos hombres en las montañas y en ellas descubrimos que la vida no tenía sentido mas que si se la cambia poco a poco y que el hombre es, antes que nada, aquel que crea, y que solamente son hermanos los hombres que colaboran.

Ascender montañas no era lo mismo para nosotros que para los demás. Uno llegaba a la cima y se apoderaba de estrellas, de nubes, de todo lo que abarcara la vista y el oído. No era nada extraordinario porque todo mundo lo hacía con sólo poner el pie arriba. Pero nosotros habíamos amasado todo eso conforme a nuestro deseo. Creábamos en cada ascensión y no nos interesaban todos aquellos que hubieran conocido mil veces la misma cima y observado mil veces el mismo paisaje: nada cambiaban y nada llegaban a ser: eran sedentarios y en realidad no conocían nada. Nos interesaban los que ejercitaban sus músculos en la ascensión para comprender todos los paisajes por venir. En esa cima descubríamos otras cumbres, otros precipicios, otras pendientes.

Cuando se fundó la Escuela de Montañismo de la UNAM (1976), la mentalidad que teníamos de varios años de excursionar fue aplicada íntegramente. Queríamos ir allá donde los mexicanos no hubiesen ido, adonde el ser humano no hubiese puesto todavía su huella. Había muchas montañas importantes, pero considerábamos que lo que ya estaba hecho no nos convertía en creadores. Así que buscamos las fronteras, los límites, los tabúes.

En 1979, un día antes de comenzar a escalar la Salathé del Capitán, un grupo de escaladores que había estado meses antes en el McKinley, se asombró de que también encontrara gente de la UNAM en Yosemite. En ocho años, habíamos saltado del anonimato al conocimiento del montañismo mundial con logros importantes: la propia expedición del McKinley, el ascenso al Capitán y la ya próxima primera expedición mexicana al Himalaya. ¿Qué nos había hecho tan distintivos? Una sola cosa: creíamos que si algún ser humano ya había hecho una ascensión que nos proponíamos, también nosotros podríamos hacerla. Nos tomaría tiempo y preparación, pero podríamos. También estaba en nuestra mente el abordar aquello que nadie había ascendido. Requeriría más tiempo, más preparación, más paciencia. Pero lo lograríamos.

A fines de los 70s, éramos un grupo que crecía por sí mismo, que se nutría de los resultados de las grandes expediciones: Bonnington, Messner y Habeler. Sus expediciones eran todo un canto y para comprenderlo era preciso transformarse porque cantar en coro es una cosa, pero fundar el canto, sólo a los creadores. Así, la década de los 80s encontró a una Asociación de Montañismo y Exploración (en 1980 cambiamos de nombre) madura que realizaba expediciones a diversas partes del mundo, que tenía al mejor grupo de espeleología de México porque se dedicaba a explorar cavernas y no sólo a meterse adonde otros habían ido, que formó un Grupo de Exploración, que hasta la fecha sigue siendo el único en México.

Los logros han sido numerosos pero no es importante lo que ya hemos hecho, sino lo que somos capaces de hacer. La victoria no es paisaje poseído desde lo alto de las montañas, sino entrevisto desde lo alto de ellas cuando los propios músculos lo han construido. Y nada es una victoria que dura.




 



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