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Montañismo y Exploración
El Puerto de Veracruz
1 junio 2006

Me detuve nuevamente en una pequeña playa, a un lado de la escollera. Un barco mercante estaba a punto de entrar y no tenía la mínima intención de jugar carreras con él. Y tampoco, a menos de un kilómetro de terminar, quería que esto acabara.







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Por la noche no pude dormir bien. Estaba a un paso, a un día, de terminar el viaje. Alrededor de tres mil kilómetros de mares y lagunas. No podía dormir pero no me sentía ansioso. Salía al balcón y veía las luces de la ciudad y adivinaba su ruido. En alta mar, hay pocos ruidos: ese continuo zumbido de las olas que semejan una turbina de avión, el viento en los oídos, la respiración propia, el ruido del paleo continuo, las olas chocando con el kayak. Agua, agua por todos lados.


A las siete ya estaba en el mar. Siempre al amanecer para ganarle al calor y que los pescadores pudieran verme. No quería accidentes por una imprudencia. Recordé una correo electrónico de un amigo: “Que tengas buen viaje y recuerda: nunca bajes la guardia”.


Sobre la alfombra de garbancillo, los pies sentían una comodidad inusitada. “A veces baja lirio acuático del río, pero sólo cuando hay crecidas. Entonces huele muy feo. Pero el garbancillo no.” Los pies. De tanto andar descalzo, se habían hecho de piel recia en este poco tiempo. Una herida nunca llegó a cerrar por completo de tanto contacto con el agua. Tenía, sí, muchas marcas de piquetes de mosco y sólo una de garrapata. Pero pisar las algas fue muy cálido.


Para llegar a Veracruz, debía dirigirme hacia el sureste. Claro que podía seguir toda la costa pero así daría más vuelta. En la tarde me habían mostrado: “Detrás de esos cerros, el último, está Veracruz”. Pero en la mañana no los veía. Vi mi brújula y me dirigí hacia el sureste. Pronto vi embarcaciones que me iban a servir de puntos de orientación. “Llego a ese y luego sigo al otro”.


Pero los puntos se movían. No eran, como yo creía, lanchas de pescadores, sino de pesca deportiva. A veces auténticos yates de motores potentes. Sí, estaba ya cerca. Pasaba por una y otra embarcación y me veían como algo raro. Sólo dos me saludaron y uno de ellos me deseó buen viaje. Vas a Veracruz, ¿verdad? Sí. ¿De dónde vienes? Hoy, de Chachalacas, pero salí de Tampico. ¿En eso? Que tengas muy bien viaje. Ya no te falta nada.


Se notaba que en el mar ya no había gente de mar. Ya no había la atención de la gente amable, de quien se preocupaba por los que estaban cerca. Ahora estaba el turista y su guía. Por eso corría peligro ahí.

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