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Montañismo y Exploración
Balance entre riesgo y seguridad
1 diciembre 2011

El montañismo implica riesgo. Eso lo sabe cualquiera. Entonces, ¿por qué vamos a la montaña? ¿Somos suicidas simplemente no nos importa lo que pase? Lo que los demás no pueden ver, nosotros tampoco sabemos explicarlo bien.







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Hay riesgo en la escalada en roca. Si todo lo que quieres es una aproximación a la aversión al riesgo de la vida, no vayas a Yosemite Valley.

Jim Collins

Vaya locura de artículo. Comenzando por el título. ¿Cómo puede el montañismo balancear el riesgo y la seguridad? Veamos.

La gran mayoría de nosotros nos hemos enfrentado a una familia que no entiende el por qué pasamos incomodidades y riesgos en la montaña. Es más fácil estar en la ciudad practicando un deporte que tiene mayor aceptación social que el montañismo, con muchos más amigos, sin riesgos. Ninguno de nosotros (o al menos no conozco a uno) hemos acertado a dar una buena explicación a nuestros padres del por qué lo hacemos.

El mundo exterior a nosotros no practica el montañismo (es decir: la familia, los amigos y la novia) y tienen información muy escasa sobre lo que es el deporte. Si vieron los videos donde Ueli Steck escala la pared norte del Eiger en poco más de dos horas, o el de las escaladas en solitario de Alex Honnold, o los videos de Youtube que hablan de desgracias y muertes, estamos en problemas y será más difícil hacerles entender que no tenemos planeado ir al Himalaya (al menos en breve) ni tenemos la enorme condición física de Steck (todavía) y tampoco estamos rematadamente locos como Honnold ni trataremos de escalar con paracaídas como Dean Potter. Al menos eso creemos.

Hace varios años era peor: las películas que llegaban a los canales de televisión, que entonces era la única fuente de información colectiva y que se podía ver colectivamente, daban una idea de un deporte suicida. La muerte de un guía es un ejemplo. El resultado era que nos veíamos en problemas para justificar ante ese mundo exterior el por qué vamos a la montaña, afrontando un peligro inherente, lo sabemos, pero que esperamos eludir.

No sé qué respuesta haya dado cada quién en su círculo familiar pero es muy seguro que no dio el resultado eficaz que esperábamos y que terminaron aceptándolo es como una especie de locura que esperaban fuera pasajera.

La pregunta entonces es: ¿por qué lo hacemos? Recuerdo cuando en mis primeras visitas a la montaña nevada y solitaria, llevaba ropa insuficiente y equipo de mala calidad. Resultado: una noche tiritando y en espera de que saliera el sol. Con los dientes castañeteando, me pregunté muchas veces por qué estaba ahí. Y claro que el sol disipaba la duda.

Ahora sé que la montaña es un campo de pruebas. Uno se mide a sí mismo pero no para ser mejor sino porque es peligroso en esencia. Nos atrae ese riesgo porque necesitamos saber qué tan poderosos somos para no caer en ese peligro, necesitamos saber que ese peligro existe y que somos capaces de sortearlo con habilidad.

La escalada en roca o en hielo es aún más exigente que el puro ascenso a una montaña. Estarse midiendo es continuo, a cada paso. Un descuido puede implicar una caída y nadie queremos caer. Por eso es que subimos como si jugáramos ajedrez: al tocar la roca o el hielo tenemos en la cabeza ya varias jugadas por adelantado. Cada movimiento debe hacerse pensando en la seguridad, en no fallar a esa prueba que hemos elegido por nosotros mismos.

Estar en ese terreno de juego es impresionante, sí, pero no sólo por el paisaje, impresionante por sí mismo. Para el montañista ese paisaje significa riesgo, peligro y lo que podemos hacer en él (es decir: con nosotros mismos) y logra que el mismo paisaje mucho más grande para cada uno. Y en ese sentido, Alex Honnold, Ueli Steck, Walter Bonatti, Lionel Terray o Reinhold Messner son iguales a nosotros: siempre hemos medido ese riesgo y hemos medido nuestras capacidades. Porque es necesario hacerlo. Porque la vida misma lo pide para poder vivirla con plenitud.

Esto no puede entenderlo quien elige vivir sin retarse a sí mismo, en una vida cómoda, sin cambios. La edad suele ser el peor enemigo del hombre que, sentado en los beneficios que ya obtuvo, se niega a ver los que otros pueden tener al retarse a sí mismos continuamente.

Después de todo, ¿qué sería de una persona si no conoce hasta dónde puede llegar?



 



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